La
vida social se ha transformado en una vida electrónica o cibervida,
donde gran parte de la “vida social” se desarrolla en compañía de una
computadora o un celular, y solo secundariamente
con otros seres de carne y hueso.
Zygmunt Bauman
Vivimos en la
llamada era postmoderna (Lyotard), una metáfora que viene siendo
utilizada desde los años 80 para interpretar y analizar la sociedad en
la que nos movemos, al menos en Occidente. Con el
fallecimiento de Zygmunt Bauman, nos hemos quedado sin uno de los
analistas más lúcidos de la postmodernidad, esa
sociedad líquida, cambiante e invertebrada, donde las
condiciones de actuación de las personas cambian antes de que se
consoliden ciertas pautas de conducta definidas. Cuando quieres decir
adiós humildemente a un hombre tan preclaro, no tienes
palabras para sintetizar en un instante un mínimo de sentido, que nos
acerque a su vida y su obra. Tal vez, nos sobren las palabras y
deberíamos contrastar los interrogantes de Bauman con nuestros propios
silencios, con los silencios del mundo. Desde aquí
recomendaría leer sus escritos para abrir horizontes y no precipitarnos
en una mirada fugaz que nos lleve al olvido.
Vivimos en un
mundo cambiante y movible, en nuestra cultura del fragmento, del
desenganche, no busca ni educa en la profundidad y en la pregunta. Los
modelos sociales que se proyectan, son la de la
personalidad hedonista, egoísta, narcisista, triunfadores en una
sociedad del “todo vale”. Anclados en una realidad consumista,
acaparadora y volátil, quiere subrayar el poder, la fama y el dinero,
siendo todo un objeto consumible y mercantilizable.
La sociedad líquida valora lo que pueda ser demostrado en cifras cuantificables y pueda ofrecer un beneficio inmediato,
tiene su modelo en el comercio y las finanzas. Todo
tiene que ser previsible y controlable, incluso la cultura o el saber.
Materias que contribuyen al desarrollo del ser humano, como la
filosofía, la sociología, la historia, la poesía, la música,
la teología, no solo no ofrecen ninguna ventaja social y son
descartables, sino que pueden ser un peligro en esta sociedad que
entroniza el placer y el consumo.
Zygmunt
Bauman, nació el 18 de noviembre de 1925 en la ciudad polaca de Poznan,
hijo de un humilde matrimonio judío, obligados a huir a Rusia por la
persecución del nazismo. Se alistará en el ejército
Polaco en la Segunda Guerra Mundial y se afiliará al partido comunista
en el año 1951. En ese año alcanzará un puesto como profesor de Ciencias
Sociales en la Universidad de Varsovia, cátedra que tendrá que
abandonar en 1965, por permitir a unos estudiantes
publicar una carta criticando el sistema socialista. Se le acusó de
alimentar las revueltas estudiantiles y de corromper a la juventud, con
lo que tendrá que beber la cicuta del exilio, que le llevará a varios
países, encontrando refugio en la universidad
británica de Leeds, allí desarrollará su carrera docente hasta su
jubilación.
Bauman ha
recibido numerosos premios internacionales, en nuestro país, el premio
Príncipe de Asturias de Comunicación y humanidades 2010, junto al
pensador francés Alain Touraine. En su discurso comentó
que toda su vida ha intentado hacer sociología como le enseñaron sus dos
profesores, Stanisław Ossowski y Julian Hochfeld, hace setenta años. Lo
que enseñaron, comentaba, fue tratar
la sociología como una disciplina de las humanidades, cuyo único,
noble y magnífico propósito es el de posibilitar y facilitar el
conocimiento humano y el diálogo constante entre humanos.
Comentaba, que así como Cervantes envió al Quijote a romper
los velos que ocultan el mundo y poder comprender la realidad, él ha
intentado profundizar más allá de las capas que se interponen para
comprender el mundo y al hombre. Uno de esos velos, comentaba Bauman,
son las ideologías, que hacen que miremos sin llegar
a ver un mundo donde no hay certezas, o bien la única certeza que es la incertidumbre.
Finalizaba que estamos destinados, una y otra vez, a comprendernos a
nosotros mismos y a los demás, siempre de forma inconclusa.
En una de sus últimas obras, nos iluminaba con la
“ceguera moral” o la insensibilidad moral frente a los
demás. Utilizaba el concepto griego “adiáfora” (indiferente),
produciéndose un desplazamiento mental y cultural a un campo en el que
el individuo está libre de cualquier consideración moral,
no siendo sensible al dolor ajeno. Ese crepúsculo del deber
(Lipovetsky), claudicación casi patológica de la consideración del ser
humano, del otro y del prójimo, tiene que ver con una aceptación sumisa y
vergonzante de las
nuevas reglas de juego que ha impuesto la sociedad líquida. Bauman
comparte la idea de Hannah Arendt y su banalidad del mal, éste no se
limita a las guerras o a situaciones extremas,
acecha la vida cotidiana de las personas, motivadas por
las trivialidades y banalidades que nuestra sociedad presenta y vende.
Termina su libro con una apuesta por la creatividad y la solidaridad,
donde se debe enseñorear la esperanza y reconstruir
el amor, la amistad y la lealtad, sin las cuales la nada bueno se había
desarrollado en la humanidad. Bauman se nos ha marchado, pero ha
brillado con una “LUZ SÓLIDA”, para que podamos desplegar una mística de
“ojos abiertos” en la cotidianidad líquida y fugaz.
En el camino
de la vida lo más sorprendente son los encuentros fortuitos,
inesperados, que nos deslumbran y nos ayudan a creer en humanidad.
Muchos hombres y mujeres que nos han precedido a lo largo
de la historia, nos han dado un ejemplo de vida y valores sólidos,
podemos empaparnos de su ejemplo. Sabiendo que los encuentros más
fascinantes acontecen en nuestro interior, en el hondón del corazón,
reelaborando el néctar de las mejores miradas de los diferentes
encuentros. Esa experiencia interior de “ojos abiertos”, es donde el
Espíritu acompaña, libera y da anchura y nos posibilita a mirar a los
seres humanos con respeto, miramiento y amor. Nos hace ver que
todo es sagrado, que no se pierde cada gesto, palabra y
silencio que podamos ofrecer a los otros, sobre todo a los que peor lo
están pasado. Nos sorprendería la cantidad de cosas que podríamos hacer
si lográsemos vivir el presente en plenitud
y con plena conciencia. La experiencia del misterio ocurre en las
pequeñas señales de lo cotidiano y adentrándonos en su espesura, en los
silencios creativos de ver críticamente el mundo, en los pequeños
encuentros con los amigos, en un amanecer, en la visita
a un enfermo, en la mirada amorosa al inmigrante, en el cielo
estrellado, en querer cambiar desde el corazón las cosas que nos rodean
cada día.
Juan Antonio Mateos Pérez
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