Pensar desde el silencio
Juan Antonio Mateos Pérez
Salamanca RTV al Día
Salamanca RTV al Día
Quisiera
empezar este blog delimitando los conceptos y poniendo márgenes a nuestro
pensamiento y quehacer desde el silencio. El título del blog se lo debemos a un
místico, Fr. J. Fernández Moratiel, dominico leonés y creador de la “Escuela
del Silencio”. El padre Moratiel realiza sus estudios superiores en
filosofía y teología en Valladolid y Salamanca, aquí realizará en el año 1962
su ordenación sacerdotal. Permanecerá en Salamanca hasta 1968, siendo pedagogo
de los frailes estudiantes, hasta que fue destinado al convento dominico
de Pamplona. Desde allí irradiará su Escuela del Silencio por todo el país y
América. Su mística basada en la espiritualidad renana y el “vaciamiento”,
siendo el silencio una seducción de lo absoluto. Entre sus muchas obras, una de
ellas me llamó poderosamente la atención, “La Posada del Silencio”, un camino
espiritual que conduce al encuentro don Dios en el puro silencio interior.
No
quisiéramos caminar en este blog por la contemplación, daremos rodeos con la
frágil razón. No sin ciertas limitaciones y con muchos fragmentos, no
quisiéramos apagar la pequeña luz de la razón, aunque alumbre poco. Aunque
sabemos, como nos apuntó Herder, que la religión tiene que ver con el hombre
entero y no sólo con su razón. Kant nos dio la clave, vinculando estrechamente
la metafísica a la antropología, así lo plasmó en sus tres famosos
interrogantes, qué puedo saber, qué debo hacer, qué me cabe esperar.
Posiblemente la filosofía debe comprenderlo todo, hasta la religión. No es
fácil mantener la línea divisoria, en muchos momentos no moveremos entre Atenas
y Jerusalén, entre la razón y la fe, en tensión, en una relación dialéctica.
No es
suficiente sentir el Misterio, hay que intentar conocerlo, no nos basta la mera
contemplación, sino el esfuerzo conceptual. Husserl nos recordaba que el
racionalismo es un error, pero la racionalidad es un imperativo ineludible.
Adorno, maestro de la Escuela de Frankfurt, llegó a decir que el pensamiento
que no se decapita acaba en la trascencencia.
Atenas y
Jerusalén, son posibilidades del existenciario humano, no debemos renunciar al
patrimonio de nuestro sentido, sin exclusiones, sino complementando en tensión
ambas posibilidades. Sin convicciones absolutas, sin totalidades, se impone el
elogio de la condición humilde, de fragmento, aspirando a una universalidad. No
consiste en compartirlo todo, sino en compartir con todos, o tal vez con
muchos. Desde esta humildad apelamos a una racionalidad simbólica e incluso
utópica, comunicativa, narrativa, entre la razón y el corazón.
Nuestro Unamuno lo sintetizaba en su famoso “Piensa el sentimiento, siente el pensamiento”. Conoció el desasosiego con una “honda agonía” de esas dos fidelidades contrapuestas. Anheló las dos ciudadanías, pero no tuvo reposo en su ir y venir a las dos ciudades. Ambas, en tensión, se mantienen en diálogo, a veces incluso un diálogo doloroso, debatir entre la argumentación y la fe. Sí, nos gusta su hondura, desde su profunda razón cordial.
Nuestro Unamuno lo sintetizaba en su famoso “Piensa el sentimiento, siente el pensamiento”. Conoció el desasosiego con una “honda agonía” de esas dos fidelidades contrapuestas. Anheló las dos ciudadanías, pero no tuvo reposo en su ir y venir a las dos ciudades. Ambas, en tensión, se mantienen en diálogo, a veces incluso un diálogo doloroso, debatir entre la argumentación y la fe. Sí, nos gusta su hondura, desde su profunda razón cordial.
Pero hay
momentos en la pregunta por el sentido que el filósofo se queda en silencio, no
puede ir más allá, en este momento sólo las voces de los místicos o los poetas
pueden guiarnos. Bergson cierra su trayectoria filosófica con una obra en la
que la metafísica se trasciende en mística. La corriente vital, la última razón
de sentido y creadora debe definirse por el amor, que es Dios mismo, siendo los
hombres personas destinadas a amar y ser amados. Tal vez, el silencio es
el lenguaje más propio de Dios.
Terminamos
con estas palabras del Padre Moratiel:
Porque la palabra no existe sin el silencio. La palabra tiene... un soporte, por así decir... y es el silencio. El silencio es donde se acuna nuestra palabra. Cuando verdaderamente expresa nuestro corazón, expresa nuestra vida, expresa nuestro sentir, expresa nuestra profundidad. No existe la verdadera palabra, la palabra que expresa esta verdad de nuestra vida, de nuestro ser, de nuestro corazón, sin un profundo silencio.
Porque la palabra no existe sin el silencio. La palabra tiene... un soporte, por así decir... y es el silencio. El silencio es donde se acuna nuestra palabra. Cuando verdaderamente expresa nuestro corazón, expresa nuestra vida, expresa nuestro sentir, expresa nuestra profundidad. No existe la verdadera palabra, la palabra que expresa esta verdad de nuestra vida, de nuestro ser, de nuestro corazón, sin un profundo silencio.
Fr. J.
Fernández Moratiel, Discípulo del silencio
Padre Moratiel en su
época de estudiantado.
Los estudiantes pasaban los meses de verano en
el Santuario de Nuestra Señora de la Peña de Francia en la provincia
de Salamanca.
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Quisiera empezar este blog delimitando los conceptos y poniendo
márgenes a nuestro pensamiento y quehacer desde el silencio. El título
del blog se lo debemos a un místico, Fr. J. Fernández Moratiel, dominico
leonés y creador de la “Escuela del Silencio”. El padre Moratiel
realiza sus estudios superiores en filosofía y teología en Valladolid y
Salamanca, aquí realizará en el año 1962 su ordenación sacerdotal.
Permanecerá en Salamanca hasta 1968, siendo pedagogo de los frailes
estudiantes, hasta que fue destinado al convento dominico de Pamplona.
Desde allí irradiará su Escuela del Silencio por todo el país y América.
Su mística basada en la espiritualidad renana y el “vaciamiento”,
siendo el silencio una seducción de lo absoluto. Entre sus muchas obras,
una de ellas me llamó poderosamente la atención, “La Posada del
Silencio”, un camino espiritual que conduce al encuentro don Dios en el
puro silencio interior.
No quisiéramos caminar en este blog por la contemplación, daremos rodeos con la frágil razón. No sin ciertas limitaciones y con muchos fragmentos, no quisiéramos apagar la pequeña luz de la razón, aunque alumbre poco. Aunque sabemos, como nos apuntó Herder, que la religión tiene que ver con el hombre entero y no sólo con su razón. Kant nos dio la clave, vinculando estrechamente la metafísica a la antropología, así lo plasmó en sus tres famosos interrogantes, qué puedo saber, qué debo hacer, qué me cabe esperar. Posiblemente la filosofía debe comprenderlo todo, hasta la religión. No es fácil mantener la línea divisoria, en muchos momentos no moveremos entre Atenas y Jerusalén, entre la razón y la fe, en tensión, en una relación dialéctica.
No es suficiente sentir el Misterio, hay que intentar conocerlo, no nos basta la mera contemplación, sino el esfuerzo conceptual. Husserl nos recordaba que el racionalismo es un error, pero la racionalidad es un imperativo ineludible. Adorno, maestro de la Escuela de Frankfurt, llegó a decir que el pensamiento que no se decapita acaba en la trascencencia.
Atenas y Jerusalén, son posibilidades del existenciario humano, no debemos renunciar al patrimonio de nuestro sentido, sin exclusiones, sino complementando en tensión ambas posibilidades. Sin convicciones absolutas, sin totalidades, se impone el elogio de la condición humilde, de fragmento, aspirando a una universalidad. No consiste en compartirlo todo, sino en compartir con todos, o tal vez con muchos. Desde esta humildad apelamos a una racionalidad simbólica e incluso utópica, comunicativa, narrativa, entre la razón y el corazón.
Nuestro Unamuno lo sintetizaba en su famoso “Piensa el sentimiento, siente el pensamiento”. Conoció el desasosiego con una “honda agonía” de esas dos fidelidades contrapuestas. Anheló las dos ciudadanías, pero no tuvo reposo en su ir y venir a las dos ciudades. Ambas, en tensión, se mantienen en diálogo, a veces incluso un diálogo doloroso, debatir entre la argumentación y la fe. Sí, nos gusta su hondura, desde su profunda razón cordial.
Pero hay momentos en la pregunta por el sentido que el filósofo se queda en silencio, no puede ir más allá, en este momento sólo las voces de los místicos o los poetas pueden guiarnos. Bergson cierra su trayectoria filosófica con una obra en la que la metafísica se trasciende en mística. La corriente vital, la última razón de sentido y creadora debe definirse por el amor, que es Dios mismo, siendo los hombres personas destinadas a amar y ser amados. Tal vez, el silencio es el lenguaje más propio de Dios.
Terminamos con estas palabras del Padre Moratiel:
Porque la palabra no existe sin el silencio. La palabra tiene... un soporte, por así decir... y es el silencio. El silencio es donde se acuna nuestra palabra. Cuando verdaderamente expresa nuestro corazón, expresa nuestra vida, expresa nuestro sentir, expresa nuestra profundidad. No existe la verdadera palabra, la palabra que expresa esta verdad de nuestra vida, de nuestro ser, de nuestro corazón, sin un profundo silencio.
Fr. J. Fernández Moratiel, Discípulo del silencio
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No es suficiente sentir el Misterio, hay que intentar conocerlo, no nos basta la mera contemplación, sino el esfuerzo conceptual. Husserl nos recordaba que el racionalismo es un error, pero la racionalidad es un imperativo ineludible. Adorno, maestro de la Escuela de Frankfurt, llegó a decir que el pensamiento que no se decapita acaba en la trascencencia.
Atenas y Jerusalén, son posibilidades del existenciario humano, no debemos renunciar al patrimonio de nuestro sentido, sin exclusiones, sino complementando en tensión ambas posibilidades. Sin convicciones absolutas, sin totalidades, se impone el elogio de la condición humilde, de fragmento, aspirando a una universalidad. No consiste en compartirlo todo, sino en compartir con todos, o tal vez con muchos. Desde esta humildad apelamos a una racionalidad simbólica e incluso utópica, comunicativa, narrativa, entre la razón y el corazón.
Nuestro Unamuno lo sintetizaba en su famoso “Piensa el sentimiento, siente el pensamiento”. Conoció el desasosiego con una “honda agonía” de esas dos fidelidades contrapuestas. Anheló las dos ciudadanías, pero no tuvo reposo en su ir y venir a las dos ciudades. Ambas, en tensión, se mantienen en diálogo, a veces incluso un diálogo doloroso, debatir entre la argumentación y la fe. Sí, nos gusta su hondura, desde su profunda razón cordial.
Pero hay momentos en la pregunta por el sentido que el filósofo se queda en silencio, no puede ir más allá, en este momento sólo las voces de los místicos o los poetas pueden guiarnos. Bergson cierra su trayectoria filosófica con una obra en la que la metafísica se trasciende en mística. La corriente vital, la última razón de sentido y creadora debe definirse por el amor, que es Dios mismo, siendo los hombres personas destinadas a amar y ser amados. Tal vez, el silencio es el lenguaje más propio de Dios.
Terminamos con estas palabras del Padre Moratiel:
Porque la palabra no existe sin el silencio. La palabra tiene... un soporte, por así decir... y es el silencio. El silencio es donde se acuna nuestra palabra. Cuando verdaderamente expresa nuestro corazón, expresa nuestra vida, expresa nuestro sentir, expresa nuestra profundidad. No existe la verdadera palabra, la palabra que expresa esta verdad de nuestra vida, de nuestro ser, de nuestro corazón, sin un profundo silencio.
Fr. J. Fernández Moratiel, Discípulo del silencio
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