jueves, 30 de marzo de 2017

La misión de los laicos



“Lo que es el alma para el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo”
Diogneto, s. II
Los laicos son hombres de la Iglesia en el corazón del mundo, y hombres del mundo en el corazón de la Iglesia
(cf. DA 209)
Todos tenemos una misión en la vida, algo que hacer, algo que decir, algo que ser. Para un cristiano su misión arranca de un encuentro personal con Jesús de Nazaret, de un encuentro con su vida, su compromiso y testimonio como expresión del amor del Padre. Sabiendo siempre que Él “nos primerea” (EvGa, 24), nos encuentra y nos llama. Ese amor penetra en la totalidad de la persona, en sus ideas, sus sentimientos y su acción, experimentando su propia liberación. Esta experiencia del Espíritu recibida en el Bautismo, Confirmación y Eucaristía, llena nuestro corazón, nos une a Jesús y nos abre a ser testigos de la Buena Noticia (EvGa, 259).
Hay una estrecha relación casi indivisible entre  fe y misión, cuando la fe es madura y fuerte hay una proyección hacia afuera, cuando es fe es débil la misión se difumina en una religiosidad difusa, siendo un consumible más dentro de las sociedades globalizadas. “Hoy más que nunca se necesita un dinamismo misionero que lleve sal y luz al mundo” (EvGa, 81), es el momento que el laico desde la madurez de su fe, asuma plenamente su condición laical y redescubra la belleza de ser cristiano y la alegría de dar testimonio. La vocación laical no solo implica un cristiano maduro, también que esté formado y que su participación no se limite solo a tareas intraeclesiales, su labor fundamental es llevar los valores cristianos al corazón de la sociedad (LG 31). Su misión está en comprometerse en el mundo y desde el mundo, no es su tarea fundamental el desarrollo de la institución eclesial sino desplegar todas sus capacidades en la cultura, la ciencia, las artes, la economía, la política, los medios de comunicación, el trabajo, la familia, los hijos.
La realidad del ser laico no se la da su relación con el sacerdote, ni debe aspirar a clericalizarse, su bautismo le hace vivir en un estado permanente de misión en una red más amplia, rica y compleja de su permanencia al mundo como cristiano. La realidad de ser en mundo del laico (Congar), hace que su misión fundamental es actuar desde las propias instancias de la sociedad, desde su propia lógica interna, siendo su compromiso fundamental, ser fermento  y transformar esa realidad (EvGa, 31) desde la Buena Noticia del Reino. El laico puede ser el nuevo paradigma de una “Iglesia en salida”, desplegando otra forma de vivir más allá del templo, que con su ejemplo de vida y testimonio, haga posible otro mundo más humano y evangélico (EvGa, 201). La madurez de su fe debe le llevar, no sólo a discernir los signos de los tiempos, sino a poder escribirlos de vez en cuando.  La lógica evangélica es intentar construir una sociedad que en no esté basada en los valores del dinero, el consumo, el poder, el dominio o el descarte, fomentando el amor, la igualdad y la solidaridad. Ojos abiertos para el cuidando de todos, pero sobre todo de los más débiles y necesitados, haciendo visibles las necesidades que no injustas que no se ven.
Salir de los templos y arrogarse a la misión en el mundo desplegado los ministerios bautismales, no es incompatible con los ministerios pastorales que pueden ser encomendados a los laicos. Los laicos que actúan en el mundo y desde el mundo, son Iglesia y, su actuación se inscribe en la misión de toda la Iglesia. Pensamos que no solo son tareas distintas, son vocaciones distintas. No es la misma la actitud espiritual de un laico comprometido en el mundo para dar testimonio de su fe, desde la mediación de una parcela de lo humano y la de otro laico investido por el obispo para una tarea o responsabilidad propiamente pastoral.  Su misión es (ad extra), es necesaria, cada vez más, su participación en las tareas de la vida parroquial o unidades pastorales (catequesis, liturgia, acogida de inmigrantes, colaboración con Cáritas, consejos parroquiales, consejos económicos, etc.), aunque su vocación  más propia se desarrolla en la vida familiar, social y profesional. La diversidad de carismas enriquece al laico y a la Iglesia, pero es necesario una nueva realidad eclesial y misionera que no busque la auto-conservación, sino salir a las periferias existenciales y dialogar con el mundo (EvGa, 27). Hoy se pide una mayor participación del laico en los órganos de decisión de la Iglesia, pero no es menos necesario y urgente consagrar otras tantas energías a inscribir el Evangelio en el corazón de la sociedad, tanto en sus dinamismos como en los nuevos sectores de sus contradicciones (Sesboue): Partidos políticos, sindicatos, asociaciones, grupos, movimientos, etc.
El laico deberá promover la dignidad de la persona humana, la dimensión religiosa del hombre, la familia, la libertad de conciencia, la solidaridad, la justicia, la promoción de la mujer, fomentar la organización y la dignidad en el trabajo, luchar por unas relaciones económicas que posibilite una mayor equidad e inclusión social, un orden social justo  y  estar al servicio de todos. Es necesario estar presente en los lugares donde se crea cultura: la universidad, los medios de comunicación, las redes sociales, los centros artísticos y literarios, etc. La labor de laico no se deber reducir solamente a la denuncia, también debe fomentar y crear instituciones civiles y plataformas de participación ciudadana que sean expresiones de un mundo más justo y humano.
Solo saliendo de nuestros lugares sagrados, mezclándonos con las personas y  encarnándonos en la realidad sufriente del mundo: pobres, presos, mujeres objeto de violencia, niños y niños explotados, desahuciados, excluidos de los servicios sociales, inmigrantes, refugiados, ancianos, parados, hombres que han perdido el sentido, desesperanza, soledad… Nos podremos encontrar con el propio Jesús, con el Dios vivo y verdadero. Desde aquí podremos ser creíbles, uniendo nuestra pasión y nuestra acción, para poder transformar esa realidad y así para ser luz y fermento en medio de nuestra sociedad.

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