miércoles, 4 de marzo de 2015

Vivir el desierto en la ciudad



La cuaresma es por excelencia un kairós, un tiempo oportuno, un tiempo para la conversión, intenso, creativo, caluroso, participado, orante, de salvación. Asistir a un evento aburrido durante una hora y estar con la persona amada durante ese mismo tiempo, podemos decir, que es el mimo tiempo cronológico, pero es muy diferente el kairós, el tiempo profundo y apasionado, personal e interior.
El tiempo cuaresmal va acompañado de un espacio, el desierto. Así lo expresa el evangelio de Marcos: En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días... La tentación es superada por Jesús mediante la entrega de sí mismo a Dios y a su palabra. Lo mismo que para Israel, también para Jesús el desierto, durante cuarenta días, es el lugar de la prueba. Para el hombre oriental y en la Biblia, el desierto es una realizad viva, una situación de la existencia, un tiempo oportuno, un Kairós.

La experiencia del desierto para los Israelitas fue dura, en silencio, libres de todo bienestar y alejados de las cosas, se encuentran con Dios y con la carga de su libertad. Allí la tentación es fácil, recordemos sus palabras,…¿No es mejor servir a los egipcios que morir en el desierto?... Allí emerge la rebelión interior, la falta de compromiso, es el lugar de la desobediencia y de la rebelión contra Dios. Es el lugar simbólico del pecado, del alejamiento de Dios.
Sin embargo, Marcos ve el desierto de otra forma, tomando la idea de los profetas, es el lugar de la intimidad, de la ternura, del noviazgo, …”He aquí la atraeré a mí, la llevaré al desierto y allí le hablaré a su corazón." (Os 2, 16). En el desierto Jesús elige la vía del Padre, y, como una nueva creación está en armonía con las fieras del campo. Como Jesús, el creyente sale de su desierto urbano, donde cada uno va a lo suyo, en falta de tiempo para las experiencias profundas, allí aflora la torpeza para la oración y la dedicación a Dios; y  quiere ir al desierto de la cuaresma, un tiempo oportuno para la contemplación, para el amor, la libertad, la reflexión, para la creación, para el encuentro con los amigos y el encuentro profundo con Dios.
La cuaresma dura cuarenta días, desde el primer domingo de este tiempo oportuno, hasta el jueves Santo, se incluye el miércoles de ceniza. Los primeros datos de la cuaresma se remontan al siglo II, aunque en el formato de los cuarenta días comenzará en el siglo IV. Será la confluencia de tres itinerarios, la preparación de los catecúmenos a los sacramentos de iniciación donde su celebración se hacía en la Pascua, las celebraciones penitenciales y la participación de la comunidad, acompañando a las dos anteriores como preparación a la Pascua.
Atravesar este desierto en cuaresma, nos prepara para celebrar el misterio Pascual, mediante una verdadera conversión interior, se recuerda en ella la celebración del bautismo y se participa en la reconciliación con Dios y con los hermanos. Es un momento para la lectura, la escucha, la meditación, el disfrute de la Palabra de Dios; de la oración personal y comunitaria; es tiempo de gracia.
Huyendo de la guerra

El desierto significa, además, preocuparnos de todos aquellos que en nuestra sociedad, están tirados en la cuneta: pobres, marginados, excluidos, gente que sufre, gente olvidada. Es un momento para el compromiso y la lucha por una sociedad digna de los seres humanos, una sociedad fraternal, solidaria, liberada de opresiones e injusticias. Un lugar habitable, en la que los últimos sean los primeros, es decir, en la que los privilegiados sean los más débiles, los que peor lo pasan en cualquier sociedad, los que más sufren, los pobres, los marginados y excluidos, los enfermos y, en general, todos los desgraciados de esta tierra. Una sociedad en la que todos seamos prójimos, hermanos y solidarios.
Para San Juan de la Cruz, el desierto es el lugar abierto donde se vive más intensamente el abismo que separa al hombre de Dios, un abismo que tan sólo el Amor puede colmar. Nos invita a aventurarnos en esa tierra desértica, sin agua, reseca y sin camino, pero nos ayuda a entrever a Dios: “Las dulzuras espirituales nos alejan de Dios, pero la sequía, personalizada por la tierra desértica nos conduce hacia Dios…”  Los místicos sienten el desierto como la noche oscura, pero es el lugar de la tranquilidad de la mente y la sencillez de corazón. Me gustaría terminar con este poema del Maestro Eckhart que nos invita al Silencio:
El desierto es el Bien
por ningún pie pisado
el sentido creado
Jamás allí ha ido:
Es eso, pero nadie sabe lo que es.
Está aquí y está allá
está lejos y está cerca
es profundo y es alto;
es pues así
que no es ni esto ni eso
luz y claridad
son las tinieblas,
es el innombrado,
es el ignorado,
liberado del principio y a la vez del
final...
Juan Antonio Mateos Pérez


 

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