El carácter secular
es propio y peculiar de los laicos… A los laicos pertenece por propia vocación
buscar el Reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos
temporales. Viven en el siglo, es decir, en todas y a cada una de las
actividades y profesiones, así como en las condiciones ordinarias de la vida
familiar y social con las que su existencia está como entretejida. Allí están
llamados por Dios a cumplir su propio cometido…
Concilio Vaticano II (LG 31)
Si bien puede
decirse en general que la vocación y la misión propia de los fieles laicos es
la transformación de las distintas realidades terrenas para que toda actividad
humana sea transformada por el Evangelio, nadie puede sentirse exceptuado de la
preocupación por los pobres y por la justicia social: «La conversión
espiritual, la intensidad del amor a Dios y al prójimo, el celo por la justicia
y la paz, el sentido evangélico de los pobres y de la pobreza, son requeridos a
todos»
Francisco (EG. 201)
Se están ultimando los últimos preparativos para el Congreso
Nacional de Laicos que lleva por título “Pueblo de Dios en salida”, y
que se celebrará del 14 al 16 de febrero de 2020 en Madrid. En el Congreso
participarán unas 2.000 personas de toda la geografía española, donde estarán
representadas las diócesis, movimientos y asociaciones laicales. Previamente se
ha estado trabajando en grupo desde marzo de 2019 en las diferentes diócesis,
movimientos y asociaciones laicales, donde se han recogido las aportaciones de
2.485 grupos, en los que han participado unas 37.000 personas. Esas
aportaciones se hicieron públicas en diciembre en un documento de trabajo
preparatorio del Congreso o Instrumento Laboris.
Desde el momento de la convocatoria se ha planteado como un
proceso secuenciado en etapas. Se ha terminado, con la publicación del Instrumento
Laboris y todo el trabajo preparatorio, la primera etapa (Pre-Congreso).
Ahora comienza la segunda etapa (Congreso), quedando una última etapa,
caracterizada por las tareas y dinamismos que salgan del Congreso
(Post-Congreso).
Se ha planteado la etapa precongresual como un RECONOCER,
donde se ha analizado la situación de los laicos, las luces y sombras que se
han asumido con motivos de esperanza y como retos que se deben afrontar. La
etapa congresual como INTERPRETAR basado en un ejercicio de
discernimiento personal y comunitario y, la etapa post-congresual como un ELEGIR
como Iglesia para tratar de potenciar la vocación y la misión de los
laicos. Cuatro itinerarios han guiado la primera etapa y quieren ser el eje del
Congreso: Primer Anuncio, Acompañamiento, Procesos Formativos y Presencia en
la Vida Pública. Organizando la reflexión y los contenidos del Congreso desde
tres grandes preguntas: ¿Qué actitudes convertir? ¿Qué procesos activar?
¿Qué proyectos proponer?.
Hoy vivimos inmersos en un cambio epocal y un nuevo
talante evangelizador, tal como propone el Papa Francisco, en una
Iglesia en salida. En esa nueva realidad, todo bautizado está llamado a ser
evangelizador, junto a sacerdotes y consagrados. La palabra clave en los
trabajos preparatorios es la “sinodalidad misionera”, senda que debemos
recorrer juntos laicos, presbíteros y religiosos en una misión compartida. La sinodalidad
quiere ser el camino de la Iglesia en el tercer milenio, es un término
nuevo, profundo y simple, donde la misión de la Iglesia debe partir de la calidad
relacional de sus miembros. Esta sinodalidad se concreta en la
corresponsabilidad, ejercicio compartido de responsabilidad entre todos en la
diversidad de carismas, vocaciones y funciones.
Llevamos años hablando de “La hora de los laicos”,
pero el gigante dormido de la Iglesia no termina de despertar. La llegada de
Francisco a la cabeza de la Iglesia está jugando un papel fundamental y
dinamizador de procesos. La Evangelii Gaudium, ha sido una hoja de ruta
para una nueva primavera en la Iglesia, invita a renovarse, a no repetir, a
reinventar, a salir a las cunetas de la vida. Este proceso dinamizador ha sido
recogido por nuestra Diócesis de Salamanca y en el año 2016
celebró una Asamblea Diocesana para renovar la Iglesia de Salamanca y
darnos cuenta del momento que vivimos. De ella han salido unas propuestas para
la renovación espiritual, pastoral y estructural, trabajando desde sus inicios
en sinodalidad, entre laicos, consagrados y prebíteros.
Todavía nos queda mucho camino por recorrer, pero el laico ya
está empezando a ser consciente de su vocación, es consciente del
momento crucial que vive y de las oportunidades y posibilidades que tiene.
Muchos laicos están comprometidos en vivir una fe desde la comunión, oración
y misión, asumiendo sus responsabilidades en la Iglesia y convirtiéndose en
misioneros. Se ha impulsado el acceso de los laicos y laicas a los estudios y
la especialización teológica, en facultades y escuelas de teología, con lo que
su formación es cada vez mayor. Se han instaurado los “ministerios
encomendados a laicos”, que han sustituido muy favorablemente a los
presbíteros en las actividades pastorales que no exigen la presidencia del
sacramento de la eucaristía. Además, se están promoviendo los consejos
pastorales, arciprestales y diocesanos, con una mayoritaria participación de
laicos y se han suscitado nuevas formas de colaboración entre laicos y
ministros ordenados.
Un Congreso necesario, ya que no solo se debe ahondar en la
vocación laical, sino dar un protagonismo al laicado para estar presentes en el
corazón del mundo y poder trasformar la realidad según el evangelio.
Para ello, debe superarse un modelo eclesiológico donde el clero es
protagonista y los laicos solo miembros pasivos, receptores y beneficiarios de
la acción de los ministros. Es necesaria la comunión, la fraternidad entre
hombres y mujeres, que han recibido el mismo Bautismo y viven animados
por el Espíritu del mismo Señor. No hay sectores que gozan del Espíritu
y otros privados de él. Ninguna vocación en la Iglesia puede pretender acaparar
al Espíritu y menospreciar la acción del Espíritu en los demás.
El laico puede ser el nuevo
paradigma de una “Iglesia en salida”, desplegando otra forma de vivir más
allá del templo que, con su ejemplo de
vida y testimonio, haga posible otro mundo más humano y evangélico. La
madurez de su fe le debe llevar, no sólo a
discernir los signos de los tiempos,
sino a poder escribirlos de vez en
cuando. La lógica evangélica es intentar
construir una sociedad que en no esté basada en los valores del dinero, el
consumo, el poder, el dominio o el descarte, fomentando el amor, la igualdad
y la solidaridad.
Solo saliendo de nuestros lugares sagrados, mezclándonos
con las personas y encarnándonos en la realidad sufriente del mundo:
pobres, presos, mujeres objeto de violencia, niños y niños explotados, desahuciados,
excluidos de los servicios sociales, inmigrantes, refugiados, ancianos,
parados, hombres que han perdido el sentido, en la desesperanza, la soledad…, es
donde nos podremos encontrar con el propio Jesús, con el Dios vivo y
verdadero. Desde aquí podremos ser creíbles, uniendo nuestra pasión y
nuestra acción, para poder transformar esa realidad y así ser luz y
fermento en medio de nuestra sociedad.