lunes, 6 de marzo de 2017

Una luz sólida para tiempos líquidos


La vida social se ha transformado en una vida electrónica o cibervida, donde gran parte de la “vida social” se desarrolla en compañía de una computadora o un celular, y solo secundariamente con otros seres de carne y hueso.
Zygmunt Bauman
Vivimos en la llamada era postmoderna (Lyotard), una metáfora que viene siendo utilizada desde los años 80 para interpretar y analizar la sociedad en la que nos movemos, al menos en Occidente. Con el fallecimiento de Zygmunt Bauman, nos hemos quedado sin uno de los analistas más lúcidos de la postmodernidad, esa sociedad líquida, cambiante e invertebrada, donde las condiciones de actuación de las personas cambian antes de que se consoliden ciertas pautas de conducta definidas. Cuando quieres decir adiós humildemente a un hombre tan preclaro, no tienes palabras para sintetizar en un instante un mínimo de sentido, que nos acerque a su vida y su obra. Tal vez, nos sobren las palabras y deberíamos contrastar los interrogantes de Bauman con nuestros propios silencios, con los silencios del mundo. Desde aquí recomendaría leer sus escritos para abrir horizontes y no precipitarnos en una mirada fugaz que nos lleve al olvido.
Vivimos en un mundo cambiante y movible, en nuestra cultura del fragmento, del desenganche, no busca ni educa en la profundidad y en la pregunta. Los modelos sociales que se proyectan, son la de la personalidad hedonista, egoísta, narcisista, triunfadores en una sociedad del “todo vale”. Anclados en una realidad consumista, acaparadora y volátil, quiere subrayar el poder, la fama y el dinero, siendo todo un objeto consumible y mercantilizable. La sociedad líquida valora lo que pueda ser demostrado en cifras cuantificables y pueda ofrecer un beneficio inmediato, tiene su modelo en el comercio y las finanzas. Todo tiene que ser previsible y controlable, incluso la cultura o el saber. Materias que contribuyen al desarrollo del ser humano, como la filosofía, la sociología, la historia, la poesía, la música, la teología, no solo no ofrecen ninguna ventaja social y son descartables, sino que pueden ser un peligro en esta sociedad que entroniza el placer y el consumo.
Zygmunt Bauman, nació el 18 de noviembre de 1925 en la ciudad polaca de Poznan, hijo de un humilde matrimonio judío, obligados a huir a Rusia por la persecución del nazismo. Se alistará en el ejército Polaco en la Segunda Guerra Mundial y se afiliará al partido comunista en el año 1951. En ese año alcanzará un puesto como profesor de Ciencias Sociales en la Universidad de Varsovia, cátedra que tendrá que abandonar en 1965, por permitir a unos estudiantes publicar una carta criticando el sistema socialista. Se le acusó de alimentar las revueltas estudiantiles y de corromper a la juventud, con lo que tendrá que beber la cicuta del exilio, que le llevará a varios países, encontrando refugio en la universidad británica de Leeds, allí desarrollará su carrera docente hasta su jubilación.
Bauman ha recibido numerosos premios internacionales, en nuestro país, el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y humanidades 2010, junto al pensador francés Alain Touraine. En su discurso  comentó que toda su vida ha intentado hacer sociología como le enseñaron sus dos profesores, Stanisław Ossowski y Julian Hochfeld, hace setenta años. Lo que enseñaron, comentaba, fue tratar la sociología como una disciplina de las humanidades, cuyo único, noble y magnífico propósito es el de posibilitar y facilitar el conocimiento humano y el diálogo constante entre humanos. Comentaba, que así como Cervantes envió al Quijote a romper los velos que ocultan el mundo y poder comprender la realidad, él ha intentado profundizar más allá de las capas que se interponen para comprender el mundo y al hombre. Uno de esos velos, comentaba Bauman, son las ideologías, que hacen que miremos sin llegar a ver un mundo donde no hay certezas, o bien la única certeza que es la incertidumbre. Finalizaba que estamos destinados, una y otra vez, a comprendernos a nosotros mismos y a los demás, siempre de forma inconclusa.
En una de sus últimas obras, nos iluminaba con la “ceguera moral” o la insensibilidad moral frente a los demás. Utilizaba el concepto griego “adiáfora” (indiferente), produciéndose un desplazamiento mental y cultural a un campo en el que el individuo está libre de cualquier consideración moral, no siendo sensible al dolor ajeno. Ese crepúsculo del deber (Lipovetsky), claudicación casi patológica de la consideración del ser humano, del otro y del prójimo, tiene que ver con una aceptación sumisa y vergonzante de las nuevas reglas de juego que ha impuesto la sociedad líquida. Bauman comparte la idea de Hannah Arendt y su banalidad del mal, éste no se limita a las guerras o a situaciones extremas, acecha la vida cotidiana de las personas, motivadas por las trivialidades y banalidades que nuestra sociedad presenta y vende. Termina su libro con una apuesta por la creatividad y la solidaridad, donde se debe enseñorear la esperanza y reconstruir el amor, la amistad y la lealtad, sin las cuales la nada bueno se había desarrollado en la humanidad. Bauman se nos ha marchado, pero ha brillado con una “LUZ SÓLIDA”, para que podamos desplegar una mística de “ojos abiertos” en la cotidianidad líquida y fugaz.
En el camino de la vida lo más sorprendente son los encuentros fortuitos, inesperados, que nos deslumbran y nos ayudan a creer en humanidad. Muchos hombres y mujeres que nos han precedido a lo largo de la historia, nos han dado un ejemplo de vida y valores sólidos, podemos empaparnos de su ejemplo. Sabiendo que los encuentros más fascinantes acontecen en nuestro interior, en el hondón del corazón, reelaborando el néctar de las mejores miradas de los diferentes encuentros. Esa experiencia interior de “ojos abiertos”, es donde el Espíritu acompaña, libera y da anchura y nos posibilita a mirar a los seres humanos con respeto, miramiento y amor. Nos hace ver que todo es sagrado, que no se pierde cada gesto, palabra y silencio que podamos ofrecer a los otros, sobre todo a los que peor lo están pasado. Nos sorprendería la cantidad de cosas que podríamos hacer si lográsemos vivir el presente en plenitud y con plena conciencia. La experiencia del misterio ocurre en las pequeñas señales de lo cotidiano y adentrándonos en su espesura, en los silencios creativos de ver críticamente el mundo, en los pequeños encuentros con los amigos, en un amanecer, en la visita a un enfermo, en la mirada amorosa al inmigrante, en el cielo estrellado, en querer cambiar desde el corazón las cosas que nos rodean cada día.
Juan Antonio Mateos Pérez

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