lunes, 26 de agosto de 2013

¿Y si Egipto estuviese preparando un futuro post-islamista?

¿Y si Egipto estuviese preparando un futuro post-islamista?
por Jean-Jacques Pérennès OP


Fuente: Cildalc

Egipto vive horas dramáticas que suscitan una condena sin matices de las fuerzas de seguridad egipcias, lo cual contribuye a asentar en la opinión pública la convicción de que el derrocamiento de Mohamed Morsi * fue una iniciativa lamentable, “un verdadero golpe de estado contra un presidente elegido democráticamente”.

– Lamento, naturalmente, los cientos de muertos que causó la evacuación de dos sitios ocupados por los Hermanos Musulmanes * durante seis semanas, desearía que hubiese sucedido de otra manera; con todo, es preciso hacer unas aclaraciones.

– La destitución de Mohamed Morsi fue el resultado de un ingente movimiento popular de pro-testa que movilizó a millones de egipcios, de todos los grupos etarios, de confesión y de estatus social variopintos. Esta movilización ha sido mucho más vasta que la que condujo a derrocar a Mubarak hace dos años y medio, y mueve a pensar que una gran mayoría de musulmanes egipcios comprendió al cabo de solo un año que era necesario terminar con el islamismo político. Lo cual es una muy buena noticia que anuncia, así esperamos, poner un freno, si no es que de-tener totalmente, al islam político que envenena el destino del Medio Oriente desde hace décadas. Si esta transición tuviese, sería crucial para toda la región que observa a este país con menos prejuicios que el mundo occidental, el cual juzga una vez más lo que está sucediendo con una mirada demasiado simplista. El ejército egipcio ha sido el instrumento de esta transición y es de dudar que quisiera seguir implicado en ello, por-que ya tuvo experiencias amargas entre febrero de 2011 y junio de 2011. El ejército, ciertamente, se preocupa por mantener sus privilegios, pero es innegable que el pueblo egipcio apoya masivamente la lucha actual contra el extremismo de los Hermanos Musulmanes.

– La segunda aclaración es que los Hermanos Musulmanes egipcios han quedado desenmascarados. Aprovechando la apertura democrática de la primavera de 2011 que les permitió constituir su partido político, el Partido Libertad y Justicia, accedieron al poder procurando tranquilizar a todo el mundo acerca de sus intenciones. «No –dijeron – ellos no acapararían el poder, los coptos serían considerados como ciudadanos de pleno derecho, etc.». Pero ahora podemos ver con más claridad. Mohamed Morsi actuó de manera sectaria: no como el presidente de todos los egipcios, sino como la correa de transmisión de la Cofradía de los Hermanos Musulmanes, que se convirtió, bajo las apariencias de una democracia formal, en el centro de hecho del poder político. Esto los egipcios lo entendieron rápidamente, comenzando por muchos de los que votaron por ellos convencidos de que bajo la guía del Islam iban a servir en verdad al bien común del país.

– En los hechos los Hermanos Musulmanes maniobraron ante todo para instalarse en el poder, valiéndose de todas las medidas para conseguir posiciones, y no ofrecieron a una población con el 40% bajo el umbral de la pobreza sino discursos político-religiosos, cuando esa gente esperaba trabajo, hospitales decentes, escuelas que funcionen, más justicia social. Un año en el poder bastó para desacreditar a los Hermanos Musulmanes a los ojos de la gran mayoría de los egipcios.

– La tercera clarificación se ha dado en estas últimas semanas, en los momentos de la destitución de Mohamed Morsi, cuando los líderes de la Hermandad llamaron a sus partidarios a «resistir hasta el martirio». Es una tremenda responsabilidad, pues sabemos las resonancias que tiene esta llamada en el inconsciente musulmán: la Yihad, el paraíso prometido, etc. Con todo, la autoridad interina les propuso volver al juego político en el cual es legítimo que ocupen un lugar, porque tienen una real base popular; y hubo intentos de mediación conducidos por la Unión Europea y los Estados Unidos. Todo esto ha sido inútil: lógica intransigente de los Hermanos ha llevado a los dramas de estos últimos días, en los cuales mueren los activistas de base y no los líderes de la Hermandad, cuya responsabilidad por el baño de sangre que ha venido después es grande.

– Por último, ¿es posible creer actualmente en las propuestas moderadas que han sostenido en los últimos meses los Hermanos Musulmanes para tranquilizar a los cristianos egipcios? Los discursos cargados de odio que se pronuncian a menudo en las mezquitas y en los círculos islámicos han dado sus frutos en estos días: fueron incendiadas decenas de iglesias, dos monasterios y un orfanato, religiosas que han dedicado su vida a servir a los pobres fueron apaleadas, y es de temer que todo esto no se detenga.

– El mundo occidental –la prensa y los políticos por igual– tiene una responsabilidad grave cuando se limita simplemente a condenar la represión actual, pero todo el mundo se quedó callado cuando Mohamed Morsi se arrogó plenos pode-res, impuso una Constitución tendente a sentar las bases de un estado islámico al término de una Asamblea Constituyente de pacotilla que los Hermanos Musulmanes se dedicaron a bloquear por la fuerza. Se habla en estos días de cortar el abasto de víveres a Egipto, lo cual no servirá más que para prologar la miseria y poner al país en manos de los extremistas.
En vista de esta situación dramática, ¿qué habría que desear para el futuro?

– Ante todo, la reanudación tan pronto como sea posible del diálogo político que habían intentado los enviados europeos y estadounidenses. Las petromonarquías del Golfo no han ocultado su intención de ser actores cruciales en el futuro del Egipto: apoyaron el derrocamiento de Mohamed Morsi y ofrecieron de inmediato ayuda financiera –14 mil millones de dólares, muy valiosos para un país devastado–; estos países sitúan frente a lo que sigue. No son ciertamente los mejor situados para apoyar la aspiración a la libertad y a la ciudadanía que dio origen a la primavera árabe. El grupo en el poder en Egipto es frágil: las restricciones económicas y sociales que debe enfrentar son muy gravosas. El estado debe luchar, además, contra el riesgo real de un movimiento yihadista en el Sinaí que podría llevar a derivaciones terroristas. Los egipcios esperan del mundo occidental menos condenas y más apoyo.

– La autoridad interina ha comenzado ya una revisión de la Constitución que Mohamed Morsi hizo aprobar sin debate suficiente. Planea orga-nizar elecciones legislativas y presidenciales tan pronto como sea posible. Este es el mejor ca-mino para un retorno cuanto antes a un funcionamiento normal de las instituciones, con lo cual los militares volverían a sus cuarteles y los políticos retomarían plenos poderes. Esto no es fácil: el riesgo de un retorno de los mubarakistas no se excluye; los egipcios «liberales» se hallan todavía muy divididos; los jóvenes revolucionarios de la plaza Tahrir son demasiado idealistas. Este na-cimiento de la democracia egipcia tomará años. Hay que darle tiempo a este país para que lo logre, acompañarlo y apoyarlo en esta conquista.

– De momento, las heridas y el resentimiento son profundos, tanto entre los Hermanos Musulmanes como entre los coptos. Tomará mucho tiempo a la sociedad egipcia curar estas heridas, pero Egipto tiene una ventaja sobre muchos otros países del Medio Oriente (Irak, Líbano, Siria): ser un país homogéneo, sin divisiones regionales ni de carácter étnico-religioso. No nació de la repartición de la región después de la caída del Imperio Otomano, y esto es hoy en día un activo muy valioso.

– Puede ser que el episodio dramático que estamos viviendo sea visto dentro de unos años como el primer paso en la invención por un pueblo de mayoría musulmana de un futuro post-islamista. Si esto llegase a confirmarse, sería para Egipto y para toda la región una buena noticia extraordinaria que merece algo mucho mejor que nuestros juicios apresurados

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