El
hombre no sólo es; no se contenta con vivir; quiere ser bien; aspira a
una vida buena. Necesita incluir en el hecho de vivir, para que su vivir
sea humano, que éste valga la pena, que tenga un sentido… la
pregunta por el sentido aparece a lo largo de la historia estrechamente
ligada con las religiones y con el Misterio al que todas ellas remiten.
Martín Velasco
Cuando
el horizonte está marcado por lo efímero y por la fragmentación, y el
marco en que nos movemos es un corto plazo cada vez más restringido a lo
inmediato, la búsqueda de sentido se vuelve una tarea ardua, cuando no
imposible.
Tony Mifsud
El verano
sirve para hacer un paréntesis en la enorme carga de trabajo, buen
momento para leer y releer, meditar con el texto en la mano, sobre lo
nuevo o lo viejo. Centrado en una obra sobre el porvenir de lo
religioso, alguien preguntaba si la religión puede aportar alguna cosa
al hombre de nuestro mundo posmoderno y líquido, en una sociedad
individualista y profundamente secularizada. No es una novedad que la
realidad de lo religioso comenzó con el ser humano, en los primeros
momentos de su historia el anhelo por lo transcendente acompañó a los
primeros Sapiens. No es un estadio entre lo mítico a lo
científico que superar, ha formado parte de su definición como ser
arrojado en el mundo y buscador de sentido.
Mientras
exista humanidad existirá el fenómeno religioso, realidad que dará
sentido a su existencia y colmará el vacío de sus soledades. Lo
religioso en un mundo de inseguridades, dará certidumbre y consuelo,
sacará al hombre de sí mismo, le ayudará a mirar al otro, fomentará la
fraternidad, denunciará los males que nos acosan y rebasando su la
justificación con los poderes terrenales que justifican la opresión. La
secularización y la sospecha han sido necesarias y son positivas para
depurar los elementos religiosos que oprimen y justifican el poder,
pudiendo hacer de lo religioso una fuente de liberación, como fue en el
principio. La crítica de lo religioso ha sido siempre necesaria y sana,
un ejemplo fue el propio Jesús. Esa crítica está muy alejada de ciertas
posturas agresivas y de rechazo la persona creyente, pero menos
violentas que las furias del creyente radical vinculado a ciertos dogmas
religiosos o a quienes los detentan desde el poder.
La
religión no brota de la indigencia y la precariedad, sino de la vivencia
con el misterio. No es una proyección humana, es algo más que percibir
el eco de la propia voz, es un hecho objetivo en el que alguien se
encuentra con Alguien, o al menos, con Algo. El hombre necesita
transcender más allá del poder y la sexualidad (V. Frank), más allá de
la materia, está necesitado del misterio y de lo espiritual. En esa
confrontación con el misterio, el hombre despliega la doble conciencia
sintiente y racional (Zubiri). Esa religiosidad, el ser humano la ha ido
descubriendo en un logos interno, en una razón que constituye la matriz
del pensamiento en desarrollo constante en la historia de las
religiones. Este logos, se manifiesta de una forma original en los
símbolos religiosos.
El ser
humano, necesita el símbolo para construir su historia colmada de
sentido. El hombre con ayuda del símbolo, ordena e interpreta esa
realidad, la reconstruye. Con el símbolo puede ir más allá de las cosas y
de su contacto inmediato, hacia esa realidad que está dentro de
nosotros y nos trasciende. El símbolo es un educador en el misterio, es
el signo originario de lo sagrado (P. Ricoeur). La conciencia reflexiva,
que estaba encerrada en el yo, es enriquecida y “descentrada” por la
interpretación (hermenéutica), que descubre que el símbolo no sólo es
símbolo del yo, sino hierofanía de lo sagrado.
Más allá
de la búsqueda de sentido del ser humano y establecer el lugar en el
cosmos, la religiosidad ha sido y es un elemento cultural de primer
orden. La religión capacita al hombre para el obrar social, ayuda a
mantener la sociedad (Talcott Parsons, Peter L. Berger). Por otra parte,
lo religioso salvaguarda el proceso de la formación de la identidad,
al preservar al individuo de desaparecer por completo en la sociedad,
le posibilita el poder preservarse a sí mismo frente a la pretensión
social de totalidad.
La
espiritualidad, aunque sea difusa, es un elemento consustancial al ser
humano. En nuestras sociedades posmodernas sigue siendo actual, para
muchas personas es una importante fuerza instintiva y sintiente de
búsqueda de sentido. En medio de la confusa crisis de lo religioso, hay
una búsqueda de lo espiritual incluso de forma más radical, volviendo
hacia formas politeístas y precristianas, sin gran orden, pero fuera de
lo institucional. Muchos buscadores de espiritualidad ven en las
religiones institucionalizadas y oficiales un obstáculo a las fuerzas
liberadoras del espíritu.
Desde
estas espiritualidades difusas y místicas, el cristianismo debe mirar a
la cultura posmodernas y convertir sus nostalgias interesadas de un
pasado triunfante, en un servicio a las fuerzas liberadoras y creativas
hacia los más necesitados y los últimos de la sociedad. No se transmite
la fe desde el saber teológico, sino desde el testimonio. Hay
acontecimientos de la historia del cristianismo que no han trasmitido
Evangelio, palabras y gestos de los cristianos que han falsificado el
Evangelio. En una cultura recelosa de lo religioso y pero necesitada de
espiritualidad y de sentido, el cristianismo puede aportar la vía del
amor y la misericordia en un mundo que clama justicia, equidad y respeto
a los derechos humanos. Más allá de los templos y las instituciones, el
cristianismo debe converger en el mundo, abrazar la realidad de los más
necesitados, fomentar la pregunta por el sentido y acoger con una mira
teológica renovad la pluralidad de credos y de pensamiento en una
actitud de diálogo.
Magnífico.
ResponderEliminarLa creencia de un ser superior que rija la vida y dé sentido a las inseguridades y responda las preguntas que el hombre no puede, es producto de la necesidad ontológica del ser humano de aferrarse a un salvavidas que evite su naufragio existencial.
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