viernes, 11 de agosto de 2017

Vivir el tiempo

Para que en el vacilante intervalo, para que en lo oscuro haya algo aferrable…
F. Horderlin

Necesitamos desactivar el tiempo acelerado que crea en nosotros “entrañas impacientes”. Todo se realiza al instante…No hay tiempo para permanecer, para durar en la contemplación reposada superando los impactos emocionales que sorprenden y marcan nuestra afectividad en segundos.
González Buelta
Acabamos de terminar el tiempo de Pascua, un tiempo especial  y oportuno para el encuentro con Dios (Kairós), el tiempo del Espíritu, donde el cristiano y la Iglesia quieren “preñarse de Dios”. Pasados los tiempos fuertes de la liturgia, se vuelve al tiempo ordinario, donde “Cronos” (tiempo cotidiano) y “Kairós” coinciden en el despliegue cotidiano de la experiencia religiosa.  En la conciencia del creyente está siempre el buen uso del tiempo, organizando y empleando su vida en tensión el ahora y el futuro, transcendiendo su existencia pero con los pies en la tierra. En tiempos pasados, la campana y el reloj parroquial marcaban la vida y la muerte del creyente, la noche y el día, las estaciones y el año eran organizados en función de los tiempos y fiestas litúrgicas.
Hoy no solo asistimos a una fuerte secularización del tiempo religioso, se ha producido un vaciamiento marcado principalmente por el trabajo y el consumo, producto de nuestras sociedades postmodernas que ven en él un imaginario más, un “metarrelato”. Nuestras sociedades líquidas quieren rebelarse contra el tiempo, subrayando la brevedad de todas las condiciones existenciales, instalándose en la realidad presente. Incluso estamos viviendo en la pura instantaneidad, nos estamos quedando sin tiempo, no hay tiempo difuminándose los límites de su realidad (Cruz). El nuevo paradigma de la transparencia propugnada por las sociedades líquidas está despojando al tiempo de su aroma, anulando la otredad y convirtiendo al otro en un idéntico. El lenguaje de la transparencia es maquinal y funcional, y los números a diferencia de los relatos, no desprenden ningún aroma y disuelven el tiempo en la nada (Chul Han).
El individuo, en principio puede decidir libremente lo que quiere hacer con su tiempo. Pero esta libertad no parece que se imponga, las obligaciones de trabajo, las obligaciones privadas o de ocio, hacen que el individuo se sienta atrapado del tiempo, sin salida y  casi sin indefensa. Vive en el estrés del tiempo (Plattner), una realidad que va más allá de lo personal y que tiene una clara realidad social. La disciplina del tiempo es un imperativo en las sociedades tecnificadas, todo debe estar planificado y milimetrado, incluso hasta las vacaciones. Esto ha provocado una disincronía, no hay nada que rija el tiempo, la vida no se enmarca en una estructura ordenada, ni por unas coordenadas que generen una duración, lo que se impone es la fugacidad y lo efímero.
Cada momento histórico requiere su Kairós (su tiempo oportuno), lo importante es saber captarlo. Parece necesario un cambio de actitud frente al propio tiempo, empezar a concienciarnos de cómo lo podemos afrontar y cuáles son nuestras consecuencias frente a la actitud de la realidad temporal. Pero también, dejarse habitar por esa realidad que nos trasforma,  por esa sinfonía callada, que fluye como manantial sereno desde el silencio. El verdadero silencio nos sitúa más allá de las palabras y recupera el sentido del tiempo como pasado y futuro. En el silencio es donde toma forma toda palabra, es el tiempo donde el individuo se define, se interroga sin decir nada, nos sitúa y nos descubre el lugar donde nos encontramos, sin análisis ni cálculos mentales. En el hondón del silencio el individuo se abre al tiempo y a la transcendencia. Parece urgente recuperar el sentido del tiempo y el sentido del silencio en nuestra cultura posmoderna.
Desde el silencio, se debe apostar por una concepción del tiempo en la que predomina una visión futura, sin dejar de mirar al pasado y al presente. Es una mirada de “ojos abiertos”, quiere percibir toda la realidad porque sabe que la última dimensión de todo lo real está habitada por la Transcendencia. No se cansa de contemplar la vida, en ella encuentra el rostro de Dios y, con creatividad quiere sumergirse en realidades desgarradoras, iluminarlas y transformarlas. La promesa de un futuro diferente, tiene que comenzar en las transformaciones del presente, los tiempos nuevos comienzan en la lucha por la justicia y la denuncia de realidades contra la libertad y la exclusión que destruyen a los más desfavorecidos. Contemplar en el silencio es, por tanto, intuir, entrar en el "presente absoluto", que es el tiempo verbal de la eternidad.
Recuperar el sentido del tiempo, es indignarse y desenmascarar las estructuras que cobijan las ideologías que lo disfrazan y mantienen relaciones injustas y poco solidarias. Estos “ojos abiertos” quieren empujar el tiempo y la historia hacia el cambio, acelerar la historia hacia el futuro que se atisba, subrayando como necesario la libertad, la justicia y la solidaridad. Se quiere vivir este tiempo entre el descontento de la crítica, impulsando la necesaria transformación (Mardones). Quiere ser un tiempo vinculado al amor del Dios – hombre, que se manifiesta con los más pobres, para muchos locura y escándalo, ya que desborda los itinerarios cotidianos de nuestra sensatez.








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