Ayer, día 14
de octubre se cumple el 108 aniversario del nacimiento de Hannah Arendt, una
de las pensadoras más prestigiosa de los últimos años. En los últimos
meses, se ha escrito mucho sobre “La banalidad del mal”, película sobre
la vida de Hannah Arendt que ha llevado a la gran pantalla Margarethe von
Trotta. Directora, actriz y guionista del nuevo cine alemán, que con una
mirada femenina y feminista, ha intentado presentarnos los perfiles de la mujer
a través de películas como Las hermanas alemanas, Locura de mujer, Rosa de
Luxemburgo, o Visión. De la vida de Hidegarda de Bingen. Todas
mujeres interesantes y de una gran alabanza y culto Margarethe.
La película,
más que la vida de la filósofa analiza un hecho importante de su vida, el
momento que fue enviada a Jerusalén por la revista The New Yorker para
informar sobre el proceso contra Eichmann. Teniente coronel de las SS,
encargado del transporte de judíos a los campos de concentración y creador de
los “consejos judíos” que colaboraron en la selección de los deportados. Fue
capturado por el Mossad (el servicio secreto israelí) en Buenos Aires en 1960.
El Estado de Israel, que se había saltado todas las reglas del Derecho
Internacional al secuestrarlo en Argentina, quería mostrar a Eichmann como un
monstruo despiadado para, de ese modo, poder justificar sus cuestionables
prácticas anti-nazis.
Hannah
Arendt, autora de los Orígenes del totalitarismo, no vio al horrendo
genocida, sino a un pobre hombre, obsesionado con el cumplimiento de las
órdenes. Para colmo, contó con la ayuda de líderes judíos a la hora de
seleccionar a las víctimas que debían ser deportadas a los campos de
concentración. De ahí su obra, Un estudio sobre la banalidad del mal. El
mal, no se esconde en las grandes mentes criminales, sino en la estructura
insignificante de cualquier ciudadano, tal vez padre de familia y aparentemente
normal, como Eichmann. Hannah Arendt, nos ha mostrado, lo terriblemente
normal que puede ser el mal, con la cotidianidad de la vida y del
individuo. Lo vemos todos los días, desde no alquilar pisos a emigrantes,
hablar mal del prójimo, la violencia verbal o física, discriminaciones,
tendencias racistas y xenófobas, en acciones cotidianas, correos
electrónicos que recibimos en forma de presentaciones, etc. No se nos olvide
que detrás de todo está la libertad, siempre podemos decir que no,
lo hago o no lo hago, diga lo que digan, mis jefes, mis amigos o mis
confesores, da igual. Discernir, pensar, informarme, son elementos necesarios
para crecer en libertad.
De libertad es de lo que quería hablar, que es
el núcleo de la relación de Hannah Arendt y Pablo de Tarso. El Apóstol de
los gentiles, ha sido y sigue siendo un personaje analizado y subrayado en el
pensamiento actual, es la piedra angular entre el cristianismo y el judaísmo y
subraya temas que desbordan lo religioso: Universalismo y singularidad, ley
y espíritu, don y gratuidad, transformación de la sabiduría en locura, relación
entre lo antiguo y lo moderno, lo político y lo impolítico. Pablo es una
referencia para una Europa en crisis, sobre todo, para una cultura donde se
quiere difuminar la pregunta por el sentido, donde no sólo hemos asistido a la
muerte de Dios, sino del propio hombre. Incluso nos deslizamos por
religiosidades difusas, como la vuelta a los mitos y a un nuevo gnosticismo,
agotando la espiritualidad de Occidente. Figuras del pensamiento como A.
Bardiou, S. Bretón, J. Taubes, Simone Weill, Hannah Arendt como en teólogos
como K. Barth, K. Schmitt, sin olvidar a Dietrích Bonhoeffer y J. B. Metz, han
rastreado en Pablo elementos para el desarrollo del pensamiento de Occidente.
La tesis
doctoral de Hannah Arendt fue un estudio sobre el amor en San Agustín.
Pero un punto de inflexión de la pensadora fueron los estudios sobre el
nazismo y la banalidad del mal, que realiza en un profundo estudio sobre la Condición
humana. En este aborda el concepto de la vida. Por un lado, la vida como
ciclo natural incesante vinculado con la labor, y la vida como devenir humano
enmarcado en la historia de un quién a través de la acción. La vida para Hannah
Arendt, es algo singular y subraya la importancia de aparecer ante los otros
mediante el acto y la palabra.
La muerte
sorprende a Hannah Arendt con la elaboración de su última obra inacabada, que
nos habla de la Vida del Espíritu. En esta obra dedica un capítulo a San
Pablo, en la segunda parte del libro, cuando habla y desarrolla la voluntad. El
concepto de libertad era fundamental en su obra, no sólo la libertad
personal, sino política y en ella tiene importancia la obra de Platón. Aunque
en esta última obra inacabada, la centralidad de la misma, no será el
pensamiento griego, sorprendentemente es la figura de Pablo de Tarso. Es
interesante el estudio sobre la “Epístola a los Romanos según Arendt”, que
Agustín Serrano de Haro, realiza en la obra que dirige Reyes Mate y José A.
Zamora, Nuevas teologías políticas. Pablo de Tarso en la construcción de
Occidente.
Hannah
Arendt, parte la pregunta sobre la posibilidad de elegir, como precursora de la
voluntad. La voluntad es algo propio que los hombres no sólo tienen con ellos
mismos, sino dentro de sí mismos. En su Carta a los Romanos, Pablo nos
recordaba que queriendo hacer el bien, es el mal el que se nos presenta (7,
21). No realizamos el bien que queremos, sino el mal que no queremos. Se da
cuenta, que el problema de la libertad humana, está ausente en la filosofía
griega.
El
pensamiento griego, no entró a fondo en esta cuestión clave, si realmente el
hombre es un ser libre, si existe la libertad en nuestro mundo, en qué puede
consistir ésta. No hay concepto que exprese esta idea en la filosofía griega,
ni proaíresis, ni eleuthería, llegarían al fondo del problema.
El concepto de libertad griego, formaba parte de la experiencia cotidiana, de
la praxis, en el espacio político, no de la reflexión o del pensamiento. No hay
experiencia de una libertad individual, está sólo se nos muestra en el mundo de
la Polis y en la intersubjetividad ciudadana, además, está vinculada a la
acción política y no a la voluntad.
Hannah
Arendt, descubre en Pablo de Tarso, al “hombre interior”, que se topa
con la voluntad de querer, de elegir, que sólo se hace presente cuando entramos
en pugna con nosotros mismos. La ley antigua decía debes hacer, la nueva
ley de Dios que Pablo interioriza dice, debes querer. La acción del
hombre se debate entre dos requerimientos enfrentados, propios de sí. El
hombre choca consigo mismo, independientemente de lo querido y de las razones
para quererlo. La voluntad requiere decir sí a la acción en función de sus
alternativas, esto equivale a ordenar la acción a un fin. El sí al amor,
supone de inmediato un no a la maldad, esto se debate en una fuerte pugna
interior, que necesita de la gracia de Dios, ya que el hombre en su naturaleza
no puede por sí solo. En esta pugna o debate, entre la carnalidad y la espiritualidad
en el hombre, surge uno de los elementos propios de la constitución humana, de
su ontología, la libertad. La voluntad, individualiza a cada hombre (en
el pecado y en la gracia), esa libertad de la voluntad no sólo depende de la
acción y de las obras, necesita ser liberada, necesita de liberación.
Sólo la
gracia de Dios, puede superar la dialéctica entre la carnalidad y la
espiritualidad, la misericordia de Dios soluciona el conflicto de la
voluntad, pero sin anularla, donde existe el pecado, sobreabunda la
gracia. La voluntad no puede resolver el conflicto ya que se estorba a sí
misma, ya que los hombres no son carnales o espirituales. Para Pablo, son a la
vez, carnales y espirituales. La carne morirá, es el espíritu quien tiene que
ordenar los apetitos, y crucificar ésta en sus deseos y pasiones, pero está más
allá del poder humano. La carnalidad, sin ser la fuente de todo mal, interrumpe
la espiritualidad. La voluntad se hace presente cuando vence la resistencia
carnal, o si se quiere con otras palabras más actuales, la resistencia interna.
Ésta se logra más allá de nuestro hacer, está en manos de Dios.
Es bueno
empezar por querer, incluso más allá de nuestra carnalidad. Pablo y sus amigos
llamaron esa actuación de Dios, resurrección, por ella se movieron y toda
ella atraviesa su obra. Esa ya sucedió en Cristo, en los creyentes sucederá en
la última venida de Cristo, vencidas todas las fuerzas cósmicas del mal y en
especial la muerte, entregará el Reino de Dios, para que Dios sea todo en todos.
¿Veis el
silencio en medio de las aguas
cuando la
noche pasa y sostienen las luces
que están en
la ribera?
No hay calma
igual
a la del mar
que allí descansa.
Estamos en
la ausencia;
también la
soledad tiene su parte.
Contemplamos
desde un
lugar seguro
el lírico
paisaje
que se
repetirá a la misma hora,
siempre.
Carlos Pinto
Grote, El mundo de la memoria
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