jueves, 16 de mayo de 2013

Indignarse ante las injusticias



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Juan Antonio Mateos Pérez
Hace dos años del movimiento ciudadano 15 m, movimiento de indignados o movimiento de la democracia real. Tomó su nombre del escrito “indignados” de Stephane Hessel, un activista francés muerto recientemente, que luchó contra el
nazismo y reclamaba un cambio de rumbo económico y político de Europa. Pareció un movimiento espontáneo de ciudadanos, sobre todo jóvenes, un poco hartos de la gestión política y de la situación de crisis que parece no acabar nunca. Los medios de convocatoria del debate, fue el mundo virtual, sobre todo las redes sociales (según una encuesta el 65% se enteró por Facebook), respaldado después por una amplia cobertura de los medios de comunicación clásicos. Se pedía cambios en la ley electoral y una reforma de la misma, encaminada a una democracia más representativa. Se pedían listas abiertas, para luchar contra la corrupción y una mayor transparencia de los poderes públicos. Se reclamaba una separación real de los poderes del Estado, y, mecanismos de control ciudadano para una efectiva responsabilidad política, así, como reformas del sistema financiero, mejora de la educación, sanidad, empleo, etc.
Después de dos años se han celebrado una serie de actos, acompañados del rechazo de las políticas neoliberales y la demanda de un modelo económico y político más justo. Parece que el impacto mediático ha perdido peso, pero su labor sigue siendo muy importante en los barrios de las grandes ciudades, trabajando en iniciativas concretas, como las plataformas para frenar los desalojos y los desahucios, o la crítica al sistema financiero y apoyo al sistema sanitario.
Uno de los pedagogos más influyente del siglo XX, Paulo Freire,  escribió una obra ilustrativa: Pedagogía de la indignación. Desde Brasil, su foco de atención fue siempre los que se encuentran al margen de la sociedad. Son la recopilación de una serie de textos donde asoman en tensión dialéctica, la rabia o indignación y el amor. Él decía  que las verdaderas acciones éticas nacen de los sentimientos contrapuestos, en este caso su amor humanista y por otro la indignación política por las desigualdades y las injusticias.
Paul Ricoeur en su obra Amor y justicia, acudiendo a Platón y Aristóteles, nuestra que la primera reacción ante la injusticia, es el grito de la indignación: ¡Esto es injusto! Esta indignación se enciende ante ciertas situaciones, como los repartos desiguales que nos resultan inaceptables, promesas incumplidas que rompen nuestra confianza en la palabra dada, los castigos desproporcionados ante nuestras faltas, o retribuciones no merecidas. Esta indignación puede llevarnos al deseo de venganza, sino media la condición de imparcialidad, o la ley que inculque justicia. Pero la indignación puede ser un buen sentimiento de base para la educación en la equidad.
Encontramos en el Antiguo Testamento salmos que revelan una indignación profética contra el mal de la historia (salmos 109 y 137) y su deseo de justicia, una oración encarnada que desea involucrar a todo el ser del hombre. En el salmo 90 aparece la “ira de Dios” o la indignación de Dios, ésta significa que Dios es justo y no puede aceptar como limpio lo que está en pecado. Dios no quiere el pecado, pero ama al pecador, que quiere salvarlo por todos los medios.

907 ¡Estamos consumidos por tu ira
y consternados por tu indignación!
90:8 Pusiste nuestras culpas delante de tus ojos,
y nuestros secretos a la luz de tu mirada.
90:9 Nuestros días transcurren
bajo el peso de tu enojo,
y nuestros años se acaban como un suspiro.

La indignación aparece también en los profetas, siempre atentos a la justicia y a las exigencias morales. Amós siempre atento a todo tipo de violaciones e injusticias humanas, va a la raíz del problema y designa ese día en que Dios hará justicia instaurando su Reinado. Isaías refleja esa indignación ante la traición colectiva de la Alianza, hace una llamada a la conciencia religiosa que se manifiesta en sus ¡Ay! (Isaías. 5, 8.11.12.18-24) Llenos de amor y de justicia.
También está la indignación de Jesús  contra los enemigos de la condición humana. Ya que si el amor se entiende como solidaridad, éste no es incompatible con la indignación. Es muy humano sentirse airado contra todo aquel que cause sufrimiento, así mismo y a los demás. Jesús se sintió muchas veces enojado contra aquellos que se encaminaban al pueblo a su propia destrucción. Jesús los amaba, como a todos los hombres, ahí está las comidas con ellos, no los excluía, pero se indignaba ante su hipocresía y dureza de corazón. Al final ellos lo acabaron excluyendo a Él, curaba en sábado. Posiblemente, su amor y su grito de indignación contra los poderes constituidos, su coherencia en el anuncio del Reino,  acabaron con su vida. No estamos diciendo que Jesús fuera un indignado, pero su exigencia por la justicia y su incomprensión, incluso por los suyos, abre un amplio espectro de indignación, como consecuencia de su amor. No sé.

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