“Lo que es el alma para el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo”
Diogneto, s. II
Los laicos son hombres de la Iglesia en el corazón del mundo, y hombres del mundo en el corazón de la Iglesia
(cf. DA 209)
Todos tenemos
una misión en la vida, algo que hacer, algo que decir, algo que ser.
Para un cristiano su misión arranca de un encuentro personal con Jesús
de Nazaret, de un encuentro con su vida, su
compromiso y testimonio como expresión del amor del Padre. Sabiendo
siempre que Él
“nos primerea” (EvGa, 24), nos encuentra y nos llama. Ese amor
penetra en la totalidad de la persona, en sus ideas, sus sentimientos y
su acción, experimentando su propia liberación. Esta experiencia del
Espíritu recibida en el Bautismo, Confirmación
y Eucaristía, llena nuestro corazón, nos une a Jesús y nos abre a ser
testigos de la Buena Noticia (EvGa, 259).
Hay una
estrecha relación casi indivisible entre fe y misión, cuando la fe es
madura y fuerte hay una proyección hacia afuera, cuando es fe es débil
la misión se difumina en una religiosidad difusa,
siendo un consumible más dentro de las sociedades globalizadas. “Hoy más que nunca se necesita un dinamismo misionero que lleve sal y luz al mundo”
(EvGa, 81), es el momento que el laico desde la madurez de su fe, asuma
plenamente su condición laical
y redescubra la belleza de ser cristiano y la alegría de dar testimonio.
La vocación laical no solo implica un cristiano maduro, también que
esté formado y que su participación
no se limite solo a tareas intraeclesiales, su labor
fundamental es llevar los valores cristianos al corazón de la sociedad
(LG 31). Su misión está en comprometerse en el mundo y desde el mundo,
no es su tarea fundamental el desarrollo de la
institución eclesial sino desplegar todas sus capacidades en la cultura,
la ciencia, las artes, la economía, la política, los medios de
comunicación, el trabajo, la familia, los hijos.
La realidad del ser laico no se la da su relación con el sacerdote,
ni debe aspirar a clericalizarse, su bautismo le hace
vivir en un estado permanente de misión en una red más amplia, rica y
compleja de su permanencia al mundo como cristiano. La realidad de ser
en mundo del laico (Congar), hace que su misión
fundamental es actuar desde las propias instancias de la sociedad, desde
su propia lógica interna, siendo su compromiso fundamental, ser
fermento y transformar esa realidad (EvGa, 31) desde la Buena Noticia
del Reino. El laico puede ser el
nuevo paradigma de una “Iglesia en salida”, desplegando otra forma de vivir más allá del templo, que con
su ejemplo de vida y testimonio, haga posible otro mundo más humano y evangélico (EvGa, 201). La madurez de su fe debe le llevar, no sólo a discernir los
signos de los tiempos, sino a poder escribirlos
de vez en cuando. La lógica evangélica es intentar construir una
sociedad que en no esté basada en los valores del dinero, el consumo, el
poder, el dominio o el descarte, fomentando
el amor, la igualdad y la solidaridad. Ojos abiertos para el cuidando de
todos, pero sobre todo de los más débiles y necesitados, haciendo
visibles las necesidades que no injustas que no se ven.
Salir de los
templos y arrogarse a la misión en el mundo desplegado los ministerios
bautismales, no es incompatible con los ministerios pastorales que
pueden ser encomendados a los laicos. Los laicos
que actúan en el mundo y desde el mundo, son Iglesia y, su actuación se
inscribe en la misión de toda la Iglesia. Pensamos que no solo son
tareas distintas, son vocaciones distintas. No es la misma la actitud
espiritual de un laico comprometido en el mundo
para dar testimonio de su fe, desde la mediación de una parcela de lo
humano y la de otro laico investido por el obispo para una tarea o
responsabilidad propiamente pastoral. Su
misión es (ad extra), es necesaria, cada vez más, su
participación en las tareas de la vida parroquial o unidades pastorales
(catequesis, liturgia, acogida de inmigrantes, colaboración con Cáritas,
consejos parroquiales, consejos económicos,
etc.), aunque su vocación más propia se desarrolla en la
vida familiar, social y profesional. La diversidad de carismas enriquece al laico y a la Iglesia, pero es
necesario una nueva realidad eclesial y misionera
que no busque la auto-conservación, sino salir a las periferias
existenciales y dialogar con el mundo (EvGa, 27). Hoy se pide una mayor
participación del laico en los órganos
de decisión de la Iglesia, pero no es menos necesario y urgente
consagrar otras tantas energías a inscribir el Evangelio en el corazón
de la sociedad, tanto en sus dinamismos como en los nuevos sectores de
sus contradicciones (Sesboue): Partidos políticos,
sindicatos, asociaciones, grupos, movimientos, etc.
El laico
deberá promover la dignidad de la persona humana, la dimensión religiosa
del hombre, la familia, la libertad de conciencia, la solidaridad, la
justicia, la promoción de la mujer, fomentar la
organización y la dignidad en el trabajo, luchar por unas relaciones
económicas que posibilite una mayor equidad e inclusión social, un orden
social justo y estar al servicio de todos. Es necesario estar
presente en los lugares donde se crea cultura: la
universidad, los medios de comunicación, las redes sociales, los centros
artísticos y literarios, etc. La labor de laico no se deber reducir
solamente a la denuncia, también debe fomentar y crear instituciones
civiles y plataformas de participación ciudadana
que sean expresiones de un mundo más justo y humano.
Solo saliendo
de nuestros lugares sagrados, mezclándonos con las personas y
encarnándonos en la realidad sufriente del mundo: pobres, presos,
mujeres objeto de violencia, niños y niños explotados,
desahuciados, excluidos de los servicios sociales, inmigrantes,
refugiados, ancianos, parados, hombres que han perdido el sentido,
desesperanza, soledad… Nos podremos encontrar con el propio Jesús, con
el Dios vivo y verdadero. Desde aquí podremos ser creíbles,
uniendo nuestra pasión y nuestra acción, para poder transformar esa
realidad y así para ser luz y fermento en medio de nuestra sociedad.
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