El Padre Álvaro
Montes de Oca discierne cada respuesta, evalúa cuidadosamente las
palabras que emplea y las dice con precisión y limpieza. Son los métodos
del cirujano que sobrevive en él, mismo que hoy, luego de medio siglo
de vida sacerdotal, ya no cura el cuerpo sino el alma.
Este fraile dominico
es toda una institución en la Iglesia costarricense. Quienes conocen su
trayectoria de 82 años de vida, le recuerdan especialmente en los
inicios de la parroquia universitaria, el Movimiento Familiar Cristiano y
los Cursillos de Cristiandad.
Escucharlo contar la
historia de su vocación a la vida sacerdotal inspira a quienes como él,
hoy sienten que Dios los llama a dejar todo atrás y seguirlo sin
reservas.
Ana Cecilia Espinoza C.
Un médico que decide hacerse fraile… ¿cómo es eso?
En honor a la verdad, nunca
pensé optar por la vocación sacerdotal, a pesar de que mis padres eran
muy católicos. Todo comenzó después de haberme graduado en la
Universidad Autónoma de México. Cuando estaba ejerciendo mis primeros
trabajos en el Hospital de Maternidad, un día pasando por la sección de
partos una mujer me agarró de la gabacha y me dijo: “padrecito
confiéseme por favor”, a lo que yo le respondí que no podía porque no
era sacerdote. Terminó mi turno y me fui para la casa, pero la imagen de
dolor y sufrimiento de aquella mujer me dejó angustiado. Cuando regresé
al día siguiente me enteré que había muerto.
Y ahí Dios lo llamó…
(Ríe) No precisamente, pero
esa idea comenzó a darme vueltas en la cabeza. Al mismo tiempo me
cuestionaba que yo había estudiado medicina pensando en los pobres y me
daba cuenta que no hacía precisamente eso. Estando de vacaciones vine a
Costa Rica y aprovechaba para brindar mi servicio en el Hospital San
Juan de Dios, pero me decepcioné, pues encontré grupos de médicos muy
elitistas. El ambiente no me gustó.
¿Qué le decían sus padres de este sentimiento?
Para ese entonces mi padre,
quien habría querido ser médico, ya había muerto. Yo en quien pensaba
era en mi madre, viuda y a cargo de la familia. Decía para mí: “se va a
parar de manos cuando le diga”. Sin embargo ella más bien me dijo:
“Desde antes de casarme estoy pidiéndole a Dios que me de un hijo
sacerdote”. Ella nunca nos había dicho nada porque siempre respetó las
decisiones de sus hijos.
¿Había pasado entonces lo más difícil?
Con semejante confirmación yo
aún tenía mis dudas. Estando en México tratando de especializarme, me
visitaron el Padre Daniel Chaverri y el Padre Esquivel que era párroco
en Santa Teresita y conocía a mi familia. Eran tiempos en que en México
había persecución contra la Iglesia, pero ellos se la jugaron y me
visitaron, con el fin de darme a conocer -so pretexto del rumor que
habían escuchado de que quería ser sacerdote- la orden de los dominicos
que existía a nivel universitario en España. No estaba muy convencido
hasta que viajé a conocerla mientras terminaba mi especialidad en
medicina.
Entonces si decidió que sería sacerdote…
Fui de revelación en
revelación y conocí a un gran maestro de novicios, el Padre José Merino,
un hombre extraordinario. La idea de ser cura seguía rondándome la
cabeza y pensaba que curar a alguien era bueno, pero que si no se cura
el alma seguía peor. Tenía novia y había decidido casarme, pospuse el
matrimonio y aquello fue una revolución familiar. Buscando una
confirmación realicé mis estudios de Filosofía en Asturias en el
Santuario de Nuestra Señora de las Caldas de Besaya, donde hice la
profesión solemne. Posteriormente el maestro de estudiantes de la orden
me envió a Estados Unidos donde concluí los estudios de teología y a los
dos años fui finalmente ordenado sacerdote por Monseñor Floyd Lawrence
Begin, Obispo de Oakland, en la Basílica de Guadalupe.
Hoy, 50 años después, ¿qué reflexión hace?
Cuando se estudia la vida de
la Iglesia y vemos los altos y los bajos de la institución, concluyo que
hay una gran pérdida de la fe, sobre todo en los jóvenes, algunos no
tienen ni idea de lo que son los valores y los principios cristianos. De
ahí que los sacerdotes siempre tenemos que estar evangelizando a través
de las nuevas tecnologías, yendo de casa en casa, con el sermón, en
fin, explotando todos los medios para llevarles la Palabra de Dios.
Fuente: Eco Católico
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