jueves, 7 de agosto de 2014

Los defensores: Raúl Vera

Raúl Vera, obispo de Saltillo, ha tenido en firme la idea de querer cambiar el mundo. Desde su ingreso a la Orden de Predicadores, está convencido de que el Evangelio va dirigido a los seres humanos que vivimos en el mundo. “(…) Así ingresé a ser fraile y espero morir así, luchando”.
— ¿Cómo se definiría a sí mismo Raúl Vera?
Como un dominico que está prestando el servicio de obispo
—¿Por qué decide comenzar su lucha?
—Desde que entré a la Orden de Predicadores (los Dominicos), ingresé porque quería cambiar el mundo. Ingresé convencido de que el Evangelio de Jesús va dirigido a los seres humanos que vivimos en el mundo, para que organicemos la vida de la tierra dentro de los parámetros de la verdad, de la justicia, del respeto a la vida en todas las expresiones que tiene ésta en nuestro planeta: los hombres y las mujeres con todas las criaturas de la naturaleza animal, vegetal y mineral, con las que convivimos en el planeta.
Entendí, desde estudiante, que las instituciones de la sociedad en lo político, económico, cultural y religioso, conformadas por nosotras y nosotros las y los miembros de la familia humana, tienen la obligación de proteger y promover la vida.
“Las políticas del actual régimen no han cambiado. ¿Dónde están los políticos corruptos que por millares se encargan de proteger a los miembros de las bandas criminales? ¿Tras las rejas? ¿Dónde están los financieros y empresarios que a borbotones les lavan el dinero? Siguen operando impunemente para los criminales”
Raúl Vera, obispo de Saltillo
Ver especial Los Defensores
Como estudiante recibí mucha información de todos los proyectos políticos y económicos con los que los grandes de la tierra estaban planificando el futuro del mundo. Dichos proyectos estaban sembrados de injusticias y abusos, sostenidos desde el poder, en beneficio de unos pocos, a costa del deterioro de la vida del planeta. Así que no hubo un antes y un después en mi vida de fraile y obispo, en donde yo me hubiera electrizado y sacudido la melena, para empezar luchar. Así ingresé a ser fraile y espero morir así, luchando.
—¿En qué momento de su movimiento se encuentra y hasta dónde piensa llegar?
—Mi vida la mueve el Evangelio, que me marca la pauta para responder a lo que llamamos desde el ámbito teológico, los signos de los tiempos; estas son señales que nos ayudan a entender lo que es justo, lo que es válido en las decisiones que están tomando las personas y los grupos que diseñan los modelos sociales imperantes. Esas mismas pautas que nos da Jesús en su palabra nos ayudan a entender que en la tierra los seres humanos somos interdependientes, como una sola familia.
De este modo el mismo Evangelio nos hace caminar en comunión con otras muchas personas, cuando buscamos dar respuestas a las injusticias y desigualdades que tales modelos sistemáticamente producen. Así que mi vida no la estoy conduciendo solo.
En primer lugar sirvo desde la Iglesia y el Evangelio en que ella cree, y en ella estoy en comunión con muchas personas, con directrices que marcan por ejemplo los obispos latinoamericanos para este territorio, y los Papas que han dirigido la Iglesia hasta ahora, para el ámbito internacional. He escuchado más intensamente estas voces desde el momento que yo empecé a ser fraile dominico, después siendo un sacerdote dominico y ahora obispo. También en nuestra Orden los dominicos buscamos dar respuestas juntos, soy dominico desde hace 45 años.
Otro motor indicativo de lo que tú llamas mi “movimiento”, y muy intenso también, es la sociedad civil, en donde convivo y trabajo no solamente con correligionarios católicos y cristianos, sino con personas de muchas creencias e incluso quienes se declaran no adheridos a ninguna religión y a un concepto determinado de Dios. Con ellas y junto a ellas también descubro la voz de Dios que habla en ellas, clamando y trabajando por la justicia, la verdad y la paz.
Nunca he pretendido moverme solo, así que las decisiones las tomamos entre muchas y muchos, así vamos marcando las pautas que los mismos desafíos que tratamos de resolver nos marcan.
Los límites del movimiento de mi vida los marcan las personas que están siendo víctimas de todas estas incoherencias que crean quienes hoy quieren marcar un ritmo a los procesos del mundo, de tal manera que todo sea dirigido para su beneficio, sin importar todo el daño que causen y todas las muertes que esto produzca. El amor a Dios y al hombre y a la mujer, no tiene un límite para Jesús, Él ha dicho que el amor verdadero nos lleva a gastar y perder la vida por aquellos y aquellas a quienes se ama.
—¿Qué resultados ha obtenido en su lucha? ¿Y espera obtener resultados?
—Es muy difícil contestar esta pregunta, solamente te digo, que mi empeño desde el Evangelio de Jesús es lograr que las personas mismas caminen, se organicen, sean capaces de entender la verdad de lo que es un proyecto político, económico y religioso que no destruya, ni manipule, ni mantenga en la ignorancia de su dignidad y sus derechos a las personas.
Con toda mi alma trabajo en ello, con muchas personas en México y más allá de mi patria. En algunos casos me ha tocado sembrar, en otros me ha tocado cosechar lo que otros han sembrado.
En otras ocasiones he trabajado contra toda esperanza, y después han llegado otra personas a completar ese trabajo que nosotros iniciamos. Te puedo decir que mis ojos y mi corazón han visto desde hace muchos años todo aquello que mantiene mi esperanza el día de hoy.
Existe un texto en Isaías, que habla del descenso a la tierra de Jesús, el Hijo de Dios, que es la Palabra Viva de Dios, y describe así este acontecimiento: “Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado mi propósito y haya cumplido aquello a que la envié” (Is 55,10-11). Si no hubiera yo experimentado el cumplimiento de esta profecía, una gran cantidad de veces, no estaría hoy trabajando como el fraile predicador soy y que presto mi servicio como obispo.
—¿Cuál ha sido el mejor y el peor momento en su trayecto?
—Los mejores momentos de mi vida han consistido en ver que del corazón de las víctimas, lleno de dolor y desconsuelo, se levanta la fuerza que mueve a esas mismas personas a ser constructoras de la justicia y de la paz. También Isaías había anunciado este cambio formidable: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. El me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros a cambiar su ceniza por una corona, su ropa de luto por el óleo de la alegría, y su abatimiento por un canto de alabanza. Ellos serán llamados «Robles de justicia». «Plantación del Señor, para su gloria». Ellos reconstruirán las ruinas antiguas, restaurarán los escombros del pasado, renovarán las ciudades en ruinas, los escombros de muchas generaciones” (Is 61,1.3-4). Jesús mismo dijo en la Sinagoga de Nazaret que él había venido a la tierra para que esa profecía de Isaías se cumpliera (Cf. Lucas 4,18-21).
Los peores momentos que he tenido en mi vida han sido en la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, siendo yo obispo coadjutor, junto a Don Samuel Ruiz. Durante esos años los grupos paramilitares, creados y pagados por el Gobierno mexicano, entrenados y armados por el Ejército Mexicano, asesinaban y desaparecían a los hermanos indígenas, a los sobrevivientes los arrojaban de sus comunidades, les destruían sus casas, sus templos, sus dispensarios, les robaban sus pertenencias, su café y el poco ganado que tenían. El culmen de estas acciones criminales de parte del Gobierno Mexicano fue la masacre de Acteal, el 22 de diciembre de 1997. Asesinaron a 45 personas, la mayoría mujeres y niños. Fueron días muy duros, llenos de dolor y de muerte para ellos y para quienes les acompañábamos.
—Estamos inmersos en la violencia y no hay garantía del Gobierno en derechos básicos como autoridad legítima en la
toma de decisiones; hay pérdida de control físico del territorio y se carece del uso legítimo de la fuerza. Entonces, ¿vivimos en un Estado fallido?

—Yo diría que vivimos dependiendo de un equipo de Gobierno lleno de corruptos, ineptos, ignorantes y cínicos. No me gusta hablar de Estado fallido porque vivimos en un Estado que es el mexicano, donde nosotras y nosotros formamos parte de esa estructura, pues ni los miembros del Poder Ejecutivo ni los del Legislativo llegan a formar parte del servicio público sin nuestra aprobación por medio de las urnas. Y la función de ellas y ellos los miembros de Gobierno no se entiende sin nosotras y nosotros la ciudadanía. Yo creo que en este momento los ciudadanos tenemos una visión crítica desde las consecuencias que pagamos de toda la podredumbre que impera en ese ambiente al que se le llama Estado Fallido. Yo como ciudadano no formo parte de ese desastre que han creado, como dije, por corruptos, ineptos, ignorantes y cínicos. Y creo que en esto coincidimos la mayoría de las y los mexicanos.
—¿Qué opinión le merecen los poderes de esta nación?
—Que son una estructura que en su totalidad está cometiendo un delito que ya deberíamos tipificar en México, que es el desvío de poder. La responsabilidad que delegamos al dotarles de la capacidad de decisión para organizar nuestra nación en la justicia y el derecho, en beneficio de todas y todos los miembros de este país, la están utilizando para actuar en beneficio de un mínimo grupo de personas a cuyo servicio se han puesto descaradamente.
—¿Qué piensa de las estrategias contra la violencia que implementó Felipe Calderón y ahora, Enrique Peña Nieto?
—Que fueron una vil patraña del Señor Calderón para militarizar el país, para hacer de México un escudo militar en beneficio de la Seguridad Nacional de nuestros vecinos del Norte. Lo mismo que han estado haciendo con la población migrante centroamericana a quien de manera burda y criminal, el Gobierno mexicano ataja para que no lleguen a molestar a los Estados Unidos.
Las políticas del actual régimen no han cambiado. ¿Dónde están los políticos corruptos que por millares se encargan de proteger a los miembros de las bandas criminales? ¿Tras las rejas? ¿Dónde están los financieros y empresarios que a borbotones les lavan el dinero? Siguen operando impunemente para los criminales. La denuncia que del extranjero se hizo contra los algo así como 7,000 millones de dólares lavados por el Banco HSBC aquí en México y que salieron para el extranjero ¿Qué repercusión tuvo? Una multa al Banco en pesos mexicanos, por una cantidad equivalente a menos del 1% del dinero lavado. Y los criminales de cuello blanco que lavaron ese dinero ¿Dónde están? ¿Tras las rejas? Claro que no.
Ni el régimen pasado ni este han operando la aplicación de la justicia para romper con la impunidad que ha permitido a los Cárteles instalarse por todas partes, dentro de las mismas estructuras gubernamentales, en los centros financieros y en las empresas.
Mientras no se les toque el dinero, y vayan a dar a la cárcel todos sus protectores dentro del aparato político, en las estructuras de seguridad pública y procuración de justicia, y en la iniciativa privada, ya podrán ir a la cárcel los grandes capos como el Chapo, que sus empresas criminales seguirán contando con el caldo de la impunidad que les ha alimentado su poder durante todos estos años de gobiernos llenos de corruptos, ineptos, ignorantes y cínicos.
—¿Qué nos falta como sociedad mexicana? ¿Hay alguna forma de salvar a México?
—Esperanza, ánimo, luz y fortaleza para empezar a caminar en un proceso de recuperación de nuestra soberanía nacional, trabajar por el fortalecimiento de nuestras instituciones, organizarnos para romper, por medio de la resistencia pacífica, con el desastre en que cada día nos meten estos gobernantes sin escrúpulos ni rubor alguno.
La sociedad necesita de instituciones religiosas más firmes y decididas a enfrentar los riesgos que implica la restauración de los valores éticos en todos los estratos de ella. La Iglesia Católica que es la más fuerte y numerosa tiene una grande responsabilidad en esto. Empezando por nosotros los pastores que debemos salirle al frente al lobo que destruye el rebaño y lo dispersa.
—¿Se podrá recuperar la paz y la confianza?
—Por supuesto que sí. La contradicción en la que están cayendo los mentirosos gobernantes que anuncian éxitos y hacen promesas vacías que no se cumplen, sino que la situación empeora, es el sustrato más fuerte que le está dando pie a las y los ciudadanos para salir a ser protagonistas de la restauración de México.
La indignación que existe, si no se desboca en violencia, será la fuerza que nos una a construir el proceso que nos lleve a recuperar la paz. Yo creo que el factor aglutinante del camino que podemos hacer para encontrar salida a esta situación, puede ser la redacción de una nueva Constitución, con la participación de la mayoría de las voces ciudadanas, que le devuelvan la coherencia a nuestra Carta Magna, pero tiene que ser con una grande participación ciudadana, a ser posible, todo el pueblo mexicano. Esto nos llevará a convencernos que cada una de nosotras y cada uno de nosotros, podemos entrar a una verdadera construcción democrática del País.
Sólo de esa manera podremos tener la fuerza para llegar a realizar, en una elección popular por consenso, a partir de los distritos electorales un nuevo Congreso Federal y nuevos Congresos Locales. En cada uno de los Distritos Electorales elegimos a nuestros representantes en las cámaras. Insisto, debe ser por consenso, ya no por medio de los partidos políticos con sus candidatos atroces que cada vez destruyen más a México.
Cuando hayamos elegido a cada una y cada uno de nuestros representantes a las Cámaras y los Congresos Locales, procedemos a instalar ese nuevo Congreso elegido con el consenso ciudadano en cada Distrito Electoral. Instalado un Congreso con verdadera representación popular, se erige en Asamblea Constituyente Fundante, como las de 1824, 1857 y 1917, que le de al país una nueva Constitución, de donde surja no solamente un nuevo Gobierno, sino una nueva manera de gobernar.
Esa Constitución que previamente se ha elaborado, debe ser redactada con la participación de la grande mayoría de las ciudadanas y los ciudadanos, reunidos en los barrios, en las colonias, en las rancherías, en las escuelas y universidades, en torno a las fábricas, en todas partes. En la redacción final de esa Constitución deberán entrar los expertos peritos que le den la consistencia jurídica necesaria.
Son tres grandes etapas, siempre populares: Primero, Redacción de un nuevo texto constitucional. Segundo, elección de nuevos Congresos Federales y Locales. Tercero, Instalación del Congreso, que se erige en Asamblea Constituyente Fundante para aprobar la nueva Constitución elaborada por todo el pueblo.
En 2017 se cumplirá un siglo de nuestra Constitución actual, desbaratada y mancillada como la estén dejando los legisladores carentes de la más elemental ética. Será una buena fecha para una nueva Asamblea Constituyente Fundante.
fernando.villa@eleconomista.mx
Fuente: El Economísta

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