viernes, 8 de mayo de 2015

La justicia no parte de la equidad sino del clamor de los pobres




Foto: Antena Misionera

Hace unas semanas escribíamos un artículo sobre el “Principio misericordia” y, terminábamos el artículo, con algunos de los frutos de la misericordia. Hacer presente la misericordia en el mundo actual, no es sólo amar y preocuparse por el otro, es habitar el mundo desde al amor de Dios, es hacer presente la justicia, la solidaridad, la responsabilidad, la inclusión y la resiliencia.
Queríamos decir unas palabras sobre  la justicia, en un mundo marcado por la agresión terrorista, el abuso de los niños, la violencia contra muchas mujeres, las muertes de muchos inmigrantes en mares cercanos, el hambre y necesidad de millones de personas, las catástrofes y terremotos, persecución y asesinatos de cristianos, numerosas guerras abiertas y casi silenciadas. Cuando estoy escribiendo este pequeño artículo leo en la prensa, que mueren 52 civiles que un ataque antiyihadista en Siria, o las declaraciones de unas de las niñas que se escapó de Boko Haram, que degollaron a su padre delante de ella. Podíamos seguir y no parar hablando de una realidad que nos conmueve, nos desborda y nos horroriza. En medio de este sufrimiento no es fácil hablar de un Dios misericordioso, todo nos invita a enmudecer y al silencio.
Pero no queremos caer en la desesperación, tampoco en el sinsentido y seguir buscado, seguir planteando preguntas, aunque a veces no tengan fácil respuesta, mantener abierta la esperanza. Mantener vivo el recuerdo presente y pasado de todo este drama, ya que el precio del olvido es insolidario y no nos hará más felices. De ahí el esfuerzo de W. Benjamin, que supo ver que el pasado no está clausurado y quería encender en el pasado la chispa de la esperanza,  traer al presente a las víctimas de la historia contra el olvido. M. Horckheimer le hizo saber que era una afirmación teológica, no filosófica. Así como ellos y otros pensadores queremos mantener abierta la historia, ya que mientras continúe la historia todo es posible. Mantener viva la esperanza es no renunciar a que un día reinará la justicia, si esto es teología, bienvenida sea.
Foto: Justicia y Paz
La justicia es el primer fruto de la misericordia, quiere concretar sus  exigencias, apareciendo de manera inseparablemente enlazadas en el Antiguo y Nuevo Testamento. En estos textos, la supremacía del amor respecto a la justicia, se manifiesta en la misericordia. El sentido de justicia no parte de la equidad sino del clamor de los pobres y de profundas situaciones de sufrimiento, es dar lo suyo al que carece de lo necesario. Más allá de que sea una ganancia o una aportación por el trabajo realizado, nos sitúa en el derecho por amor, justicia por amor, se da independientemente de las virtudes y características de las personas. La justicia de Dios es parcial, no da a cada uno lo suyo, da al que más lo necesita.
 Los profetas como Amós o Isaías, insistían que había que conocer a Dios por la práctica, eliminar del propio corazón la injusticia, la ambición, la violencia, el deseo de poder. Jeremías afirmaba que no se puede creer en un Dios liberador, sino se da la praxis de la justicia y la ayuda al desvalido. La justicia en los textos bíblicos no es neutra, no puede serlo si es fruto de la misericordia, es parcial y nos obliga con la cabeza y el corazón al clamor de los oprimidos. Así es Dios, escucha el clamor de su pueblo, les acompaña y hace justicia. Que bellos textos los del profeta Oseas, “Te desposaré conmigo en la justicia y en el juicio, en la gracia y en la ternura; te desposaré conmigo en la fidelidad” (Os 2,21). Los profetas llegan a identificar el conocimiento, de Dios, con la práctica de la justicia. Conocer a Dios, es lo mismo que amar a Dios, es hacer justicia al pobre.
En el Nuevo Testamento leemos la justicia como una Buena Noticia, como un don y un regalo que nos viene de Dios. La acogida del reinado de Dios, es acoger la justicia, los pobres y oprimidos son los destinatarios de la justicia de Dios. Así nos lo recordaba Lucas «enviado para anunciar el mensaje gozoso a los desventurados, para predicar a los cautivos la libertad y a los ciegos la recuperación de la vista; para poner en libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc  4, 18s). Esa realidad profética, se ha cumplido en Jesús de Nazaret, que no sólo anuncia la Buena Nueva a los pobres, él ha sido uno de ellos. Recordemos que el mayor acto de misericordia de Dios se revela en la cruz y la resurrección. «…, a quien no conoció el pecado, Dios le hizo pecado por nosotros», (2 Cor 5, 21) escribía Pablo, resumiendo toda la profundidad del misterio.

Foto: Justicia y Paz
La misericordia debe ser entendida, como nos subraya W. Kasper, como la justicia propia de Dios, como su santidad. Solo así puede resplandecer la imagen del Padre bondadoso y compasivo que Jesús anunció con sus palabras y su vida. Pero no queremos subrayar ningún esquema de comprensión, Dios no se deja encerrar en palabras o ideas, es sólo una forma de aproximarnos. La misericordia es la revelación de la transcendencia de Dios respecto de todo lo humano, en ella se muestra como lo totalmente Otro y al mismo tiempo, paradójicamente, como lo totalmente cercano. La justicia es respuesta y es esperanza porque ella es la concreción del Amor.
La respuesta a este Dios, supone para el hombre creyente un cambio de vida y de mentalidad. Este cambio, no es sólo un cambio interior, es también cambio del lugar social en que habitamos, del lugar de la dureza y la injusticia, y pasar a caminar al lado de los sectores más sociales oprimidos. El compromiso por la justicia busca humanizar, dar vida y darla en plenitud con los más necesitados. Es hacerse pobre e identificarse con el proyecto de los pobres, es hacerse inmigrante e identificarse con su situación de necesidad y vulnerabilidad, es hacerse víctima e identificarse con el clamor de las víctimas.
Y exijo el sagrado
derecho al fulgor de la Zarza
antigua en el Horeb y a la luz
iniciática del Sermón de la Montaña:
ciervos de túnicas de seda
y manos blancas, resucitados
de sus viejos despojos, escriben
en las reverdecidas catacumbas
el nuevo abecedario
de la misericordia.
Meten
la mano en la hura del áspid
coros de niños refugiados
hasta entonces en los búnkeres.
Y con los dientes vaciados de la sierpe
esculpen sobre los montes heridos
los colores de un intenso
arcoiris.
Quintín García, dálet, “¿Dónde la luz?” nº 3, Elegías para un tiempo de víctimas

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