martes, 8 de julio de 2014

Pensar desde el silencio


Pensar desde el silencio
Juan Antonio Mateos Pérez    
 Salamanca RTV al Día 
Quisiera empezar este blog delimitando los conceptos y poniendo márgenes a nuestro pensamiento y quehacer desde el silencio. El título del blog se lo debemos a un místico, Fr. J. Fernández Moratiel, dominico leonés y creador de la “Escuela del Silencio”.  El padre Moratiel realiza sus estudios superiores en filosofía y teología en Valladolid y Salamanca, aquí realizará en el año 1962 su ordenación sacerdotal. Permanecerá en Salamanca hasta 1968, siendo pedagogo de los frailes estudiantes,  hasta que fue destinado al convento dominico de Pamplona. Desde allí irradiará su Escuela del Silencio por todo el país y América. Su mística basada en la espiritualidad renana y el “vaciamiento”, siendo el silencio una seducción de lo absoluto. Entre sus muchas obras, una de ellas me llamó poderosamente la atención, “La Posada del Silencio”, un camino espiritual que conduce al encuentro don Dios en el puro silencio interior.

No quisiéramos caminar en este blog por la contemplación, daremos rodeos con la frágil razón. No sin ciertas limitaciones y con muchos fragmentos, no quisiéramos apagar la pequeña luz de la razón, aunque alumbre poco. Aunque sabemos, como nos apuntó Herder, que la religión tiene que ver con el hombre entero y no sólo con su razón. Kant nos dio la clave, vinculando estrechamente la metafísica a la antropología, así lo plasmó en sus tres famosos interrogantes, qué puedo saber, qué debo hacer, qué me cabe esperar. Posiblemente la filosofía debe comprenderlo todo, hasta la religión. No es fácil mantener la línea divisoria, en muchos momentos no moveremos entre Atenas y Jerusalén, entre la razón y la fe, en tensión, en una relación dialéctica.

No es suficiente sentir el Misterio, hay que intentar conocerlo, no nos basta la mera contemplación, sino el esfuerzo conceptual. Husserl nos recordaba que el racionalismo es un error, pero la racionalidad es un imperativo ineludible. Adorno, maestro de la Escuela de Frankfurt, llegó a decir que el pensamiento que no se decapita acaba en la trascencencia.

Atenas y Jerusalén, son posibilidades del existenciario humano, no debemos renunciar al patrimonio de nuestro sentido, sin exclusiones, sino complementando en tensión ambas posibilidades. Sin convicciones absolutas, sin totalidades, se impone el elogio de la condición humilde, de fragmento, aspirando a una universalidad. No consiste en compartirlo todo, sino en compartir con todos, o tal vez con muchos. Desde esta humildad apelamos a una racionalidad simbólica e incluso utópica, comunicativa, narrativa, entre la razón y el corazón.
Nuestro Unamuno lo sintetizaba en su famoso “Piensa el sentimiento, siente el pensamiento”. Conoció el desasosiego con una “honda agonía” de esas dos fidelidades contrapuestas. Anheló las dos ciudadanías, pero no tuvo reposo en su ir y venir a las dos ciudades. Ambas, en tensión, se mantienen en diálogo, a veces incluso un diálogo doloroso, debatir entre la argumentación y la fe. Sí, nos gusta su hondura, desde su profunda razón cordial.

Pero hay momentos en la pregunta por el sentido que el filósofo se queda en silencio, no puede ir más allá, en este momento sólo las voces de los místicos o los poetas pueden guiarnos. Bergson cierra su trayectoria filosófica con una obra en la que la metafísica se trasciende en mística. La corriente vital, la última razón de sentido y creadora debe definirse por el amor, que es Dios mismo, siendo los hombres personas destinadas a amar y ser amados.  Tal vez, el silencio es el lenguaje más propio de Dios.
Terminamos con estas palabras del Padre Moratiel:
Porque la palabra no existe sin el silencio. La palabra tiene... un soporte, por así decir... y es el silencio. El silencio es donde se acuna nuestra palabra. Cuando verdaderamente expresa nuestro corazón, expresa nuestra vida, expresa nuestro sentir, expresa nuestra profundidad. No existe la verdadera palabra, la palabra que expresa esta verdad de nuestra vida, de nuestro ser, de nuestro corazón, sin un profundo silencio.
Fr. J. Fernández Moratiel, Discípulo del silencio
Padre Moratiel en su época de estudiantado.
Los estudiantes pasaban los meses de verano en el Santuario de Nuestra Señora de la Peña de Francia en la provincia de Salamanca.



Pensar desde el silencio

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Quisiera empezar este blog delimitando los conceptos y poniendo márgenes a nuestro pensamiento y quehacer desde el silencio. El título del blog se lo debemos a un místico, Fr. J. Fernández Moratiel, dominico leonés y creador de la “Escuela del Silencio”.  El padre Moratiel realiza sus estudios superiores en filosofía y teología en Valladolid y Salamanca, aquí realizará en el año 1962 su ordenación sacerdotal. Permanecerá en Salamanca hasta 1968, siendo pedagogo de los frailes estudiantes,  hasta que fue destinado al convento dominico de Pamplona. Desde allí irradiará su Escuela del Silencio por todo el país y América. Su mística basada en la espiritualidad renana y el “vaciamiento”, siendo el silencio una seducción de lo absoluto. Entre sus muchas obras, una de ellas me llamó poderosamente la atención, “La Posada del Silencio”, un camino espiritual que conduce al encuentro don Dios en el puro silencio interior.
No quisiéramos caminar en este blog por la contemplación, daremos rodeos con la frágil razón. No sin ciertas limitaciones y con muchos fragmentos, no quisiéramos apagar la pequeña luz de la razón, aunque alumbre poco. Aunque sabemos, como nos apuntó Herder, que la religión tiene que ver con el hombre entero y no sólo con su razón. Kant nos dio la clave, vinculando estrechamente la metafísica a la antropología, así lo plasmó en sus tres famosos interrogantes, qué puedo saber, qué debo hacer, qué me cabe esperar. Posiblemente la filosofía debe comprenderlo todo, hasta la religión. No es fácil mantener la línea divisoria, en muchos momentos no moveremos entre Atenas y Jerusalén, entre la razón y la fe, en tensión, en una relación dialéctica.
No es suficiente sentir el Misterio, hay que intentar conocerlo, no nos basta la mera contemplación, sino el esfuerzo conceptual. Husserl nos recordaba que el racionalismo es un error, pero la racionalidad es un imperativo ineludible. Adorno, maestro de la Escuela de Frankfurt, llegó a decir que el pensamiento que no se decapita acaba en la trascencencia.
Atenas y Jerusalén, son posibilidades del existenciario humano, no debemos renunciar al patrimonio de nuestro sentido, sin exclusiones, sino complementando en tensión ambas posibilidades. Sin convicciones absolutas, sin totalidades, se impone el elogio de la condición humilde, de fragmento, aspirando a una universalidad. No consiste en compartirlo todo, sino en compartir con todos, o tal vez con muchos. Desde esta humildad apelamos a una racionalidad simbólica e incluso utópica, comunicativa, narrativa, entre la razón y el corazón.
Nuestro Unamuno lo sintetizaba en su famoso “Piensa el sentimiento, siente el pensamiento”. Conoció el desasosiego con una “honda agonía” de esas dos fidelidades contrapuestas. Anheló las dos ciudadanías, pero no tuvo reposo en su ir y venir a las dos ciudades. Ambas, en tensión, se mantienen en diálogo, a veces incluso un diálogo doloroso, debatir entre la argumentación y la fe. Sí, nos gusta su hondura, desde su profunda razón cordial.
Pero hay momentos en la pregunta por el sentido que el filósofo se queda en silencio, no puede ir más allá, en este momento sólo las voces de los místicos o los poetas pueden guiarnos. Bergson cierra su trayectoria filosófica con una obra en la que la metafísica se trasciende en mística. La corriente vital, la última razón de sentido y creadora debe definirse por el amor, que es Dios mismo, siendo los hombres personas destinadas a amar y ser amados.  Tal vez, el silencio es el lenguaje más propio de Dios.
Terminamos con estas palabras del Padre Moratiel:
Porque la palabra no existe sin el silencio. La palabra tiene... un soporte, por así decir... y es el silencio. El silencio es donde se acuna nuestra palabra. Cuando verdaderamente expresa nuestro corazón, expresa nuestra vida, expresa nuestro sentir, expresa nuestra profundidad. No existe la verdadera palabra, la palabra que expresa esta verdad de nuestra vida, de nuestro ser, de nuestro corazón, sin un profundo silencio.
Fr. J. Fernández Moratiel, Discípulo del silencio
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