martes, 23 de junio de 2015

Última sesión sobre el Sacramento del Perdón o de la Conversión



En el aula Magna, Fr. Domingo Salado impartió la última charla sobre el sacramento de la conversión o del perdón, organizado por la Fraternidad de Santo Domingo de Salamanca. Como en las anteriores sesiones, el Aula Magna estaba llena, en esta última se buscaba iluminar de cómo celebrar, desde la mística de la fe (pascual), el sacramento de la conversión. Fr. Domingo comenzó recordando que la fe no es una teoría, es una forma de vivir, y en este Sacramento de la Conversión está cargado de una fuerte dimensión existencial.
Es un sacramento que celebra la fe y la implicación de la vida de un creyente. No es prioritariamente un sacramento de confesión de los pecados, es el sacramento de la confesión de Dios Salvador. En este encuentro debemos reconocer, antes que nada, a un Dios misericordioso, después un reconocimiento de nuestro ser limitado desde ese amor de Dios. Confesamos la fe y la esperanza de un Dios que nos ama y nos transforma.
Tiene este sacramento una relación una relación especial con el bautismo y la eucaristía. Este sacramento nos permite retornar al todo vida según la novedad de Jesucristo, en otros momentos se llamó segundo bautismo. Este es un morir para vivir. También con la eucaristía, que es la fuente de todo sacramento, y es el sacramento de la conversión por antonomasia. La eucaristía proclama la fuente de todo perdón, la gratuidad de Dios, un Dios que ama y sana. El hombre conmovido por el amor de Dios, retorna a su amor. Tiene un sentido circular, de la eucaristía a la penitencia y de aquí, a la eucaristía. Sin vivencia eucaristía del sacramento penitencial, no se descubrirá su valor originario.
¿Reparamos en los signos de la misericordia de Dios mostrados en la celebración del sacramento? Por ejemplo, la palabra de Dios misericordioso, los signos celebrativos, el formulario de la absolución al penitente, la adhesión de fe al Dios misericordioso Padre, Hijo y Espíritu que llega por medio de la Iglesia. Se debe educar las actitudes de fondo para situarse cara a cara con el propio Jesús, dejarse compadecer, dejarse curar, dejarse hacer, dejarse tocar por Jesús. En un sacramento bien celebrado, se debe agradecer lo que acontece y proclama la Palabra de Dios.
Las funciones del ministro deben refrendar que es un instrumento de la misericordia de Dios, no es un sacramento punitivo, es sanador: tiene una función medicinal, debe iluminar la fe, debe ayudar a discernir que Dios es gracia y cura el mal y que Dios acoge en la comunidad.
Es una celebración mediada y celebrada en la Iglesia, el perdón no es sólo liberador, es signo de comunión. El Perdón en la Iglesia es el modo en que Dios nos perdona. Sentirse en el alma de la Iglesia, es un ámbito de vida donde Dios me llama e ilumina mi fe. Pero dentro de la Iglesia hay diferentes formas, cauces y medios para dispensar la misericordia y el Perdón de Dios según el ritual de penitencia:
-          Ordinarios, como el ayuno, la oración cotidiana, la reconciliación mutua y fraterna, el cumplimiento del deber, trabajo honesto, lectura asidua de la palabra, la caridad, etc.
-          Medios litúrgicos y celebrativos, celebración de la palabra, oración comunitaria.
-          Celebraciones sacramentales, la eucaristía, el bautismo, la penitencia, la unción de enfermos.
Esta diversidad de formas debemos utilizarlas según la profundidad del mal que nos afecta. No hay que limitarse a una única forma. Las faltas leves, las fórmulas ordinarias; la culpabilidad grave, las celebraciones comunitarias. Las formas más solemnes sacramentales no son para naderías, sino para pecados serios, aunque cualquier fórmula debe orientar a la eucaristía. También, hay que evitar individualismos, confesar estados anímicos y no confesar lo fundamental, que es la misericordia de Dios. Al igual que gestos individualistas en las obras penitenciales.

La conversión es un estado vivencial, un camino hacia el reencuentro con Dios, al igual que el hijo pródigo, o bien el Padre bueno. Es un camino de retorno, complejo, que pasa por diferentes momentos. Sólo el amor de Dios y su luz nos hacer ver, tomar conciencia del error cometido y a vivir el deseo claro de volver, de salir del mal, de asumir el dolor del camino, de salir y cambiar algo del fondo de nuestro ser. Dejarse sostener por Dios que no deja de mirarme y me sostiene en mis propias flaquezas. Pero también, saber agradecer esa llamada que llega a mi interior y me invita a la mesa común. Después de la mirada amorosa del Padre, podemos reconocer nuestra condición pecadora y frágil, desde un doble nivel: moral y religioso, visto a la luz de la palabra y amor de Dios.
La gravedad de mi condición pecadora puede ser leve, grave o mortal. La gravedad suma se mide por la opción fundamental de nuestra vida, depende de la acción profunda del corazón. También, necesitamos reeducar la conciencia moral, examinar la hondura de nuestro corazón, buscar un sentido religioso de los cumplimientos, pasar de la inquietud psicológica a la hondura del corazón. La palabra de Dios llama siempre al amor y desde ahí, discernir los niveles de la conciencia.
Las obras penitenciales no son una transacción comercial, no es una deuda, deberán ser signos de conversión, de un retorno a Dios desde dentro. Deberán cumplir con una función pedagógica, me señala donde falla mi corazón; un función sanadora y una función sacramental, la hondura del camino del reencuentro. Se debería hablar de obras de misericordia; en el ámbito personal, un corazón abierto y misericordioso a semejanza de Jesús; deberán estar al servicio de los demás y al amor fraterno; debería tener también misericordia con el mundo. Deberán utilizarse criterios realistas, las obras devotas no corrigen el dolor del corazón; un sentido espiritual y también creativo, con nuevos gestos de misericordia.
Juan Antonio Mateos Pérez







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