La Pascua como santificación del tiempo presente
Pedro Becerro Cereceda
El
momento presente, como germen del momento siguiente, que debe ser
santificado y así sucesivamente, podemos considerarlo como una
“micropascua”, pues su santificación implica “el paso del Señor”
resucitado, que nos muestra la Voluntad del Padre.
La
Pascua grande, desde el domingo de Resurrección hasta Pentecostés, se
germina en la oscuridad de la Semana Santa, en que la Pasión de Cristo
nos impele a descubrir nuestros fallos, debilidades y miserias, para
corregirlos, fortalecerlas y enriquecerlas, en un proceso que pasa por
diversas fases, tal como los Evangelios de los sucesivos domingos de
pascua nos van mostrando: La alegría de los que aman a Jesús y han
visto que vive, como maría Magdalena, el escepticismo de Tomás y el
pesimismo de los de Emaús, que acaban convenciéndose que Cristo vive,
hacen que volvamos a echar la red, aunque no hayamos pescado nada y
hacer que la redada sea tan abundante que necesitemos ayuda para
levantar la red.
En la
homilía del domingo de Pascua, Fructuoso Mangas, nos recordaba que el
domingo, es una Pascua correspondiente a cada semana. El día del Señor,
el día que recordamos su paso.
A mí
se me ocurre que el momento presente, que debe ser santificado, es una
“micropascua”, pues como indica Francisco Martí Fernández en el libro “La santificación del momento presente”,
la santificación no tiene otro objeto que cumplir la voluntad de Dios,
es decir “llenar la red” con nuestro obrar: poco a poco vamos tejiendo
nuestra vida con cosas que nos gustan más y otras que nos gustan menos,
con miedos, temores y alegrías. Hay que buscar el equilibrio, teniendo
siempre presente al Señor, no sólo cuando rezamos o meditamos, sino en
cada momento, en cada cosa que emprendamos por la “acción nuestra”, que según Francisco Martí (pág. 53) es “el
cumplimiento de los deberes, en el estado de vida en que me encuentro.
Ahora bien, los deberes de estado me especifican como debo guardar los
Mandamientos de la Ley de Dios... Y ¿no está ahí manifiesta la voluntad
de Dios?”
Pero es necesario estar atentos a los acontecimientos de la vida, pues “hay una Providencia divina que se oculta en los acontecimientos exteriores e interiores que hacen variar “nuestra acción”.
Estas variaciones son siempre señales evidentes de una voluntad de
Dios, que El nos presenta para que la aceptemos y la cumplamos Es la voluntad de Beneplácito de Dios, que se dirige a cada persona en particular, es la “acción de Dios”, es lo que Dios hace a cada instante, por cada uno de nosotros para nuestra santificación” (pág. 67). Y añade Martí en la página siguiente: “Nuestra gran enfermedad es querer santificarnos a nuestro modo”.
Y muchas veces esa “autosantificación” es contraria a la voluntad de
Dios. En este punto me viene a la memoria la historia de Jonás, que no
se embarcó para Nínive, a donde Dios le indicaba. Esto nos ha de
recordar que hemos de actuar con humildad. Puede ser que por cobardía,
pereza, comodidad o por lo que sea, no hagamos lo que tengamos que
hacer; pero hemos de reconocerlo y saber rectificar, como hizo Jonás,
aunque le costó estar tres noches en la “oscuridad del vientre de la
ballena”. ¿No nos recuerda esto el tiempo que va desde el Jueves Santo
hasta el domingo de resurrección?
Pedro Becerro Cereceda
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