“—Sólo se conocen
las cosas que se domestican —dijo el zorro—. Los hombres ya no tienen tiempo de
conocer nada. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero como no existen
mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si quieres un amigo,
¡domestícame!”.
Antoine Saint-Exupéry
Vivir sin amigos es
como estar en el desierto, pues la amistad multiplica los bienes y reparte los
males.
J. L. Vázquez Borau
Nos recordaba Antoine Saint-Exupéry, que los hombres
de hoy, ya no sabemos como hacernos amigos y ese es posiblemente uno de los
dilemas más desoladores de nuestro tiempo. El hombre es un “nudo de
relaciones”, y la clave de este nudo es precisamente esa capacidad humana
para la amistad. Esa necesidad de abrirse a la existencia del otro y de
establecer un vínculo duradero en el cual no solo me conozca, sino que me
descubra a mí mismo y pueda comprender mejor al ser humano. La amistad es un
regalo, un don, pero es también el fruto de un esfuerzo. No podemos
conformarnos con quedarnos en la epidermis de una amistad efímera, la verdadera
amistad exige generosidad, donación y confianza.
Como revela Saint-Exupéry en El principito, “sólo
con el corazón se puede ver bien”. En el pensamiento clásico, hubo grandes
contribuciones al estudio de la amistad, como quedó reflejado en las obras de
Cicerón y de Séneca. Ellos nos han ayudado a captar la profundidad que lo que
significa la amistad y su modo de vivirla.
Cicerón escribió en su obra De amicitia que el
amigo es “otro yo”, “la mitad de nuestro ser” y, que la verdadera amistad se
alcanza mediante el cultivo de la virtud, en especial la fidelidad y la
constancia.
Séneca anima a ser útil y servicial con los amigos,
siendo la solidaridad una de sus fundamentales virtudes. La obligación
del amigo es visitarle y atenderle en su desamparo, en la enfermedad o la
soledad. No se olvida de la obligación de ayudar al amigo indigente, de atender
al padre anciano, porque el amor y el afecto han de acompañar a la amistad.
La mística de la amistad es un buen camino para la
espiritualidad creyente. La experiencia cristiana no es creer en Dios, sino relacionarnos
con Dios como amigo. Dios ya no es una idea, o un ser distante, sino que
es un amigo que nos llama a la amistad sin límites. Jesús nos reveló que Dios
es padre y amigo, y ambos símbolos se completan, pues el padre es
significativo si es amigo. La experiencia cristiana de Dios es la experiencia
del amor de amistad, en el sentido más fuerte de la palabra. Así, dice a sus
discípulos: "Os llamo amigos... Nadie tiene mayor amor que el que da la
vida por el amigo..." (Jn 15,12-16). Para Jesús, el "mayor
amor" es el amor de amistad.
Dios, como nos recordaba el primer libro de Samuel, “guarda
los pasos de sus amigos” (1Sam 2). Abraham, el padre de los
creyentes fue el primer hombre al que Dios llamó amigo; así lo comenta el
profeta Isaías: “Y tú, Israel, siervo mío; Jacob, mi escogido; estirpe de
Abraham, mi amigo, a quien escogí de los extremos de la tierra, a quien llamé
desde sus confines, diciendo: “Tú eres mi siervo, te he elegido y no te he
rechazado”, no temas, porque yo estoy contigo, no te angusties, porque yo soy
tu Dios. Te fortalezco, te auxilio, te sostengo con mi diestra victoriosa”
(Is 41, 8-10). Pero esa amistad también era cercana con Moisés, nos
recuerda el libro del Éxodo, que Dios bajaba a la tienda del Encuentro y lo
hacía “cara a cara, como habla un hombre con un amigo” (Ex 33, 9-11).
La amistad, debe ser el componente necesario de cualquier
forma de amor, es la que expresa mejor la libertad del amor, necesaria para que
éste llegue a su madurez. La amistad es la única existencia universal del amor,
igual que lo es el amor que Dios ofrece en Jesús. La amistad que practicó
Jesús, nos revela el ideal de la amistad humana, como el modo de amar a Dios.
El nazareno amó a todos con misericordia y ofreció su amistad a todos. Pero
como hombre, estuvo cerca no solo de sus discípulos, como nos comentan los
evangelios, sino que estableció una amistad de manera cercana con el apóstol
Juan (el discípulo amado), de Lázaro (al que lloró su muerte), de sus hermanas Marta
y María, de José de Arimatea, Nicodemo, etc.
Las llamadas de Jesús a la amistad de forma fraterna entre
todos, son las llamadas de un amigo cercano. Su mandamiento es que nos amemos
unos a otros como él nos ama, que seamos amigos y solidarios, que practiquemos
la projimidad unos con otros. La gran novedad de Jesús es que "los
otros" ya no son personas indiferentes o distantes. No son personas que se
las pueda usar, de las que se deba abusar y tampoco ignorar, explotar u odiar.
A causa de la paternidad amistosa de un Dios universal, "los otros"
están llamados a ser mis hermanos y hermanas.
La espiritualidad es básicamente crecer en la amistad con Jesús y en
la fraternidad con los demás.
La amistad con Dios, a través de Jesús, nos lleva a la
misericordia y la solidaridad con todos, sobre todo con los que más sufren.
Toda solidaridad cristiana es una síntesis entre la fraternidad y la
misericordia, o mejor, la solidaridad permanece habitada por la amistad y
por la misericordia. Jesús no es sólo amigo, sino también salvador y
liberador, y su amistad es una solidaridad eficaz con respecto a las
miserias del amigo, del hermano, del prójimo.
La verdadera amistad con Jesús se expresa con la bondad,
la humildad, la mansedumbre, la solidaridad y la misericordia. La
enumeración de las bienaventuranzas del evangelio de Mateo, hace de la
misericordia y de la justicia el eje fundamental de la amistad con Jesús. Las
Bienaventuranzas son la revelación de la cercanía de Dios, que se sitúa bajo el
signo de la absoluta gratuidad. Son el camino de la amistad con Jesús, un
estilo de vida y un modo de actuar para el cristiano. Los amigos de Jesús
no se han de ocultar detrás de una espiritualidad sin compromisos, su conducta
deberá estar marcada por una dedicación misericordiosa a las personas,
que significa ser sensibles a los sufrimientos de quienes nos rodean, buscar
la paz y la justicia, desde la humildad y sin imponer formas de pensar.
Seamos fraternos y misericordiosos, sobre todo seamos amigos.
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