Hace unas
semanas escribíamos un artículo sobre el “Principio misericordia” y,
terminábamos el artículo, con algunos de los frutos de la misericordia. Hacer
presente la misericordia en el mundo actual, no es sólo amar y preocuparse por
el otro, es habitar el mundo desde al amor de Dios, es hacer presente la
justicia, la solidaridad, la responsabilidad, la inclusión y la resiliencia.
Queríamos decir unas palabras sobre la justicia,
en un mundo marcado por la agresión terrorista, el abuso de los niños, la
violencia contra muchas mujeres, las muertes de muchos inmigrantes en mares
cercanos, el hambre y necesidad de millones de personas, las catástrofes y
terremotos, persecución y asesinatos de cristianos, numerosas guerras abiertas
y casi silenciadas. Cuando estoy escribiendo este pequeño artículo leo en la
prensa, que mueren 52 civiles que un ataque antiyihadista en Siria, o las
declaraciones de unas de las niñas que se escapó de Boko Haram, que degollaron
a su padre delante de ella. Podíamos seguir y no parar hablando de una realidad
que nos conmueve, nos desborda y nos horroriza. En medio de este sufrimiento no
es fácil hablar de un Dios misericordioso, todo nos invita a enmudecer y al
silencio.
Pero no queremos caer en la desesperación, tampoco en
el sinsentido y seguir buscado, seguir planteando preguntas, aunque a veces no
tengan fácil respuesta, mantener abierta la esperanza. Mantener vivo el
recuerdo presente y pasado de todo este drama, ya que el precio del olvido es
insolidario y no nos hará más felices. De ahí el esfuerzo de W. Benjamin, que
supo ver que el pasado no está clausurado y quería encender en el pasado la
chispa de la esperanza, traer al presente a las víctimas de la
historia contra el olvido. M. Horckheimer le hizo saber que era una afirmación
teológica, no filosófica. Así como ellos y otros pensadores queremos mantener
abierta la historia, ya que mientras continúe la historia todo es posible.
Mantener viva la esperanza es no renunciar a que un día reinará la justicia, si
esto es teología, bienvenida sea.
Foto: Justicia y Paz |
La justicia
es el primer fruto de la misericordia, quiere concretar sus exigencias,
apareciendo de manera inseparablemente enlazadas en el Antiguo y Nuevo
Testamento. En estos textos, la supremacía del amor respecto a la justicia, se
manifiesta en la misericordia. El sentido de justicia no parte de la equidad
sino del clamor de los pobres y de profundas situaciones de sufrimiento, es
dar lo suyo al que carece de lo necesario. Más allá de que sea una ganancia
o una aportación por el trabajo realizado, nos sitúa en el derecho por amor,
justicia por amor, se da independientemente de las virtudes y características
de las personas. La justicia de Dios es parcial, no da a cada uno lo suyo, da
al que más lo necesita.
Los profetas como Amós o Isaías, insistían que
había que conocer a Dios por la práctica, eliminar del propio corazón la
injusticia, la ambición, la violencia, el deseo de poder. Jeremías afirmaba que
no se puede creer en un Dios liberador, sino se da la praxis de la justicia y
la ayuda al desvalido. La justicia en los textos bíblicos no es neutra,
no puede serlo si es fruto de la misericordia, es parcial y nos obliga con
la cabeza y el corazón al clamor de los oprimidos. Así es Dios, escucha el
clamor de su pueblo, les acompaña y hace justicia. Que bellos textos los del
profeta Oseas, “Te desposaré conmigo en la justicia y en el juicio, en la
gracia y en la ternura; te desposaré conmigo en la fidelidad” (Os 2,21).
Los profetas llegan a identificar el conocimiento, de Dios, con la práctica
de la justicia. Conocer a Dios, es lo mismo que amar a Dios, es
hacer justicia al pobre.
En el Nuevo Testamento leemos la justicia como una
Buena Noticia, como un don y un regalo que nos viene de Dios. La acogida
del reinado de Dios, es acoger la justicia, los pobres
y oprimidos son los destinatarios de la justicia de Dios. Así nos lo recordaba
Lucas «enviado para anunciar el mensaje gozoso a los desventurados, para
predicar a los cautivos la libertad y a los ciegos la recuperación de la vista;
para poner en libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor»
(Lc 4, 18s). Esa realidad profética, se ha cumplido en Jesús de Nazaret,
que no sólo anuncia la Buena Nueva a los pobres, él ha sido uno de ellos.
Recordemos que el mayor acto de misericordia de Dios se revela en la cruz y la
resurrección. «…, a quien no conoció el pecado, Dios le hizo pecado por
nosotros», (2 Cor 5, 21) escribía Pablo, resumiendo toda la profundidad del
misterio.
Foto: Justicia y Paz |
La
misericordia debe ser
entendida, como nos subraya W. Kasper, como la justicia propia de Dios,
como su santidad. Solo así puede resplandecer la imagen del Padre bondadoso y
compasivo que Jesús anunció con sus palabras y su vida. Pero no queremos
subrayar ningún esquema de comprensión, Dios no se deja encerrar en palabras o
ideas, es sólo una forma de aproximarnos. La misericordia es la revelación de la
transcendencia de Dios respecto de todo lo humano, en ella se muestra como lo
totalmente Otro y al mismo tiempo, paradójicamente, como lo totalmente cercano.
La justicia es respuesta y es esperanza porque ella es la concreción del
Amor.
La respuesta a este Dios, supone para el hombre
creyente un cambio de vida y de mentalidad. Este cambio, no es sólo un cambio
interior, es también cambio del lugar social en que habitamos, del lugar de la
dureza y la injusticia, y pasar a caminar al lado de los sectores más sociales
oprimidos. El compromiso por la justicia busca humanizar, dar vida y darla en
plenitud con los más necesitados. Es hacerse pobre e identificarse con el
proyecto de los pobres, es hacerse inmigrante e identificarse con su situación
de necesidad y vulnerabilidad, es hacerse víctima e identificarse con el clamor
de las víctimas.
Y exijo el
sagrado
derecho al
fulgor de la Zarza
antigua en
el Horeb y a la luz
iniciática
del Sermón de la Montaña:
ciervos de
túnicas de seda
y manos
blancas, resucitados
de sus
viejos despojos, escriben
en las
reverdecidas catacumbas
el nuevo
abecedario
de la
misericordia.
Meten
la mano en
la hura del áspid
coros de
niños refugiados
hasta
entonces en los búnkeres.
Y con los
dientes vaciados de la sierpe
esculpen
sobre los montes heridos
los colores
de un intenso
arcoiris.
Quintín
García, dálet, “¿Dónde la luz?” nº 3, Elegías para un tiempo de
víctimas
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