Hay entre
nosotros quienes preferirían un Cristo sepultado, un muñeco que llevar
en procesión por las calles, un Cristo amordazado, un Cristo hecho a la
medida de nuestros caprichos y de nuestros
mezquinos intereses. No quieren un Dios que nos pregunte y que revuelva
nuestras conciencias, un Dios que clame: 'Caín, ¿qué has hecho a tu
hermano Abel?'
W. O'MALLEY, The Voice of Blood
Una semana
importante para los cristianos, desde sus comienzos la Iglesia ha
celebrado el Misterio Pascual de la muerte y resurrección de Jesús,
momento cumbre de la historia de la salvación. Semana
concentrada en tres días para celebrar el amor, la muerte y la vida, de
ahí el nombre de Semana Santa. La participación en diferentes
manifestaciones de religiosidad popular como procesiones, vía crucis,
etc., son formas de celebrar el Misterio Pascual, pero
debemos distinguir entre lo que es la devoción y la celebración misma de
ese misterio en el Triduo Pascual: La Cena del Señor (Jueves Santo), La
Muerte (Viernes Santo) y la Vigilia Pascual (Sábado Santo).
La muerte,
puede ser lo más recóndito de la existencia humana, esa posibilidad de
no ser, de llegar a un punto sin retorno, provoca angustia y miedo. Esa
realidad irracional de la muerte tiene un punto
culminante en la cruz de Jesús, su muerte no fue un error, fue el precio
de su rebeldía, de su disidencia, en ella, un grito terrible:
“Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado…” (Mc 15,34.37).
Una muerte injusta, sufrida en soledad, silencio y abandono, en la que
todos colaboran o porque piden la muerte directamente o porque callan
para no complicarse.
Cada día, en
el mundo, muchos justos son aniquilados como lo fue Jesús. Con la muerte
del Justo no han acabado las muertes de los justos, por todos los
rincones de la tierra se encuentran muchos hombres
llamados a la impotencia y al sufrimiento. Muchos no entienden la fe en
un crucificado, tampoco que los crucificados de ahora puedan hablarnos
de Dios y evangelizarnos. No es fácil creer en un pobre entre los
pobres, en un Dios que cuelga en un madero, es
más fácil inclinarse ante un Dios todopoderoso que resuelva la vida una
vez por todas.
La justicia, como la verdad, complican
nuestras vidas, para no complicarnos, callamos y hacemos la vista gorda y
seguimos la rueda de la cotidianidad acomodándonos a todo. Todas las
víctimas y ajusticiados injustamente tienen su
razón de ser aunque solo sea para manifestar un grito contra la
injusticia. La humanidad, sobre todo los
“anawin”, dependen del grito de alguien, ese fue el grito de
Jesús ante el abandono de todos, es el grito contra todo pragmatismo, es
el grito contra todo lo que amenaza y destruye la dignidad y la
libertad.
Los abandonados y crucificados en la época de Jesús eran
anawim, hoy también. El “anawin” podía ser un pobre, aunque no
necesariamente, escaso de bienes materiales básicos. Podía ser, aunque
no siempre, una persona marginada o excluida socialmente, no siempre es
un emigrante, un refugiado, un anciano olvidado
o un drogadicto. Son todos aquellos que no tienen nada, incluido lo que
necesitan para vivir plenamente, son aquellos que viven el desconsuelo,
el abandono, el rechazo, minusvalía física y mental, enfermedad,
depresión y la simple y sencilla soledad y miseria.
El anawin, es aquel que nada tiene y pone en Dios su esperanza última,
está seguro de que llegará un “día del Señor” que pondrá la historia y a
todos en su sitio.
Está siendo
una semana crucificados: Los ataques de Siria con armas químicas sobre
víctimas inocentes y niños; el fanatismo terrorista se hizo presente en
Estocolmo; Los 59 misiles dejados caer por
Estados Unidos provocando toda una serie de muertos que se quedarán en
el olvido; más de 50 cristianos asesinados en Domingo de Ramos cuando
levantaban los ramos de la paz y la esperanza; los inmigrantes que se
siguen apilando en las fronteras, los refugiados
en las alambradas esperando su oportunidad en un mundo sin
oportunidades; ACNUR está advirtiendo del riesgo de muertes masivas por
hambre en el cuerno de África, Yemen y Nigeria aumentando los
desplazamientos y refugiados por la sequía. Son ellos, no las imágenes
que sacamos a las calles, los que continúan la Pasión de Dios, son
también causa y principio de salvación del mundo. Los crucificados hoy,
como ayer ofrecen al mundo la posibilidad de conversión, esperanza,
amor, perdón, solidaridad, fe. Posiblemente esa realidad
ha quedado oculta ante tanta estética religiosa en las calles, nuevas
formas de adormidera, una religiosidad de circunstancias de otra época o
de un mundo sin Dios, que oculta y oscurece al verdadero crucificado.
Nuestra
misión de seguir a Jesús y de abrir la esperanza en la resurrección, que
está ligada a bajar de la cruz a tantos crucificados. Debemos
aproximarnos a esa realidad como el que tiene un tesoro
escondido, hacernos cargo de la situación y aprender de ellos. Solo
desde los
anawin, podemos acceder a la resurrección de Jesús y dar testimonio
de ella. Integrar en la cruz la experiencia de un Dios que se deja
afectar por el sufrimiento humano y abrir una esperanza liberadora
contra la injusticia que produce víctimas. La experiencia
del Resucitado está llamando a nuestras comunidades a la solidaridad con
los crucificados y a la lucha contra la injusticia, no solo a
transformar el corazón del hombre, sino el corazón de un mundo sin
corazón. La resurrección de Jesús es “la protesta de Dios
contra la injusticia, la injusticia infligida a Jesús y a aquellos a
quienes él sirvió” (T. Lorenzen).
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