domingo, 23 de noviembre de 2014

El vagabundeo incierto de los derechos humanos







¿Cómo arrancarnos de nuestras rutinas?, de un mundo lleno de artefactos y de imágenes que nos velan la realidad desde una virtualidad casi cinematográfica. Sentado en mi escritorio repaso las imágenes de de la guerra de Siria, un conflicto que no se ve el final, campos de la muerte, matanzas de civiles, por no hablar del desempleo y la miseria que dejan más de tres años de conflicto. Desde la perplejidad, vemos cada día los saltos sobre las cuchillas de la valla que rodea Melilla, con heridas que provocan no pocas discapacidades, por no hablar de los apaleamientos a los dos lados de la frontera. Cuando estoy escribiendo este artículo, estoy leyendo las acusaciones de Bruselas que duda de la legalidad de las prácticas que aplica la Guardia Civil, para contener a los inmigrantes en la valla de Melilla. También podemos sacar de los titulares de nuestros periódicos, los 842 millones de hambrientos, en un mundo en el que hay comida para todos. Seguimos sin curar el hambre, posiblemente porque no es contagioso.
Pensando en que este jueves, día 20 de noviembre, es el día internacional de los derechos del niño, la desnutrición crónica afecta a 52 millones de niños en todo el mundo. No tienen nada que llevarse a la boca, a pesar que vivimos en un mundo que produce exceso de alimentos y en estos días nos bombardean para un consumo irracional y excesivo, ya ha empezado la campaña navideña. A pesar que se ha reducido a la mitad esta desnutrición, está muy lejos de alcanzarse “la desnutrición infantil cero para el 2016”. Pero la desnutrición no es el único derecho de los niños que se han violado recientemente. Ahí están en nuestras retinas y nuestros corazones, los bombardeos indiscriminados de Siria, Mali o la República Centro Africana. Los niños son usados como escudos humanos, por no hablar de los actos terroristas, con secuestros y violaciones. Es difícil pensar que en el mundo los niños están sujetos a violencia, pero además de verse atrapados en un conflicto bélico, son utilizados como soldados o como mercancía sexual.
Un siglo veinte (o veintiuno) cambalache, donde las filas castrenses han servido como instrumento para defender la revolución, como guerra santa o garante de los derechos de occidente o una supuesta revolución igualitaria a golpe de fusil. Pero qué decir de los escrúpulos teóricos y prácticos para llegar a un acuerdo sobre alguna forma determinada de justicia basada en la universalidad de los derechos.
Pobre Rousseau, tú que querías que nos guiásemos por la máxima “de amor a sí”,  que Kant elevó a un imperativo categórico bajo la fórmula de tomar al hombre como un fin en sí mismo. Ni siquiera tenemos hoy una tensión entre ética y política, entre la convicción y la responsabilidad de la que nos hablaba Max Weber. Migajas de la historia, fragmentos de la modernidad perdida, a punto de celebrar el 66 aniversario de la proclamación de los Derechos Humanos.
Vivimos en un mundo administrado, nos recordaba Adorno, donde no se puede servir a dos señores, o los derechos o el mercado. Los derechos humanos son un desafío a la seguridad del sistema y a la estabilidad del mercado. Como no denunciar la hipocresía, cuando las naciones que dominan el juego transaccional, imponen ajustamientos estructurales a los países más empobrecidos. Con esta  máscara de medidas para el desarrollo, que no dejan de pregonar a los cuatro vientos y a la vez, celebrar la conmemoración de los derechos aprobados por ellos en 1948. Denunciar que muchas de esas medidas de ajuste, que llaman al desarrollo, son reducciones drásticas en educación primaria, cuidado primario de la salud, abolición de los subsidios alimenticios, liquidación de la fuerza laboral, reducción drástica de salarios, podríamos seguir.
Hoy la ética se ha convertido en estética, es divertida y fotogénica al compás de la insoportable levedad del ser. Cómo pensar y actuar desde la pérdida de fundamento, desde el todo vale, desde el fin de la historia. ¿Sólo queda lo placentero?, celebrar la locura, la intensidad y el deseo, como nos apunta Lyotard. Todo es fiesta, fiestas, nocheviejas universitarias y demás mascaradas. ¿No tenemos suelo firme donde pisar, aunque sea débil?, ¿sólo un rizoma o un vagabundeo incierto?, ¿qué discursos o qué mínimos deberemos desarrollar?, como Habermas o Apple,  ¿o qué disensos?, ¿deberemos de ir tras la virtud?. Wessel, filósofo y superviviente de los campos nazis, nos propone que deberíamos esperar a pesar de todo, la espera y esperanza a pesar de la negritud del panorama, como fundamento o virtud.
Azuzados en el trabajo, la rutinaria cotidianidad, las vacaciones cercanas, el ocio, las comilonas antes, después y durante las fiestas como metarrelato alternativo. ¿Dónde está el relato de un final feliz basado la soberanía, libertad e igualdad, o en una nada que nadea?. Dejarme que en la intemperie de la noche oscura y desde el cielo azulado en su negritud, cruce en esta barca el lago y os hable de poesía. Sí de poesía, a pesar de todo. Del hombre que busca en el lenguaje originario, en el sentido de la palabra, en el sentido del relato:
Grodek
Por la tarde resuenan en los bosques de otoño
las mortíferas armas, las doradas llanuras
y los azules lagos; sobre ellos el sol
rueda más lóbrego; la noche abraza
a los guerreros moribundos el lamento feroz
de sus bocas destrozadas

                                           G. Tralk
También recuerdo este otra palabra. ¿Quién es mi prójimo? Todos sabemos la parábola del buen samaritano (Lc 10,25-37)  Una pregunta de un jurista a la que Jesús responde con un relato, con una parábola. Aquí Jesús no llama a la teoría, o en la discusión académica, entra de lleno en la vida práctica.  Nos pone en el camino de la verdadera religión, el experto no es el que sabe, es que hace. Un samaritano es el que se para y hace, uno que no cumple la ley de Moisés, a diferencia del Sacerdote y el Levita, que pasaron de largo. El prójimo no es alguien que encuentro, soy yo cuando me aproximo (“aprojimo”) al otro, a la víctima, a los más alejados, a todos.  Solamente haciéndome cercano, podré escuchar su clamor, sus gritos y descubrir sus sufrimientos. ¿Un desconocido en el camino? No le interesaba descubrir su identidad, sólo le bastaba saber que era un hombre. Hay una llamada a la dignidad humana, desde su condición de víctima. Por otro, debemos establecer una tensión entre el yo que tiene a la autoafirmación y el otro que me solicita. Desde esa tensión, el derecho que me reclama desde su condición de víctima es el derecho a ser hombre y a vivir como tal. Desde aquí, se puedan romper todas las barreras, ideológicas, étnicas, psíquicas, espacio-temporales, etc. La base de cualquier derecho está en la intersubjetividad. Pero además, la parábola está teñida, en palabras de Reyes Mate, de una “ética compasiva”. La compasión es un movimiento intersubjetivo que parte del caído y que fecunda al que se acerca a él, es en ese momento cuando se alcanza la dignidad de hombres. Pero por otro, hay otro movimiento, el que viene del otro al yo.
Al preguntar quién es mi prójimo, en una cultura como la judía, donde el amor tenía límites y los samaritanos eran enemigos, es un atrevimiento. En el Antiguo Testamento se proponía el amor al prójimo, pero estaba limitado por la propia nación, por la propia cultura. Pero el acto del samaritano es una trasgresión cultural, era un amor subversivo de una norma aceptada por todos. En el fondo de la pregunta de Jesús, está la universalidad de la dignidad humana. Frente al jurista que le pregunta, que quiere saber dónde está su deber, en su condición previa de sujeto; Jesús propone que la constitución del hombre como sujeto moral se produce en la relación intersubjetiva, en la respuesta a la demanda de la víctima, al grito de su dolor. La universalidad de la dignidad ha de entenderse a la necesidad del otro, en el clamor de las víctimas.
Aunque la compasión es un sentimiento particular, el otro no es un mero objeto doliente, sino alguien digno de compasión, desde aquí se abre a la universalidad. El que sufre debe ser visto como un sujeto humano con exigencias de dignidad, donde la solidaridad deberá ser el medio para eliminar barreras. Así la actuación política deberá tener en cuenta estas dimensiones, la dignidad y la solidaridad. El que se solidariza tiene que tener en cuenta que su propia dignidad depende del otro, que tiene una deuda con la víctima. El reconocimiento deberá ser mutuo pero no equivalente, la intersubjetividad es asimétrica y deberá priorizar a los más necesitados.
Jesús es el verdadero samaritano. Él se ha inclinado hacia el hombre, le ha curado las heridas milenarias, le ha puesto en pie, le ha dado un rostro humano. La imagen del samaritano se convierte en una imagen del “Dios invisible”. Jesús, como al jurista que le hace la pregunta, nos dice: Vete y haz tú lo mismo.

Juan Antonio Mateos Pérez 
 

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