Miguel de Unamuno y la Peña de Francia
En una entrada del año anterior, comentábamos la relación de don Miguel con los dominicos del ![[Img #517479]](https://lh3.googleusercontent.com/blogger_img_proxy/AEn0k_sOITrPad8qp562v4f6GaEXUI_Zbs4xoY6BAvwBKa7-k_YbnW6-UaoUbMfjjdJt30SJ9uEGaDTiET5Xo5lhlLhWw_i6kmufGIGkYupKU0RNQ9s9WJUgdkxeepHI8RXOcE0ygbg=s0-d) convento
 de San Esteban, donde se refugia en un momento de su “crisis” y 
cautiverio desolador buscando la paz en su corazón y su pensamiento. 
Después de la “crisis” y, en la Semana Santa de 1897, comienza a 
escribir su “Diario”, estaba en Alcalá de Henares invitado por el P. 
Juan José Lencada al que había acudido en demanda de ayuda. El P. 
Lencada era un jesuita amigo de su época juvenil en Bilbao, Consiliario 
de la Congregación de San Luis Gonzaga, de la que don Miguel fue 
secretario en su juventud. En su “Diario” muestra su desesperación en 
esos días, incluso pensó en el suicidio, pero esa profunda “crisis” 
supondrá un fuerte cambio en su pensamiento, incluso llega hablar de 
“resurrección”. Don Miguel quedará escindido en dos, uno público y otro 
privado, en el que ahondará y revisará sus ideas, tomando partido por 
una razón sentimental que culminará en su obra Del sentimiento trágico de la vida.
convento
 de San Esteban, donde se refugia en un momento de su “crisis” y 
cautiverio desolador buscando la paz en su corazón y su pensamiento. 
Después de la “crisis” y, en la Semana Santa de 1897, comienza a 
escribir su “Diario”, estaba en Alcalá de Henares invitado por el P. 
Juan José Lencada al que había acudido en demanda de ayuda. El P. 
Lencada era un jesuita amigo de su época juvenil en Bilbao, Consiliario 
de la Congregación de San Luis Gonzaga, de la que don Miguel fue 
secretario en su juventud. En su “Diario” muestra su desesperación en 
esos días, incluso pensó en el suicidio, pero esa profunda “crisis” 
supondrá un fuerte cambio en su pensamiento, incluso llega hablar de 
“resurrección”. Don Miguel quedará escindido en dos, uno público y otro 
privado, en el que ahondará y revisará sus ideas, tomando partido por 
una razón sentimental que culminará en su obra Del sentimiento trágico de la vida.
Ese
 mismo año de la “crisis” acude a la Peña de Francia, los dominicos no 
habían recuperado todavía el santuario, que será en el año 1900. Irá 
acompañado por su director espiritual el P. Lecanda, que había llegado a
 Salamanca el 18 de agosto, comenta Etelvino González, donde firmará en 
el Álbum de Honor del santuario el día 21, aunque no lo hará don Miguel.
 Allá arriba, pues, ascendiendo pasa a paso y huelgo a huelgo el 
pedregoso sendero, allá arriba, a hacer provisión de sol y aire y de 
reposo…Es un momento que creyó haber vuelto a la fe de su infancia,
 comenzó a practicar, entra en las iglesias y se pasa largos ratos en 
ellas en oración. Es una época de excelente relación con el Padre 
Cámara, comenzando a frecuentar en convento de los dominicos dialogando 
con el P. Arintero, a quien intenta elegir como nuevo director 
espiritual ante las indiscreciones en la prensa del P. Lencada.
En
 1911, lo encontramos de nuevo en la Peña de Francia con sus amigos 
franceses, Maurice Legendre y Jacques Chevalier, donde proyectan el 
viaje a las Hurdes que realizaran dos años más tarde. ¿Distracciones?
 ¿Diversiones? ¡No; a Dios gracias, no!...Al perderse así en aquel 
ámbito de aire hay que meterse en sí mismo. Pero en lo mejor de sí. 
Meditar, esto es, vagabundear con el espíritu por los campos de lo 
indefinido, mientras se contempla aquellas negras masas de mosquitas al 
abrigo de los muros interiores del santuario,…, o mientras oímos 
perderse en el aire de la cumbre los sones de la salve del rosario, que 
brotan del coro al despedirse el día.
 En
 1913, después de su viaje a las Hurdes, está en contacto con los 
jóvenes dominicos, participa en la liturgia y en el rezo del rosario, 
leía libros con tranquilidad, tomaba baños de sol y de aire, tenía 
animosas charlas en la plaza después de la cena y sobre todo pasa horas 
en el silencio del santuario: Silencio sobre todo. He vivido unos 
días de silencio, de augusto silencio… A ratos el canto dulce del 
armonio que en el coro del santuario tocaba algún dominico de los que 
allí arriba……¡Qué sabrosas conversaciones con ellos, allí arriba, en el 
seno del silencio, tendidos sobre la cumbre!... Recogerse una 
temporada, sí, y callar, callar, envolviéndose como en una mortaja de 
resurrección en el silencio… a la búsqueda de alguno de nuestros otros 
yos, de alguno de aquellos que he ido dejando en las encrucijadas del 
camino de la vida…![[Img #517481]](https://lh3.googleusercontent.com/blogger_img_proxy/AEn0k_vAuuwVhThOgTcGUDvzkfI02V5-GJWVDURZ8s7kbWXiUORyjeAl5bFQR6n26scUugHQI_Rh5ptwUzZNZYyTUh7DbtWqJ7-YKstLUFEDv-UIqqxO3K51RRXHEQs0lCAcn0LoOo02=s0-d)
El
 silencio de la Peña será un lugar de gran inspiración, en ese mes de 
agosto 1913 comenzó a perfilar algunos de los primeros versos de su Cristo de Velázquez, que
 irá madurando y desarrollando durante siete largos años, hasta que lo 
publica en 1920. Comenta Laureano Robles, que en la paz de la Peña de 
Francia, tanto a J. Chevalier como a Maurice Legendre, don Miguel les 
leyó lo que llevaba escrito de su poema El Cristo de Velázquez. En
 numerosas cartas dará testimonio de que está escribiendo un poema donde
 quiera reflejar su cristología realista, la fe de su pueblo. En 1914, 
llegará a leer algún poema del Cristo en el Ateneo de Madrid, donde dice
 que ya contaba con mil quinientos versos.
Su poema es una respuesta a las preguntas planteadas en el Sentimiento trágico de la vida, una de las grandes preguntas ¿Qué es el hombre?, interrogante que sólo se aclara ante Dios,
 encontrándose en la humanidad de Cristo. Comenta Olegario González de 
Cardedal, que en este gran poema, Unamuno quiso realizar el libro de su 
vida y de su fe, dándose en su plenitud como poeta y como cristiano. En 
los poemas, va desarrollando la obsesión que tiene por Dios, Dios le 
persigue como a un nuevo Saulo. Va perfilando en estos versos un 
sentimiento trágico, mientras que la razón niega la existencia de Dios, 
el corazón lo afirma, una razón cordial: siente el pensamiento, piensa el sentimiento.
 El sentimiento es el núcleo de la conciencia personal, del cual deriva 
el modo de entender el mundo y el modo de acoger a Dios. Cristo ocupa 
una posición central en su obra, tan central como que le obsesiona. En 
Cristo ha encontrado la humanidad el camino hacia Dios, que nos hace 
partícipes de su naturaleza divina, pero también saber qué es el hombre,
 como ser creador.
Unamuno, como cualquier hombre religioso moderno, no renuncia a la pretensión de verdad de sus enunciados para evitar todo fundamentalismo, llegando a Dios no sin pocos rodeos. El acceso a Dios es un asunto personal e intransferible
 que cada uno soluciona como puede, Él deja sentir su presencia 
misteriosa de muchas formas. Cada ser humano tiene su propia historia 
con Dios. El Cristo de Velázquez, no sólo será un poema magistral, sino la expresión profunda de una religiosidad que se abre hacia Dios como un gran icono oriental, abarcando lo humano y lo divino sin separarse en cada verso.
(…) mostrándonos
al Hombre que murió por redimirnos
de la muerte fatídica del hombre;
la Humanidad eterna ante los ojos
nos presenta (…)
(…) Destapaste a nuestros ojos
la humanidad de Dios; con tus dos brazos
desabrochando el manto del misterio
nos revelaste la divina esencia,
la humanidad de Dios, la que del hombre
descubre lo divino (…)
Sello es de tu davídico linaje, 
Pregón de humanidad, muga que marca
Donde el reino de Dios toca el del hombre
Y se colindan (…)
 
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