Juan Antonio Mateos Pérez
Este fin de semana la
Escuela de Teología ha peregrinado al monasterio de Montesclaros. Desde antiguo
el hombre quiere ir más allá de sí, salir de su espacio y encontrarse con Dios.
Ya Abraham abandonó su tierra de Ur para ir a la tierra que Dios la había
prometido, así también Israel peregrinó por el desierto más allá de Egipto
buscado su tierra prometida. Hoy que en Salamanca muchos peregrinos caminantes
van a Cabrera, muchos movidos por la devoción, por un voto, por una gracia o
simplemente por la salud, recuperada o que se quiere recuperar. Todo eso está
muy bien, pero yo estaba pensado en ese otro viaje de la vida más largo y difícil
en la búsqueda de Dios, a esa tierra prometido, pero que en ciertos momentos, y
de un modo concreto, como el final de un curso, desea dar gracias en el
silencio y de seguir buscando en medio de las oscuridades de la existencia.
Esta búsqueda, se ha
expresado en todas las culturas como un camino. Mircea Eliade, hablaba del ”homo
viator”, al estudiar los desplazamientos humanos en el paleolítico superior,
muchos de estos conducían a santuarios. Esta imagen la expresó Jorge Manrique
en sus coplas: “Nuestras vidas son los ríos, que van a dar al mar, que es el
morir…” Aunque, como cristianos pensamos, que no nos quedamos en el mar, sino
que lo cruzamos para llegar a nuestro verdadero hogar, la casa del Padre.
Llegamos al santuario, al
atardecer del sábado, en medio de la niebla, provocada por el pantano del Ebro.
Situado en el municipio cántabro de Valdeprado del Río, cerquita de Reinosa. Es
paisaje que lo rodea es un conjunto de bosques de roble, hayas, avellanos y
plantas bajas tales como argomas, helechos, brezos.. Con una historia cristiana
de largo alcance, se pierde allá por los primeros siglos de nuestra era,
posiblemente llevada por soldados romanos acantonados en estos reductos poco
romanizados de la Hispania. En el mundo medieval, Fernando III el Santo, lo
acogerá bajo su patronato real, asignándole un capellán con la obligación de
celebrar un determinado número de misas al año. Por el santuario pasaron
cristianos y devotos, eremitas, frailes y legos, etc. En el siglo XVII, Carlos
II se lo adjudicará a los dominicos, después de pasar por un largo abandono. No
se perderá tampoco con las desamortizaciones, ya que fue adquirido por los
alcaldes de la zona y se devuelva a los frailes dominicos en 1880, por el
módico precio de una peseta y un sermón anual para todos los alcaldes y pueblo.
Un momento difícil fue también en el año 1936, donde fueron asesinados cinco religiosos,
la biblioteca sería desvalijada y la virgen será fusilada.
A un pastorcillo, esta
Señora
cual bella aurora, se
apareció,
y en Montesclaros, Reina
María
también es guía de salvación…
En
el viaje hacia Montesclaros dio tiempo para ver arte, Frómista, el excelente apostolado
de Moarve, el monasterio de monjas cistercienses de San Andrés del Arroyo y por
último la iglesia rupestre de los Santos Justo y Pastor en Olleros de Pisuerga,
donde celebramos una Eucaristía.
Estas iglesias no sólo son creación humana, son más, es como el pueblo ha intentado expresar su fe en una cultura concreta. Ha mediado entre Dios y el hombre, entre lo espiritual y lo sensible, es una de las maneras simbólicas de expresar lo incondicionado. Es cierto, otras formas como la filosofía y la teología son más directas, pero en el arte siempre podemos descubrir expresiones de transcendencia, y por lo tanto también una forma de desvelar la verdad, como nos recordaba Heidegger. Ese deseo de ir siempre más allá, de rebelarse antes los límites de la existencia, de reorganizar el todo para entender y ser. En la materia, también se puede descubrir como una experiencia mística, una epifanía de lo divino, es el “misterio del octavo día” como gustan los teólogos ortodoxos.
El
domingo por la mañana fue un paseo por la naturaleza, Fontibre, alto Campoo,
allí donde nace el Ebro, con el imponente pico de los tres mares al fondo, con
el Saja y el Pisuerga caminando de espaldas y despeñándose por las altas
cumbres. Allí se pueden recordar aquellos versos de don Miguel:
Agua que al azul
lavaste
agua de serenidad
agua que lavas el
verde
agua de conformidad
agua que pasó el
molino
rueda de vuelta a
empezar
agua llovida del
cielo
agua de dulce pasar
agua que llevas mis
sueños
en tu regazo a la mar
agua que pasas
soñando
tu pasar en tu
quedar.
La
belleza de la naturaleza, también nos desvela en sentido del ser, la montaña,
el monte, es el lugar de Dios. Para encontrarse con Él hay que subir, dejar el
llano, la cotidianidad. Así nos lo recordaba Moisés en el Sinaí. Detrás de cada
montaña, está siempre la casa del Padre, así nos lo recordaba Israel y el
propio Jesús. También, que antes de subir a la montaña, deberemos caminar
durante largo tiempo por el llano de la medianía, por el llano de la paciencia
de la fe.
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