jueves, 16 de octubre de 2014

Hannah Arendt y Pablo de Tarso. Libertad y hombre interior.




Ayer, día 14 de octubre se cumple el 108 aniversario del nacimiento de Hannah Arendt, una de las pensadoras más prestigiosa de los últimos años. En los últimos meses, se ha escrito mucho sobre “La banalidad del mal”, película sobre la vida de Hannah Arendt que ha llevado a la gran pantalla Margarethe von Trotta.  Directora, actriz y guionista del nuevo cine alemán, que con una mirada femenina y feminista, ha intentado presentarnos los perfiles de la mujer a través de películas como Las hermanas alemanas, Locura de mujer, Rosa de Luxemburgo, o Visión. De la vida de Hidegarda de Bingen.  Todas mujeres interesantes y de una gran alabanza y culto Margarethe.
La película, más que la vida de la filósofa analiza un hecho importante de su vida, el momento que fue enviada a Jerusalén por la revista The New Yorker para informar sobre el proceso contra Eichmann. Teniente coronel de las SS, encargado del transporte de judíos a los campos de concentración y creador de los “consejos judíos” que colaboraron en la selección de los deportados. Fue capturado por el Mossad (el servicio secreto israelí) en Buenos Aires en 1960. El Estado de Israel, que se había saltado todas las reglas del Derecho Internacional al secuestrarlo en Argentina, quería mostrar a Eichmann como un monstruo despiadado para, de ese modo, poder justificar sus cuestionables prácticas anti-nazis.
Hannah Arendt, autora de los Orígenes del totalitarismo, no vio al horrendo genocida, sino a un pobre hombre, obsesionado con el cumplimiento de las órdenes. Para colmo, contó con la ayuda de líderes judíos a la hora de seleccionar a las víctimas que debían ser deportadas a los campos de concentración. De ahí su obra, Un estudio sobre la banalidad del mal.  El mal, no se esconde en las grandes mentes criminales, sino en la estructura insignificante de cualquier ciudadano, tal vez padre de familia y aparentemente normal, como Eichmann. Hannah Arendt, nos ha mostrado, lo terriblemente normal que puede ser el mal, con la cotidianidad de la vida y del individuo. Lo vemos todos los días, desde no alquilar pisos a emigrantes, hablar mal del prójimo, la violencia verbal o física, discriminaciones, tendencias racistas y xenófobas,  en acciones cotidianas, correos electrónicos que recibimos en forma de presentaciones, etc. No se nos olvide que detrás de todo está la libertad, siempre podemos decir que no, lo hago o no lo hago, diga lo que digan, mis jefes, mis amigos o mis confesores, da igual. Discernir, pensar, informarme, son elementos necesarios para crecer en libertad.
De libertad es de lo que quería hablar, que es el núcleo de la relación de Hannah Arendt y Pablo de Tarso.  El Apóstol de los gentiles, ha sido y sigue siendo un personaje analizado y subrayado en el pensamiento actual, es la piedra angular entre el cristianismo y el judaísmo y subraya temas que desbordan lo religioso: Universalismo y singularidad, ley y espíritu, don y gratuidad, transformación de la sabiduría en locura, relación entre lo antiguo y lo moderno, lo político y lo impolítico. Pablo es una referencia para una Europa en crisis, sobre todo, para una cultura donde se quiere difuminar la pregunta por el sentido, donde no sólo hemos asistido a la muerte de Dios, sino del propio hombre. Incluso nos deslizamos por religiosidades difusas, como la vuelta a los mitos y a un nuevo gnosticismo, agotando la espiritualidad de Occidente. Figuras del pensamiento como A. Bardiou, S. Bretón, J. Taubes, Simone Weill, Hannah Arendt como en teólogos como K. Barth, K. Schmitt, sin olvidar a Dietrích Bonhoeffer y J. B. Metz, han rastreado en Pablo elementos para el desarrollo del pensamiento de Occidente.
La tesis doctoral de Hannah Arendt  fue un estudio sobre el amor en San Agustín. Pero un punto de inflexión de la pensadora fueron los estudios sobre el nazismo y la banalidad del mal, que realiza en un profundo estudio sobre la Condición humana. En este aborda el concepto de la vida. Por un lado, la vida como ciclo natural incesante vinculado con la labor, y la vida como devenir humano enmarcado en la historia de un quién a través de la acción. La vida para Hannah Arendt, es algo singular y subraya la importancia de aparecer ante los otros mediante el acto y la palabra.
La muerte sorprende a Hannah Arendt con la elaboración de su última obra inacabada, que nos habla de la Vida del Espíritu. En esta obra dedica un capítulo a San Pablo, en la segunda parte del libro, cuando habla y desarrolla la voluntad. El concepto de libertad era fundamental en su obra, no sólo la libertad personal, sino política y en ella tiene importancia la obra de Platón. Aunque en esta última obra inacabada, la centralidad de la misma, no será el pensamiento griego, sorprendentemente es la figura de Pablo de Tarso. Es interesante el estudio sobre la “Epístola a los Romanos según Arendt”, que Agustín Serrano de Haro, realiza en la obra que dirige Reyes Mate y José A. Zamora, Nuevas teologías políticas. Pablo de Tarso en la construcción de Occidente.
Hannah Arendt, parte la pregunta sobre la posibilidad de elegir, como precursora de la voluntad. La voluntad es algo propio que los hombres no sólo tienen con ellos mismos, sino dentro de sí mismos. En su Carta a los Romanos, Pablo nos recordaba que queriendo hacer el bien, es el mal el que se nos presenta (7, 21). No realizamos el bien que queremos, sino el mal que no queremos. Se da cuenta, que el problema de la libertad humana, está ausente en la filosofía griega.
El pensamiento griego, no entró a fondo en esta cuestión clave, si realmente el hombre es un ser libre, si existe la libertad en nuestro mundo, en qué puede consistir ésta. No hay concepto que exprese esta idea en la filosofía griega, ni  proaíresis, ni eleuthería, llegarían al fondo del problema. El concepto de libertad griego, formaba parte de la experiencia cotidiana, de la praxis, en el espacio político, no de la reflexión o del pensamiento. No hay experiencia de una libertad individual, está sólo se nos muestra en el mundo de la Polis y en la intersubjetividad ciudadana, además, está vinculada a la acción política y no a la voluntad.
Hannah Arendt, descubre en Pablo de Tarso, al “hombre interior”, que se topa con la voluntad de querer, de elegir, que sólo se hace presente cuando entramos en pugna con nosotros mismos. La ley antigua decía debes hacer, la nueva ley de Dios que Pablo interioriza dice, debes querer. La acción del hombre se debate entre dos requerimientos enfrentados, propios de sí.  El hombre choca consigo mismo, independientemente de lo querido y de las razones para quererlo. La voluntad requiere decir sí a la acción en función de sus alternativas, esto equivale a ordenar la acción a un fin. El sí al amor, supone de inmediato un no a la maldad, esto se debate en una fuerte pugna interior, que necesita de la gracia de Dios, ya que el hombre en su naturaleza no puede por sí solo. En esta pugna o debate, entre la carnalidad y la espiritualidad en el hombre, surge uno de los elementos propios de la constitución humana, de su ontología, la libertad. La voluntad, individualiza a cada hombre (en el pecado y en la gracia), esa libertad de la voluntad no sólo depende de la acción y de las obras, necesita ser liberada, necesita de liberación. 
Sólo la gracia de Dios, puede superar la dialéctica entre la carnalidad y la espiritualidad, la misericordia de Dios soluciona el conflicto de la voluntad, pero sin anularla, donde existe el pecado, sobreabunda la gracia. La voluntad no puede resolver el conflicto ya que se estorba a sí misma, ya que los hombres no son carnales o espirituales. Para Pablo, son a la vez, carnales y espirituales. La carne morirá, es el espíritu quien tiene que ordenar los apetitos, y crucificar ésta en sus deseos y pasiones, pero está más allá del poder humano. La carnalidad, sin ser la fuente de todo mal, interrumpe la espiritualidad. La voluntad se hace presente cuando vence la resistencia carnal, o si se quiere con otras palabras más actuales, la resistencia interna. Ésta  se logra más allá de nuestro hacer, está en manos de Dios.
Es bueno empezar por querer, incluso más allá de nuestra carnalidad. Pablo y sus amigos llamaron esa actuación de Dios,  resurrección, por ella se movieron y toda ella atraviesa su obra. Esa ya sucedió en Cristo, en los creyentes sucederá en la última venida de Cristo, vencidas todas las fuerzas cósmicas del mal y en especial la muerte, entregará el Reino de Dios, para que Dios sea todo en todos.
¿Veis el silencio en medio de las aguas
cuando la noche pasa y sostienen las luces
que están en la ribera?
No hay calma igual
a la del mar que allí descansa.
Estamos en la ausencia;
también la soledad tiene su parte.
Contemplamos
desde un lugar seguro
el lírico paisaje
que se repetirá a la misma hora,
siempre.
Carlos Pinto Grote, El mundo de la memoria

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