En
todas partes encontramos la soledad, el vacío, la dificultad de sentir,
de ser transportado fuera de sí; de ahí la huida hacia adelante en las
“experiencias” que no hace más que traducir esa búsqueda de una
«experiencia» emocional fuerte.
G. Lipovetsky
La
vida no es más que una sombra que pasa, un pobre cómico que se pavonea y
agita en la escena durante una hora y después deja de oírse… un cuento
narrado por un idiota, con gran aspaviento que no significa nada
W. Shakespeare, Macbeth
Hace treinta años que se publicó el libro de G. Lipovetsky, La era del vacío (1886),
se profetizaba el advenimiento de una segunda revolución
individualista, propia de exceso de consumo, un nuevo narcisismo
desplegado por la sociedad capitalista. En esta obra, como en otras de
la época, con pensadores como Lyotard o Vattimo, no dejaban de subrayar
la lógica del individualismo en la cotidianidad de la vida y de la
existencia, suponiendo una inflexión en la historia marcada por el
advenimiento de la era postmoderna y el fin del modernismo que había
liberado el pensamiento desde el siglo XVII y XVIII. No éramos
conscientes en los años ochenta de la transcendencia y profundidad de lo
que estábamos leyendo, solo algunos atisbos casi difusos y desdibujados
de esa realidad que ahora se nos impone desde la perplejidad.
Después
de tres décadas, estamos viviendo ese momento anunciado, el advenimiento
de una sociedad de hiperconsumo marcada por una estetización del mercado,
alianza entre empresas y artistas, convirtiendo el comercio en una obra
de arte, como ha puesto de relieve la nueva obra de G. Lipovetsky , La estetización del mundo. Vivir en la época del capitalismo artístico
(2015). Esa nueva cara del capitalismo ya clásico, pero siempre en
transformación, vive enfrascado en aumentar sus riquezas, producir y
difundir en abundancia toda clase de bienes para el mercado, pero
generando profundas crisis económicas y sociales, desigualdades y
pobreza, así como grandes catástrofes ecológicas. La “era del vacío” se
presenta como trituradora de todo elemento ético, cultural, artístico o
humano que pueda oscurecer la rentabilidad del dinero, que es un fin en
sí mismo, generando una sociedad nihilista. Las consecuencias de todo
ello, no solo se manifiestan en las desigualdades, paro, precariedad
laboral, proletarización o pobreza, también en una forma nueva de vivir
que se caracteriza por la “pérdida de la amabilidad”, el fin de la
armonía, la belleza y la poesía.
Se ha
generado una “sociedad de la indignación”, que se ha ido materializando
no solo en movimientos callejeros, también se ha ido canalizando de
forma política en muchos países capitalistas y de la opulencia. El
filósofo coreano Byun-Chul Han, más allá de la sociedad del cansancio o
de los tiempos líquidos, ha introducido la idea de la “sociedad del escándalo”.
Una sociedad que carece de firmeza y de actitud, elementos esenciales
para construir lo social y lo político, incapaz para la acción o la
narración; es una sociedad sin gravitación, un mundo que ya que no
engendra futuro. Toda esta realidad umbría del capitalismo y de la
globalización, está generando su propia “teología legitimadora” de un nuevo orden mundial, donde prima el consumo sobre el ser humano.
Esta
nueva realidad cultural y económica en que estamos inmersos, todas las
ideologías, filosofías, y creencias tienen igual valor. Se hace “tabula
rasa”, el capitalismo y el consumo absorbe toda explicación del mundo,
reinventándose continuamente para que nada cambie, arrodillando
cualquier pensamiento a la generación de capital y ganancia. En
imperativo del capital, ninguna filosofía, ninguna creencia es mejor que
otra, todas pueden competir por igual a la vista de los “compradores”
de sentido. Ante la “perplejidad” de muchos, hoy el ciudadano cede su
crítica y sus razones, su belleza y sus valores, ante una paleta
infinita de placeres, diferentes e iguales. A pesar de todo, está
generando un malestar difuso, una indignación impotente que lo invade
todo, un sentimiento de vacío interior que está imposibilitando al
individuo para sentir y pensar.
Z. Bauman
subrayaba de forma clarividente, que hoy es más fácil tener sexo que
afrontar el encuentro con el otro, en una sociedad donde la soledad y la
depresión son la enfermedad más grave a pesar de la comunicación y
tecnología. El consumo de la “era del vacío” nos lleva a que el
individuo esté profundamente centrado en el tener, perdiendo todo el
sentido del ser y de la felicidad. Este nuevo hombre, se centra más en
lo más externo, la apariencia, la fama, el poder, el dinero y acaba
perdiéndose a sí mismo, generando esa sensación de “vacío” y de soledad,
que le lleva a la desesperación e incluso al suicidio.
Cuanto
más se despliega la lógica de la racionalidad productiva y capitalista,
mayor es la presencia de las lógicas sensitivas y estéticas. Aunque
desprovistas de unidad, se multiplican las creaciones con fines
emocionales destinadas a ejecutar unos ingresos del capital cada vez más
suculentos. Desde esta realidad se desarrollan toda una serie de
movimientos espirituales y sensibilidades religiosas desvinculas de lo
institucional, una mixtura de creencias múltiples y variadas, asimiladas
por el individuo sin provocar contradicción, una especie de sincretismo
politeísta donde da lo mismo “esto” que “aquello”. Una sociedad donde
“todo vale”, vertebrada por la nueva espiritualidad: “El capitalismo”.
Ya no precisa ninguna religión para legitimar y vertebrar su situación
en la sociedad, él es la única y verdadera religión, llegando a ser todo en todas las cosas. Es “el nuevo opio del pueblo”, una adormidera con hermosas cadenas que condena al individuo al culto al progreso y la acumulación, y al rito del consumo, celebrando su liturgia en las nuevas iglesias y catedrales, los grandes centros comerciales.
Es más necesaria que nunca una espiritualidad liberadora,
una espiritualidad que no puede ser enseñada, sino descubierta por el
propio individuo. En ella se clama por la responsabilidad de que las
injusticias no queden en el olvido y se pueda mantener en alto la
esperanza. La pérdida de sentido, las visiones optimistas de progreso
que olvidan a los que sufren y a las víctimas, se hace necesario
desplegar una espiritualidad de “ojos abiertos”, una memoria passionis que sea crítica y que exija justicia para mantener la esperanza frente al vacío y al hambre. No olvidemos que vivimos dos realidades en un mismo mundo: La de una sociedad de la opulencia y el consumo arrojada al vacío y a la soledad; y la de un mundo esclavizado y oprimido,
olvidado y explotado, arrojado al hambre y la miseria. Una
espiritualidad liberadora que mantiene, que ni el vacío, ni el hambre
tienen la última palabra, ya que en el horizonte está la esperanza. Una
espiritualidad que despliega más amor que conocimiento, que no es más
que ese “saber no sabiendo” de nuestro querido San Juan de la Cruz.
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