¿Y si Egipto estuviese preparando un futuro post-islamista?
por Jean-Jacques Pérennès OP
Fuente: Cildalc
Egipto vive horas dramáticas que suscitan una condena sin matices de
las fuerzas de seguridad egipcias, lo cual contribuye a asentar en la
opinión pública la convicción de que el derrocamiento de Mohamed Morsi *
fue una iniciativa lamentable, “un verdadero golpe de estado contra un
presidente elegido democráticamente”.
– Lamento, naturalmente, los cientos de muertos que causó la evacuación
de dos sitios ocupados por los Hermanos Musulmanes * durante seis
semanas, desearía que hubiese sucedido de otra manera; con todo, es
preciso hacer unas aclaraciones.
– La destitución de Mohamed
Morsi fue el resultado de un ingente movimiento popular de pro-testa que
movilizó a millones de egipcios, de todos los grupos etarios, de
confesión y de estatus social variopintos. Esta movilización ha sido
mucho más vasta que la que condujo a derrocar a Mubarak hace dos años y
medio, y mueve a pensar que una gran mayoría de musulmanes egipcios
comprendió al cabo de solo un año que era necesario terminar con el
islamismo político. Lo cual es una muy buena noticia que anuncia, así
esperamos, poner un freno, si no es que de-tener totalmente, al islam
político que envenena el destino del Medio Oriente desde hace décadas.
Si esta transición tuviese, sería crucial para toda la región que
observa a este país con menos prejuicios que el mundo occidental, el
cual juzga una vez más lo que está sucediendo con una mirada demasiado
simplista. El ejército egipcio ha sido el instrumento de esta transición
y es de dudar que quisiera seguir implicado en ello, por-que ya tuvo
experiencias amargas entre febrero de 2011 y junio de 2011. El ejército,
ciertamente, se preocupa por mantener sus privilegios, pero es
innegable que el pueblo egipcio apoya masivamente la lucha actual contra
el extremismo de los Hermanos Musulmanes.
– La segunda
aclaración es que los Hermanos Musulmanes egipcios han quedado
desenmascarados. Aprovechando la apertura democrática de la primavera de
2011 que les permitió constituir su partido político, el Partido
Libertad y Justicia, accedieron al poder procurando tranquilizar a todo
el mundo acerca de sus intenciones. «No –dijeron – ellos no acapararían
el poder, los coptos serían considerados como ciudadanos de pleno
derecho, etc.». Pero ahora podemos ver con más claridad. Mohamed Morsi
actuó de manera sectaria: no como el presidente de todos los egipcios,
sino como la correa de transmisión de la Cofradía de los Hermanos
Musulmanes, que se convirtió, bajo las apariencias de una democracia
formal, en el centro de hecho del poder político. Esto los egipcios lo
entendieron rápidamente, comenzando por muchos de los que votaron por
ellos convencidos de que bajo la guía del Islam iban a servir en verdad
al bien común del país.
– En los hechos los Hermanos Musulmanes
maniobraron ante todo para instalarse en el poder, valiéndose de todas
las medidas para conseguir posiciones, y no ofrecieron a una población
con el 40% bajo el umbral de la pobreza sino discursos
político-religiosos, cuando esa gente esperaba trabajo, hospitales
decentes, escuelas que funcionen, más justicia social. Un año en el
poder bastó para desacreditar a los Hermanos Musulmanes a los ojos de la
gran mayoría de los egipcios.
– La tercera clarificación se ha
dado en estas últimas semanas, en los momentos de la destitución de
Mohamed Morsi, cuando los líderes de la Hermandad llamaron a sus
partidarios a «resistir hasta el martirio». Es una tremenda
responsabilidad, pues sabemos las resonancias que tiene esta llamada en
el inconsciente musulmán: la Yihad, el paraíso prometido, etc. Con todo,
la autoridad interina les propuso volver al juego político en el cual
es legítimo que ocupen un lugar, porque tienen una real base popular; y
hubo intentos de mediación conducidos por la Unión Europea y los Estados
Unidos. Todo esto ha sido inútil: lógica intransigente de los Hermanos
ha llevado a los dramas de estos últimos días, en los cuales mueren los
activistas de base y no los líderes de la Hermandad, cuya
responsabilidad por el baño de sangre que ha venido después es grande.
– Por último, ¿es posible creer actualmente en las propuestas moderadas
que han sostenido en los últimos meses los Hermanos Musulmanes para
tranquilizar a los cristianos egipcios? Los discursos cargados de odio
que se pronuncian a menudo en las mezquitas y en los círculos islámicos
han dado sus frutos en estos días: fueron incendiadas decenas de
iglesias, dos monasterios y un orfanato, religiosas que han dedicado su
vida a servir a los pobres fueron apaleadas, y es de temer que todo esto
no se detenga.
– El mundo occidental –la prensa y los
políticos por igual– tiene una responsabilidad grave cuando se limita
simplemente a condenar la represión actual, pero todo el mundo se quedó
callado cuando Mohamed Morsi se arrogó plenos pode-res, impuso una
Constitución tendente a sentar las bases de un estado islámico al
término de una Asamblea Constituyente de pacotilla que los Hermanos
Musulmanes se dedicaron a bloquear por la fuerza. Se habla en estos días
de cortar el abasto de víveres a Egipto, lo cual no servirá más que
para prologar la miseria y poner al país en manos de los extremistas.
En vista de esta situación dramática, ¿qué habría que desear para el futuro?
– Ante todo, la reanudación tan pronto como sea posible del diálogo
político que habían intentado los enviados europeos y estadounidenses.
Las petromonarquías del Golfo no han ocultado su intención de ser
actores cruciales en el futuro del Egipto: apoyaron el derrocamiento de
Mohamed Morsi y ofrecieron de inmediato ayuda financiera –14 mil
millones de dólares, muy valiosos para un país devastado–; estos países
sitúan frente a lo que sigue. No son ciertamente los mejor situados para
apoyar la aspiración a la libertad y a la ciudadanía que dio origen a
la primavera árabe. El grupo en el poder en Egipto es frágil: las
restricciones económicas y sociales que debe enfrentar son muy gravosas.
El estado debe luchar, además, contra el riesgo real de un movimiento
yihadista en el Sinaí que podría llevar a derivaciones terroristas. Los
egipcios esperan del mundo occidental menos condenas y más apoyo.
– La autoridad interina ha comenzado ya una revisión de la Constitución
que Mohamed Morsi hizo aprobar sin debate suficiente. Planea orga-nizar
elecciones legislativas y presidenciales tan pronto como sea posible.
Este es el mejor ca-mino para un retorno cuanto antes a un
funcionamiento normal de las instituciones, con lo cual los militares
volverían a sus cuarteles y los políticos retomarían plenos poderes.
Esto no es fácil: el riesgo de un retorno de los mubarakistas no se
excluye; los egipcios «liberales» se hallan todavía muy divididos; los
jóvenes revolucionarios de la plaza Tahrir son demasiado idealistas.
Este na-cimiento de la democracia egipcia tomará años. Hay que darle
tiempo a este país para que lo logre, acompañarlo y apoyarlo en esta
conquista.
– De momento, las heridas y el resentimiento son
profundos, tanto entre los Hermanos Musulmanes como entre los coptos.
Tomará mucho tiempo a la sociedad egipcia curar estas heridas, pero
Egipto tiene una ventaja sobre muchos otros países del Medio Oriente
(Irak, Líbano, Siria): ser un país homogéneo, sin divisiones regionales
ni de carácter étnico-religioso. No nació de la repartición de la región
después de la caída del Imperio Otomano, y esto es hoy en día un activo
muy valioso.
– Puede ser que el episodio dramático que estamos
viviendo sea visto dentro de unos años como el primer paso en la
invención por un pueblo de mayoría musulmana de un futuro
post-islamista. Si esto llegase a confirmarse, sería para Egipto y para
toda la región una buena noticia extraordinaria que merece algo mucho
mejor que nuestros juicios apresurados
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