¿Cómo arrancarnos de nuestras
rutinas?, de un mundo lleno de artefactos y de imágenes que nos velan la
realidad desde una virtualidad casi cinematográfica. Sentado en mi escritorio
repaso las imágenes de de la guerra de Siria, un conflicto que no se ve el
final, campos de la muerte, matanzas de civiles, por no hablar del desempleo y
la miseria que dejan más de tres años de conflicto. Desde la perplejidad, vemos
cada día los saltos sobre las cuchillas de la valla que rodea Melilla, con
heridas que provocan no pocas discapacidades, por no hablar de los
apaleamientos a los dos lados de la frontera. Cuando estoy escribiendo este
artículo, estoy leyendo las acusaciones de Bruselas que duda de la legalidad de
las prácticas que aplica la Guardia Civil, para contener a los inmigrantes en
la valla de Melilla. También podemos sacar de los titulares de nuestros
periódicos, los 842 millones de hambrientos, en un mundo en el que hay comida
para todos. Seguimos sin curar el hambre, posiblemente porque no es contagioso.
Pensando en
que este jueves, día 20 de noviembre, es el día internacional de los
derechos del niño, la desnutrición crónica afecta a 52 millones de niños en
todo el mundo. No tienen nada que llevarse a la boca, a pesar que vivimos en un
mundo que produce exceso de alimentos y en estos días nos bombardean para un
consumo irracional y excesivo, ya ha empezado la campaña navideña. A pesar que
se ha reducido a la mitad esta desnutrición, está muy lejos de alcanzarse “la
desnutrición infantil cero para el 2016”. Pero la desnutrición no es el
único derecho de los niños que se han violado recientemente. Ahí están en
nuestras retinas y nuestros corazones, los bombardeos indiscriminados de Siria,
Mali o la República Centro Africana. Los niños son usados como escudos humanos,
por no hablar de los actos terroristas, con secuestros y violaciones. Es
difícil pensar que en el mundo los niños están sujetos a violencia, pero además
de verse atrapados en un conflicto bélico, son utilizados como soldados o como
mercancía sexual.
Un siglo
veinte (o veintiuno) cambalache, donde las filas castrenses han servido como
instrumento para defender la revolución, como guerra santa o garante de los
derechos de occidente o una supuesta revolución igualitaria a golpe de fusil.
Pero qué decir de los escrúpulos teóricos y prácticos para llegar a un acuerdo
sobre alguna forma determinada de justicia basada en la universalidad de los
derechos.
Pobre
Rousseau, tú que querías que nos guiásemos por la máxima “de amor a
sí”, que Kant elevó a un imperativo categórico bajo la fórmula de tomar
al hombre como un fin en sí mismo. Ni siquiera tenemos hoy una
tensión entre ética y política, entre la convicción y la responsabilidad de la
que nos hablaba Max Weber. Migajas de la historia, fragmentos de la modernidad
perdida, a punto de celebrar el 66 aniversario de la proclamación de los
Derechos Humanos.
Vivimos en
un mundo administrado, nos recordaba Adorno, donde no se puede servir a
dos señores, o los derechos o el mercado. Los derechos humanos son un
desafío a la seguridad del sistema y a la estabilidad del mercado. Como no
denunciar la hipocresía, cuando las naciones que dominan el juego
transaccional, imponen ajustamientos estructurales a los países más
empobrecidos. Con esta máscara de medidas para el desarrollo, que no dejan
de pregonar a los cuatro vientos y a la vez, celebrar la conmemoración de los
derechos aprobados por ellos en 1948. Denunciar que muchas de esas medidas
de ajuste, que llaman al desarrollo, son reducciones drásticas en
educación primaria, cuidado primario de la salud, abolición de los subsidios
alimenticios, liquidación de la fuerza laboral, reducción drástica de salarios,
podríamos seguir.
Hoy la ética
se ha convertido en estética, es divertida y fotogénica al compás de la
insoportable levedad del ser. Cómo pensar y actuar desde la pérdida de
fundamento, desde el todo vale, desde el fin de la historia. ¿Sólo queda lo
placentero?, celebrar la locura, la intensidad y el deseo, como nos apunta
Lyotard. Todo es fiesta, fiestas, nocheviejas universitarias y demás mascaradas.
¿No tenemos suelo firme donde pisar, aunque sea débil?, ¿sólo un rizoma o un
vagabundeo incierto?, ¿qué discursos o qué mínimos deberemos desarrollar?, como
Habermas o Apple, ¿o qué disensos?, ¿deberemos de ir tras la virtud?.
Wessel, filósofo y superviviente de los campos nazis, nos propone que
deberíamos esperar a pesar de todo, la espera y esperanza a pesar de la
negritud del panorama, como fundamento o virtud.
Azuzados en
el trabajo, la rutinaria cotidianidad, las vacaciones cercanas, el ocio, las
comilonas antes, después y durante las fiestas como metarrelato alternativo.
¿Dónde está el relato de un final feliz basado la soberanía, libertad e
igualdad, o en una nada que nadea?. Dejarme que en la intemperie de la noche
oscura y desde el cielo azulado en su negritud, cruce en esta barca el lago y
os hable de poesía. Sí de poesía, a pesar de todo. Del hombre que busca
en el lenguaje originario, en el sentido de la palabra, en el sentido del
relato:
Grodek
Por la tarde
resuenan en los bosques de otoño
las
mortíferas armas, las doradas llanuras
y los azules
lagos; sobre ellos el sol
rueda más
lóbrego; la noche abraza
a los
guerreros moribundos el lamento feroz
de sus bocas
destrozadas
G. Tralk
También recuerdo
este otra palabra. ¿Quién es mi prójimo? Todos sabemos la parábola del
buen samaritano (Lc 10,25-37) Una pregunta de un jurista a la que Jesús
responde con un relato, con una parábola. Aquí Jesús no llama a la teoría, o en
la discusión académica, entra de lleno en la vida práctica. Nos pone en
el camino de la verdadera religión, el experto no es el que sabe, es
que hace. Un samaritano es el que se para y hace, uno que no cumple la ley
de Moisés, a diferencia del Sacerdote y el Levita, que pasaron de largo. El
prójimo no es alguien que encuentro, soy yo cuando me aproximo (“aprojimo”)
al otro, a la víctima, a los más alejados, a todos. Solamente haciéndome
cercano, podré escuchar su clamor, sus gritos y descubrir sus sufrimientos. ¿Un
desconocido en el camino? No le interesaba descubrir su identidad, sólo le
bastaba saber que era un hombre. Hay una llamada a la dignidad humana,
desde su condición de víctima. Por otro, debemos establecer una tensión entre
el yo que tiene a la autoafirmación y el otro que me solicita. Desde esa
tensión, el derecho que me reclama desde su condición de víctima es el derecho
a ser hombre y a vivir como tal. Desde aquí, se puedan romper todas las
barreras, ideológicas, étnicas, psíquicas, espacio-temporales, etc. La base de
cualquier derecho está en la intersubjetividad. Pero además, la parábola está
teñida, en palabras de Reyes Mate, de una “ética compasiva”. La
compasión es un movimiento intersubjetivo que parte del caído y que fecunda al
que se acerca a él, es en ese momento cuando se alcanza la dignidad de
hombres. Pero por otro, hay otro movimiento, el que viene del otro al yo.
Al preguntar quién es mi prójimo, en
una cultura como la judía, donde el amor tenía límites y los samaritanos eran
enemigos, es un atrevimiento. En el Antiguo Testamento se proponía el amor al
prójimo, pero estaba limitado por la propia nación, por la propia cultura. Pero
el acto del samaritano es una trasgresión cultural, era un amor
subversivo de una norma aceptada por todos. En el fondo de la pregunta
de Jesús, está la universalidad de la dignidad humana. Frente al jurista
que le pregunta, que quiere saber dónde está su deber, en su condición previa
de sujeto; Jesús propone que la constitución del hombre como sujeto moral se
produce en la relación intersubjetiva, en la respuesta a la demanda de la
víctima, al grito de su dolor. La universalidad de la dignidad ha de
entenderse a la necesidad del otro, en el clamor de las víctimas.
Aunque la
compasión es un sentimiento particular, el otro no es un mero objeto doliente,
sino alguien digno de compasión, desde aquí se abre a la universalidad. El que
sufre debe ser visto como un sujeto humano con exigencias de dignidad, donde la
solidaridad deberá ser el medio para eliminar barreras. Así la actuación
política deberá tener en cuenta estas dimensiones, la dignidad y la
solidaridad. El que se solidariza tiene que tener en cuenta que su propia
dignidad depende del otro, que tiene una deuda con la víctima. El
reconocimiento deberá ser mutuo pero no equivalente, la intersubjetividad es
asimétrica y deberá priorizar a los más necesitados.
Jesús es el
verdadero samaritano. Él se ha inclinado hacia el hombre, le ha curado las
heridas milenarias, le ha puesto en pie, le ha dado un rostro humano. La imagen
del samaritano se convierte en una imagen del “Dios invisible”. Jesús, como al
jurista que le hace la pregunta, nos dice: Vete y haz tú lo mismo.
Juan Antonio Mateos Pérez, OP
Juan Antonio Mateos Pérez, OP
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