La grandeza del hombre está en reconocer su propia pequeñez
Blas Pascal
La humildad es andar en la verdad
Teresa de Jesús
Cada
año se nos recuerda que somos polvo y a él volveremos. Se nos devuelve a
la tierra, a los límites de nuestra fragilidad, a la realidad de la
muerte, allí donde terminan todas nuestras habilidades y destrezas. La
humildad es un valor que no cotiza y que cuesta entender en nuestras
sociedades postmodernas y nihilistas, el individuo no trasciende, no
sale de sí y no es capaz de pensar la fragilidad de la vida y de saber
que no tenemos el control absoluto de nuestro ser. Una enfermedad
inesperada, un accidente, una enfermedad psíquica agazapada en nuestro
código genético, la muerte de un ser querido, nos arroga de bruces a la
realidad de nuestra existencia quebradiza y frágil.
Se ha
entronizado el individualismo, la agresividad, la eficacia y se ha ido
evaporando en el vaho postmoderno la virtud de lo pequeño. Esa
sobrevaloración del “yo”, no puede prescindir de ese grado de pequeñez y
fragilidad que llevamos en nuestra mochila existencial. Ser humilde es
caminar por nuestra vida a ras de tierra (humus), abajarse de
nuestro ideario narcisista colonizado por la sociedad del bienestar,
para reconocer tanto nuestras debilidades como capacidades. La humildad
nos permite pisar tierra y construir nuestra identidad de manera lúcida
desde lo que realmente somos y poder buscar la auténtica verdad.
Mantenerse
arrojados en la tierra, nos permite que la búsqueda del sentido
existencial puede ser fecunda, no se agota en uno mismo y se abre a la
realidad espiritual a esa realidad misteriosa y silente que
identificamos como Dios. Una antigua sentencia del Talmud no dice: “Como el agua evita la altura y corre hacia la profundidad, de la misma manera la sabiduría permanece sólo en los humildes”. Esa
agua vida hace crecer la raíz del hombre pegada a la tierra y elevarse
hacia la altura, porque todo edificio espiritual está fundado en la
humildad nos enseñaba nuestra Teresa de Ávila. Ese ser arrojado a la
hondura de la tierra nos abre los ojos a luz no solo del amor de Dios,
también a la justicia, a ese prójimo que sufre.
La justicia es el ámbito de Dios, sólo se puede conocer al verdadero Dios haciendo justicia. La
fuente de la humildad se esconde en el amor sincero hacia los otros,
traspasando las fronteras de uno mismo y alcanzando la justicia. Solo
desde el amor y la misericordia se puede alcanzar la verdadera justicia,
humanizándola y evitando que se desborde. Deberá ser una misericordia
global que pueda llegar hasta las estructuras injustas y no quedarse las
coyunturas inmediatas. Un compromiso desde la justicia y la humildad
que sea una lucha sostenida para que sean eliminadas todas las
estructuras políticas, económicas y sociales que son injustas y son la
raíz del sufrimiento y de las víctimas mundo. Los cristianos no sólo
estamos obligados al perdón, también al compromiso por la justicia y su
primera exigencia es la distribución equitativa de todos los bienes de
la tierra. Pero el mejor camino para la justicia es el perdón y la
misericordia ampliando la convivencia más allá de los rígidos límites de
la ley.
Cuando en
el corazón humano brota la humildad es posible acoger el Reino
prometido de justicia y paz que empieza a crear una historia de
esperanza en que lo mejor está por venir y donde Dios lleva nuestra
historia. La tierra fecunda de Jesús humillado y humilde en la cruz, nos
la verdadera espera y esperanza, “aprended de mí que soy manso y
humilde de corazón” (Mt 11,29). La humildad es el desnudo camino hacia
la felicidad que brota en comunión con Dios, es el verdadero camino de
la esperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario