El domingo 18 de mayo, se celebró la segunda sesión sobre el
Sacramento de la Penitencia, más bien de la conversión como gusta el profesor
Fr. Domingo Salado. Seguimos con el camino mistagógico-penitencial. Comentaba
el profesor que el Espíritu es el abrazo amoroso entre el Padre y el Hijo, es
el corazón de Dios, que es la misericordia.
Ésta es un valor central que compendia todo el misterio cristiano,
descubre el verdadero rostro de Dios. El Espíritu es el soplo que da aliento de
vida, el Espíritu del resucitado es el que mueve la vida del creyente, nos
inspira el amor cristiano, nos ayuda hacer obras de misericordia. Es enviado
para interiorizar el amor misericordioso y, por él, hacer realidad “el perdón
de los pecados”. Es el Espíritu resucitador y recreador de Dios, es el que da
sentido y hondura al sacramento.
La misericordia de Dios, es una misericordia reconciliadora.
Hay que recuperar en la Iglesia el sentido profundo de cómo Dios nos ofrece el
perdón. Dios nos ha confiado, que la misericordia la compartamos, así Él se hace el
encontradizo, primero en la “carne” de Jesús, después en la “segunda carne” que
es la Iglesia. En la reconciliación, entran en acción unos quiénes y un cómo:
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La
teologalidad de la reconciliación es un “don de Dios” en favor nuestro. Sólo
Dios puede llamar, congregarnos de nuevo, es Dios el que da el primer paso.
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En
Jesús, la reconciliación ha tomado cuerpo, se ha realizado en Jesús. Él es el
centro y nos reúne para ser uno con Él, para formar un solo cuerpo. En Jesús
nos ha reconciliado a todos para crecer en fraternidad.
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Con
la Iglesia es el modo como Dios nos perdona, lo hace comunitariamente,
eclesialmente. No nos perdona en particular, por separado, Él nos ha salvado
comunitariamente. El perdón se da en comunidad. Para Pablo, la Iglesia es el
gran sacramento de la reconciliación, nos perdona para los demás. La Iglesia,
también necesita del perdón de dios, es santa y pecadora, siempre necesitada,
siempre reformada. La Iglesia actúa como una comunidad reconciliada por Dios,
con el anuncio evangélico, con los signos de la caridad. La palabra que
proclama, llama a todos a recibir el perdón. En los signos sacramentales el que
actúa es Jesucristo, también la oración es por y para todos, promoviendo las
obras de la misericordia. En este marco plural, es donde tiene razón de ser el
sacramento de la Penitencia.
Todo proceso reconciliador es dialogal. Dios tiene la
iniciativa, pero es a nosotros a quienes nos corresponde dar una respuesta, eso
es la conversión. La conversión cambia nuestro ser profundo y nuestra forma de
vivir:
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Es
una respuesta libre de nuestra fe a ese Dios que nos invita a volver a Él. Es
iniciativa suya, pero nos permite por iluminación, descubrir su misericordia.
Su amor es fiel con todas las consecuencias, hay que dejarse convertir.
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Ese
camino de cambio nuestro y en proceso es doliente, es elegir y participar en un
modo de vida siguiendo a Jesús, es participar de su muerte y resurrección. La
fidelidad a la Palabra es la cruz.
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Tiene
una implicación existencial, descubrir no solo la misericordia, sino nuestro
propio ser pecador, asumir nuestra debilidad y dar pasos para salir de nuestro
egocentrismo. Hay no sólo exigencias personales, también eclesiales, y
mundano-cósmicas. Es volver a Dios, a Jesús, a la Iglesia, al amor fraterno y
abrirse al mundo.
Juan Antonio Mateos
Pérez
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