En el aula Magna, Fr. Domingo Salado impartió la última
charla sobre el sacramento de la
conversión o del perdón, organizado por la Fraternidad de Santo Domingo de
Salamanca. Como en las anteriores sesiones, el Aula Magna estaba llena, en esta
última se buscaba iluminar de cómo celebrar, desde la mística de la fe
(pascual), el sacramento de la conversión.
Fr. Domingo comenzó recordando que la fe no es una teoría, es una forma de
vivir, y en este Sacramento de la Conversión está cargado de una fuerte
dimensión existencial.
Es un sacramento que celebra la fe y la implicación de la
vida de un creyente. No es prioritariamente un sacramento de confesión de los
pecados, es el sacramento de la confesión de Dios Salvador. En este encuentro
debemos reconocer, antes que nada, a un Dios misericordioso, después un
reconocimiento de nuestro ser limitado desde ese amor de Dios. Confesamos la fe
y la esperanza de un Dios que nos ama y nos transforma.
Tiene este sacramento una relación una relación especial con
el bautismo y la eucaristía. Este sacramento nos permite retornar al todo vida
según la novedad de Jesucristo, en otros momentos se llamó segundo bautismo.
Este es un morir para vivir. También con la eucaristía, que es la fuente de
todo sacramento, y es el sacramento de la conversión por antonomasia. La
eucaristía proclama la fuente de todo perdón, la gratuidad de Dios, un Dios que
ama y sana. El hombre conmovido por el amor de Dios, retorna a su amor. Tiene
un sentido circular, de la eucaristía a la penitencia y de aquí, a la
eucaristía. Sin vivencia eucaristía del sacramento penitencial, no se
descubrirá su valor originario.
¿Reparamos en los signos de la misericordia de Dios mostrados
en la celebración del sacramento? Por ejemplo, la palabra de Dios
misericordioso, los signos celebrativos, el formulario de la absolución al
penitente, la adhesión de fe al Dios misericordioso Padre, Hijo y Espíritu que
llega por medio de la Iglesia. Se debe educar las actitudes de fondo para
situarse cara a cara con el propio Jesús, dejarse compadecer, dejarse curar,
dejarse hacer, dejarse tocar por Jesús. En un sacramento bien celebrado, se
debe agradecer lo que acontece y proclama la Palabra de Dios.
Las funciones del ministro deben refrendar que es un
instrumento de la misericordia de Dios, no es un sacramento punitivo, es
sanador: tiene una función medicinal, debe iluminar la fe, debe ayudar a
discernir que Dios es gracia y cura el mal y que Dios acoge en la comunidad.
Es una celebración mediada y celebrada en la Iglesia, el
perdón no es sólo liberador, es signo de comunión. El Perdón en la Iglesia es
el modo en que Dios nos perdona. Sentirse en el alma de la Iglesia, es un
ámbito de vida donde Dios me llama e ilumina mi fe. Pero dentro de la Iglesia
hay diferentes formas, cauces y medios para dispensar la misericordia y el
Perdón de Dios según el ritual de penitencia:
-
Ordinarios,
como el ayuno, la oración cotidiana, la reconciliación mutua y fraterna, el
cumplimiento del deber, trabajo honesto, lectura asidua de la palabra, la
caridad, etc.
-
Medios
litúrgicos y celebrativos, celebración de la palabra, oración comunitaria.
-
Celebraciones
sacramentales, la eucaristía, el bautismo, la penitencia, la unción de
enfermos.
Esta diversidad de formas debemos utilizarlas según la
profundidad del mal que nos afecta. No hay que limitarse a una única forma. Las
faltas leves, las fórmulas ordinarias; la culpabilidad grave, las celebraciones
comunitarias. Las formas más solemnes sacramentales no son para naderías, sino
para pecados serios, aunque cualquier fórmula debe orientar a la eucaristía.
También, hay que evitar individualismos, confesar estados anímicos y no
confesar lo fundamental, que es la misericordia de Dios. Al igual que gestos individualistas
en las obras penitenciales.
La conversión es un estado vivencial, un camino hacia el
reencuentro con Dios, al igual que el hijo pródigo, o bien el Padre bueno. Es
un camino de retorno, complejo, que pasa por diferentes momentos. Sólo el amor de
Dios y su luz nos hacer ver, tomar conciencia del error cometido y a vivir el
deseo claro de volver, de salir del mal, de asumir el dolor del camino, de
salir y cambiar algo del fondo de nuestro ser. Dejarse sostener por Dios que no
deja de mirarme y me sostiene en mis propias flaquezas. Pero también, saber
agradecer esa llamada que llega a mi interior y me invita a la mesa común.
Después de la mirada amorosa del Padre, podemos reconocer nuestra condición
pecadora y frágil, desde un doble nivel: moral y religioso, visto a la luz de
la palabra y amor de Dios.
La gravedad de mi condición pecadora puede ser leve, grave o
mortal. La gravedad suma se mide por la opción fundamental de nuestra vida,
depende de la acción profunda del corazón. También, necesitamos reeducar la
conciencia moral, examinar la hondura de nuestro corazón, buscar un sentido
religioso de los cumplimientos, pasar de la inquietud psicológica a la hondura
del corazón. La palabra de Dios llama siempre al amor y desde ahí, discernir
los niveles de la conciencia.
Las obras penitenciales no son una transacción comercial, no
es una deuda, deberán ser signos de conversión, de un retorno a Dios desde
dentro. Deberán cumplir con una función pedagógica, me señala donde falla mi
corazón; un función sanadora y una función sacramental, la hondura del camino
del reencuentro. Se debería hablar de obras de misericordia; en el ámbito
personal, un corazón abierto y misericordioso a semejanza de Jesús; deberán
estar al servicio de los demás y al amor fraterno; debería tener también
misericordia con el mundo. Deberán utilizarse criterios realistas, las obras
devotas no corrigen el dolor del corazón; un sentido espiritual y también
creativo, con nuevos gestos de misericordia.
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