miércoles, 12 de junio de 2013

Lo natural y lo sobrenatural


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Pedro Becerro Cereceda
  1. Introducción
Escribía yo al comienzo del tiempo pascual, en el artículo titulado “La Pascua como santificación del momento presente”: Hay que buscar el equilibrio, teniendo siempre presente al Señor, no sólo cuando rezamos o meditamos, sino en cada momento, en cada cosa que emprendamos por la “acción nuestra”, que según Francisco Martí (pág. 53) es “el cumplimiento de los deberes, en el estado de vida en que me encuentro. Ahora bien, los deberes de estado me especifican como debo guardar los Mandamientos de la Ley de Dios... Y ¿no está ahí manifiesta la voluntad de Dios?
Pues bien abundando en esa idea, que Santa Teresa resumía maravillosamente con la famosa frase “Dios anda entre los pucheros y cacerolas”, en el mundo de la hostelería podríamos decir, también entre las ecuaciones, logaritmos, sintaxis, recreos, clases,... en el mundo de la enseñanza, entre semáforos, coches camiones, peatones, motos,... en el mundo de la circulación, entre ordenadores, programas, internet, Facebook,... en el mundo de la informática. En la sanidad, entre sondas, fonendos, gasas, algodones, bisturís... ¿Para qué seguir? Se entiende de sobra. ¿O no? Parece que algunos no acaban de entenderlo y separan lo natural de los sobrenatural.
Una compañera de la Escuela de Teología, Mª José Moreda, a la que agradezco el gesto, y no por casualidad, pues es sabido que esta no existe, me ha dejado el libro “Victimas del pecado” de José M. Castillo (Ed. Trota) y en la página 78 podemos leer un apartado titulado “lo natural” y lo “sobrenatural”, unidos definitivamente, del que tomo prestado el título de este artículo. En dicho libro aparece una frase genial de Santo Tomás de Aquino: “Dios no se siente ofendido por nosotros, si no es porque actuamos contra nuestro propio bien” y muchas veces así actuamos, anteponiendo deberes religiosos a una tarea de ayuda inaplazable al prójimo, pues pensamos que de otra manera ofendemos a Dios. Recuérdese que a Jesús no le importaba el sábado, si suprimía el sufrimiento de alguien.
Después de un mes de comenzar a escribir estas notas se han producido ¡tres sincronicidades tres!
1.- Terminar de leer dicho libro.
2.- Asistir a misa el día 9 de junio en la Purísima
3.- Terminar el curso en San Esteban con las cartas católicas: 1ª, 2ª y 3º de Juan
Todo ello me ha llevado a reflexionar, que no pocas veces, miramos al cielo y olvidamos la tierra. No va a ser este por tanto un articulillo, como otras veces y para no cansar al lector (o lectora) voy a hacer una trilogía, tomando como referencia las tres “sincronicidades” y hoy me voy a fijar en la “espiritualidad”, palabra con la que a veces se nos llena la boca. En el libro que comentamos, en la página 196 podemos leer: “La espiritualidad es positiva y excelente en cuanto que los seres humanos somos espíritu y materia. Y la espiritualidad viene a recordarnos, de una manera o de otra, que el espíritu es importante, por lo que es importante cultivarlo... Pero la espiritualidad es también negativa y detestable... (si) lleva consigo el peligro de entender al ser humano compuesto de dos mitades yuxtapuestas... el espíritu y la materia... De tal manera que el espíritu domine a la materia... hasta incluso llegar a anularla”.
No es fácil expresar estas ideas, que a mí, me han chocado al leerlas en el capítulo 7: “Otra moral, otra iglesia, otra espiritualidad”; pero no hace falta reflexionar mucho, para darnos cuenta que no pocas veces, para buscar mi sosiego espiritual, me estoy olvidando del prójimo. Incluso yo mismo, al escribir estas y otras cosas, no soy práctico... pienso que bien está esto; pero me quedo ahí, sólo en eso.
En la página 199 en este mismo capítulo leemos “Si por espiritualidad entendemos “la vida según el espíritu, es decir la forma de vida que se deja guiar por el Espíritu de Cristo” hay razones fundadas para pensar que la forma de vida que se deja guiar por el Espíritu de Cristo, tal como nosotros la enseñamos, no se parece mucho a la forma de vida que enseñaba el propio Cristo. Lo que traducido a nuestro lenguaje actual, viene a decir que la espiritualidad que nosotros intentamos trasmitir no coincide con la espiritualidad que trasmitía Jesús
Hace poco celebrábamos Pentecostés y rezábamos “Envía Señor tu Espíritu, que renueve la faz de la tierra” y no nos damos cuenta que el Espíritu renueva la faz de la tierra, solo y sólo si, nosotros impulsados por el mismo Espíritu nos ponemos a renovarla y para ello hemos de pensar que la principal tarea, es a la que Jesús se dedicó y que muchas veces, queda oculta entre tanta teología: a quitar o al menos aminorar el sufrimiento. Para terminar esta primera parte voy a copiar un largo párrafo de la página 213 del apartado “la genialidad de Jesús”, en la conclusión del libro: “La genialidad de Jesús no se descubre en sus “saberes”. Ni en sus “poderes”. Ni en su elocuencia, ni siquiera en su religiosidad. Por supuesto todo eso fue genial en Jesús; pero ninguna de estas cosas es lo que nos acaricia y nos inquieta al mismo tiempo. La genialidad de Jesús estuvo en su sensibilidad... no soportó ni el hambre de los pobres (Mt 14, 13-23), ni la abundancia de los ricos (Lc 16, 19-31), ni el sufrimiento de los enfermos (Mt 4, 24-24), ni el desprecio que tenían que soportar los pecadores (Lc 7, 36-50), ni las agresiones a las mujeres (Jn, 8, 2-11), ni la opresión que imponían las leyes religiosas (Mc 7, 1-7), ni el desamparo de los que lloraban a los difuntos (Lc 7, 11-17), ni la vergüenza de los que tenían que ocultar sus miserias (Jn 4, 39-42), ni la situación desesperada de los vagabundos por los caminos (Mt 22, 10; Lc 14, 23-24), ni la situación de los considerados herejes (Lc 10, 30-35), ni la desesperanza de los perdidos en la vida (Lc 15, 12-32), ni el agobio de los que tenían que soportar las leyes religiosas (Mt 11, 28-30)”.
Así pues, cuando oímos en la misa “Señor, danos entrañas de misericordia”, prestemos atención y tomémoslo en serio. Que no nos suene a rutina, en el “cumplimiento” de oír misa los domingos y fiesta de guardar; pero de esto hablaré en una segunda parte, a raíz del sermón de Fructuoso Mangas del pasado 9 de Junio.
Pedro Becerro Cereceda

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